Capítulo 20

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Todos se habían reunido junto al fuego

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Todos se habían reunido junto al fuego. Joe y su novio Emile, Amalia y Laura estaban sentados en troncos adosados a la tierra. Habían compartido malvaviscos, canciones, historias de terror y demás tonterías que se cuentan en una noche de campamento. Resultó que Joe era bueno cantando, ya que imitaba muy bien la voz de Bob Dylan. Tocaba la guitarra con verdadera pericia.

A lo largo de la reunión, Liberty había intentado tomar la mano de quien creía era su novia, pero esta la rehuía al mínimo contacto. Al contrario de las apariencias, Amalia no se mostraba reacia a mantener contacto alguno con Liberty, sino que estaba contenta, presumía la «amistad» de Free y sonreía más que nunca. Todos creían la farsa que montaba, o eso pensaba la pobre Liberty, quien no paraba de preguntarse qué diablos le sucedía.

—Georgina —la llamó Laura, consiguiendo la atención del grupo—, quiero ser sincera contigo. Antes desconfiaba de ti. Pero, al ver todo lo que estás haciendo por nosotros, me gustaría, a nombre de Free Speech People... —se oyeron unas risas— pedirte mis humildes disculpas. Fui una idiota, te traté mal y tengo que compensarlo.

—No tienes que compensar nada, Laura, es decir, yo lo comprendo. —Estaba apenada, con la mano en el pecho, pero el motivo era por hablar ante tanta gente—. Yo hubiera hecho lo mismo.

—¿Hacemos la paz?

—Hagamos la paz.

—¡Bravo! —gritó Emile, aplaudiendo—. ¡Celebremos la paz!

—Esto amerita otra canción —dijo Joe, sosteniendo su guitarra.

Cuando Joe terminó de cantar La respuesta está en el viento, para quitarse el sabor amargo de la boca, Free quiso aludir al tema de su segundo artículo. En aquel momento, los demás quisieron otra canción del famoso cantautor, lo que le impidió hablar.

—¡De Grasslands Regional Park para el mundo! —Joe iba a complacer la nueva petición.

Con mucha tensión, Liberty escuchó la última canción. Por instantes volteaba a ver a Amalia y esta sonreía, como si en la reunión no hubiese ningún sentimiento encontrado. Comenzó a disgustarle aquella conducta evitativa, y esperó a que la música finalizase. Ya por fin, Liberty llevó el tema a la mesa.

—¿Ahora mismo? —A Joe le había entusiasmado la idea—. ¡Bueno, bueno! ¡Vamos a hacerlo!

—¿Dónde dijiste que estábamos, Joe? —preguntó Gina.

—Grasslands Regional Park. La comuna se concentrará aquí durante todo el fin de semana.

—¿Saben qué? Si vamos a hacer la entrevista, será mejor que vaya por mi libreta y mi cámara. Los he dejado en la cabaña, creo.

—Te esperamos, Georgina.

La periodista se alejó y los tres se distrajeron en sus propias conversaciones. Liberty, en cambio, se quedó inmersa en sus pensamientos.

Más tarde, Amalia se encontró con una inconveniencia.

«¿Dónde hay un mapa aquí?»

Amalia abrió los cajones de la cómoda, esculcó cada mochila que había por ahí, sacó prendas de ropa a diestra y siniestra, para más tarde volverlas a doblar e introducir a sus respectivos sitios, y no halló nada que fuese útil. Buscó incluso debajo de las camas, pero no había ningún mapa. De seguro que la camioneta continuaba abierta, porque había estado allí con Free cuando dormía, así que se encaminó hasta el estacionamiento.

Atrás nada, solo basura.

Ahora inspeccionó el tablero, debajo de los asientos, en el suelo y hasta en las viseras, pero nada útil apareció para ella. Si hubiera querido una formidable dosis de marihuana, hubiera estado bien servida con tantas bolsitas de orégano que tenían guardado.

«Malditos drogadictos, ¿cómo demonios no tienen un mapa? ¿Cómo demonios no viajan con un mapa? ¿Qué clase de loco viaja sin...»

—Aquí está lo que buscas. —Era Free, su adorable Free. Tenía en manos la cámara y la libreta, con su bolígrafo atorado en el espiral. Apenas oyó esa dulce vocecita, Amalia sintió cómo la culpa la cubrió desde la cabeza hasta los pies, como un chorro de agua fría.

—Gracias, Free... Escucha, respecto a...

—No te preocupes, Gina, no tienes que decirme nada. Volvamos.

Ella suspiró.

En el camino, Amalia aprovechó para apuntar por lo menos el nombre del parque, a escondidas. Lo había escrito en mayúsculas, y encerró las tres palabras en un elipse bien marcado por si las dudas. Sabía que no debía llegar con Dayton sin nada en sus manos.

De vuelta a la fogata, Liberty y Amalia comenzaron a idear lo que iría en el dichoso segundo artículo, que a gusto de Amy, nadie comprendía o se tomaba en serio tanto como Liberty. Las preguntas fluyeron bien, normales, en ocasiones con respuestas divertidas. La propia entrevista se convirtió en un juego. Todos ponían de su cosecha. Hasta Emile tuvo la fantástica idea de representarse como un ciudadano promedio al que su vida había dado un vuelco tras haberse unido a la batalla por el amor libre. Pero luego de voltear a ver a Liberty y de advertir en su rostro una gran insatisfacción, Amalia quiso detenerse y preguntarle si todo iba bien.

—No me gusta —respondió la joven, con un tono severo que no le había conocido—. Se supone que tú, Joe, contarías tu historia con la mafia y de cómo conociste a Emile.

El término «mafia» resonó con intensidad en la mente de Amy.

Todavía, presa del desinterés de la reunión, Joe se atrevió a insistir en su punto.

—No esperarás, Free, a que cuente esa parte, ¿cierto?

—A decir verdad, sí lo hacía.

—Pero es más interesante cómo emprendí mi negocio, cómo yo...

—Eso que estás contándole a Gina es pura basura.

Todos fingieron sorpresa y exclamaron, como parte de una broma. Laura se cubrió la boca también, pues estaba sorprendida de la actitud de su amiga.

—Lo siento, pequeña Free, pero no creo que sea buena idea contar eso. Aún en el Berkeley Barb sería una locura.

—¿Ves, Free? —intervino Laura—. Te lo dije el otro día en mi casa.

—¡No voy a contar mentiras!

Por segundos, solo se escuchó el crepitar de la flama.

—Bueno, mi dulce niña —decía Joe, con un tono comprensivo—, no creo que sea muy prudente. Ponte en mi lugar. ¿No crees que si hablo de cómo conocí a Emile y de cómo abandoné Nueva York para estar lejos de mi padre sea una tontería de mi parte? Si hago pública esa parte, no solo perdería mi trabajo y me echaría encima a la policía, sino que mi padre me va a buscar, o va a venir con sus matones a golpearme o asesinarme...

Free cruzaba sus brazos, como defendiéndose de sus palabras. Tenía los ojos anegados.

—Pensé que querías una historia sobre la comuna —continuó Joe Lauria—, el movimiento, cómo era ser el padre de todos. —Intentó amenizar el ambiente con una risita. No funcionó mucho—. Por favor, Free, te pido que me comprendas.

—No lo hago y no lo haré. Ahora, si me disculpan, iré a estar sola. —Liberty se levantó y caminó rápido hacia un río que estaba detrás.

Amalia se levantó para seguirla, pero Laura la detuvo.

—Espera aquí. Yo sé lo que le pasa. Después de todo, la conozco mejor que tú.

Dos chicas de California ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora