Amalia esperaba una vez más a Liberty en el automóvil, con la radio de fondo. En la transmisión se hablaba de los disturbios que había habido en esta ciudad durante las últimas horas. Ahora, tanto en San Francisco como en Sacramento, todo estaba tenso. El Estado aumentaría la presencia policiaca, según el locutor, y vigilaría las protestas hippies aún más de cerca. El mismo problema se vivía en otras ciudades, especialmente en Washington DC.
Se había acabado la paz.
Volvió a vigilar a Free, quien reía y conversaba de gusto en el interior de una caseta telefónica. Al menos para ellas, no así los demás, todo era felicidad, pues las autoridades le habían dicho a la joven que más de la mitad de los detenidos estaban ya libres. Entre estos se encontraba Laura Baywick y el muchacho con quien se encaprichó.
De repente, Amalia advirtió que en la siguiente esquina, paralela a la avenida en la que se hallaba, aguardaba el mismo vehículo negro. Como estaba oscureciendo, aquel lado de la calle se encontraba más dominado por las sombras. Dentro del asiento del conductor se traslucía una lucecita azafranada. El tipo fumaba.
«Mierda...»
Por puro impulso tocó la bocina. Liberty volteó y apresuró la llamada. Un minuto después, aquella colgó y regresó. Se le notaba amena, con disposición para disfrutar la noche, tal vez como para volver a San Francisco para el día siguiente, pero Amalia distaba mucho de desear una larga estadía allí.
—Ay, ¿por qué? —preguntaba Liberty con pucheros. La periodista seguía concentrada en el hombre misterioso, que, apenas podía adivinarlo, tal vez intentaba comunicar información a través de un radio—. Ya todo está bien, tenemos la ciudad para nosotras solas, Laura regresó por sí sola... Por cierto, ¿puedes creerlo? El tal Arthur creyó que ella era mala influencia o algo así y decidió que sería mejor no seguirla viendo. ¡Se separaron! Es una lástima, porque el chico era un encanto. Hubieran hecho una bonita pareja.
—Tenemos que regresar hoy mismo, Free.
—¡Pero, Gina!
—No podemos quedarnos aquí.
—¿Podríamos al menos pasar a comer?
El vigilante había salido de su automóvil y ahora se recargaba en la puerta. Seguro se preguntó por qué no avanzaban, especuló Amy.
—No hemos comido nada en toda la tarde —insistió la chica—. Solo comimos lo que sacaste de la máquina expendedora.
—Bien. Vayamos a un restaurante de comida rápida y nos largamos.
—¡Que sea mexicano! Tengo antojo de algo picante.
—Muy bien. —Había perdido de vista al sujeto. Ya no estaba.
—¿Qué tal unos tacos? ¡Qué rico! O ya sé, un consomé.
Por pura inercia, Amy encendió el coche. La paranoia le jugaba una mala pasada. Aceleró de golpe y se adentró en otra avenida, luego de haber dado un giro brusco.
—Guau, Gina, sí que te antoje, ¿verdad?
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Dos chicas de California ✔️
RomanceEs California. Es el año 1968. Es la época en la que los jóvenes se sienten más libres que nunca. *** Amalia Bennett, una periodista conservadora, recibe el trabajo más importante de su vida: infiltrarse en la comunidad universitaria, escribir un ar...