Capítulo 28

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La carretera estaba vacía y el viaje era tranquilo

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La carretera estaba vacía y el viaje era tranquilo. Había mucho silencio, demasiado. De manera que Gina quiso menguar la tensión con la radio, pero la realidad era que no había nada interesante en aquel momento, por no mencionar que el ruido del viento opacaba las débiles transmisiones. Liberty ni se había percatado de esto, pues prefería admirar el paisaje.

Tras voltearla a ver en varias ocasiones, Gina prefirió hablar.

—Todo saldrá bien, Free. —Como gesto de apoyo, apretó su mano. Esta solo volteó y sonrió. Sus ánimos cambiaron.

—Gracias, Gina.

—Era lo menos que pude hacer por ti.

—No, me refiero... Gracias por todo. Eres mi ángel especial.

No supo qué decir, y solo le devolvió una sonrisa.

—¿Por qué lo haces, Gina?

Fingió desconocimiento.

—¿Por qué hago qué?

—Esto. Todo. No estabas de acuerdo con ir a Sacramento por Laura.

—Ni yo misma sé —mintió. Se sentía muy culpable. Todo el tiempo la agobiaba la culpa por ser el origen de los problemas—. Solo sé que quería decidir algo.

—¿Algo?

—Sí, cualquier cosa. Quería tomar una decisión. —Ahora sí era sincera.

—Es una respuesta rara. —A pesar de lo incisivo del comentario, Liberty lo había dicho más bien como un cumplido—. Eres rara, pero me encantan las personas como tú.

—Gracias, supongo.

Ella soltó una risita.

—Oye, Free, ¿y cómo haremos esto? Digo, ¿cómo, realmente?

—Ya veremos cuando estemos allá.

—¿No te apetecería hacer un plan?

—Odio los planes.

—Es que... Joe tenía razón.

—No empieces, Gina, por favor.

—¿Qué te parece...? ¿Qué tal si tú me esperas en el vehículo? Yo entro a una comisaría, lo que sea, y pido información. Tengo dinero en mi cuenta. Podría negociar por ella.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Cómo es que tienes tanto dinero?

Amalia creyó incómoda la pregunta.

—P-pues... En mi diario me pagan. Por las prácticas, quiero decir.

—Muy bien. Pero ya has hecho demasiado. Yo quisiera hacerme responsable ahora.

—¿Por qué?

—Es mi mejor amiga, después de todo.

—Si nos ven juntas... Eso sería malo.

—Siento que es mi batalla, Gina, y me gustaría que lo respetaras.

—Claro, sí, claro... —Volteó a verla, porque no respondió—. Tienes un gran corazón, Free. En serio respeto la entrega que haces. Requiere mucho valor enfrentarte al sistema, el gobierno, lo que sea, todo por lo que crees correcto. Es algo muy admirable.

Amalia tomó una vía alterna. La señalización decía que por ahí se iba a Sacramento. Hubo una pausa en la que Liberty daba la impresión de preparar un discurso.

—Mi familia ha sido así desde siempre, Gina. Ellos me inculcaron el ser así. Mis abuelos, mis padres, todos ellos han sido liberales desde que tienen memoria. Si algo no soportamos los Palmer, son las injusticias. Sin embargo, yo no conocí a mis padres tanto como me hubiera gustado. Lo que más sé de ellos es gracias a mi abuela, que me cuenta todo.

»Se supone que cuando era pequeña, tanto mi madre como mi padre se metieron en la lucha por los derechos humanos. Así es como se conocieron, de hecho; tenían la misma visión. Mi madre estuvo en contra de las leyes segregacionistas. Seguro pensarás ¿qué diablos le importaría esto a una mujer blanca? Ella era de muchos sentimientos, y nunca aceptó que se despreciara a la gente negra, que hubiera baños divididos y toda la cosa; por ello decidió convertirse en activista. Por otro lado, mi padre era catedrático allí mismo, en Berkeley. Era un hombre muy inteligente, dice mi abuela, criticaba mucho y hablaba sin miramientos. Detestaba la ignorancia. Y por esos años, recordarás bien, la ignorancia estuvo de moda. Si pensabas diferente, ese senador corrupto te metía a la cárcel.

—Sí recuerdo. Te refieres a McCarthy.

—Exactamente, ese. Bueno, mi padre se opuso a ese viejo. Lo criticó demasiado por ser un tipo tan cegado, tan imbécil. Hasta quiso citarse con él para un debate, solo por que tenía el deseo de dejarlo sin argumentos. Mi padre igualmente se las daba de listillo, claro. Pero, ¿qué pasa cuando te enfrentas a miles de ignorantes que no son capaces de cambiar de opinión? Tú pierdes. No hay más.

—¿Lo condenaron?

—Lo acusaron de ser un comunista. Él ni siquiera congeniaba con esas ideas. Lo único que admiraba de los rusos era su música. Le gustaba. Y tener la partitura de Katyusha en un gabinete bastó para condenarlo por ello.

—¿Y tu madre?

—Acabó peor. A algún loco no le gustó lo que hacía. Y por ella condenaron a un hombre negro a la silla eléctrica. No tenían pruebas. Según ellos, el miserable sujeto la había asesinado por entrometida, o algo así, ni recuerdo. —Suspiró—. Gina, nuestro país es como la maldita distopia de un libro, y yo me siento muy responsable por hacer algo. No me gusta vivir en un mundo sin amor, como diría esa canción.

—Te comprendo, Free.

—Está en mis genes hacerlo. Incluso llegué a pensar, de adolescente, que ser lesbiana era una maldición para meterme en problemas. No pedí ser así; no quería terminar como mis padres. Negué mi sangre por miedo, durante tantos años. Y ahora, más que nunca, quisiera hacer justicia. Por favor, Gina, no me vuelvas a pedir que te espere en el automóvil.

Amalia asintió, con los ojos vidriosos.

Dos chicas de California ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora