Capítulo 9

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Georgina Thompson se dirigía a la oficina postal más cercana

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Georgina Thompson se dirigía a la oficina postal más cercana. Tuvo que preguntar a un par de personas, que le indicaron uno a dos cuadras de donde vivía. De nuevo, por la calle se encontró a jóvenes que reposaban en los cofres de sus vehículos adornados con margaritas, fumando hierba. La saludaron, y ella continuó su camino, solo respondiendo con algún movimiento de cabeza.

Había despertado con un gusto amargo. Ahora sabía de dónde provenían todos sus sentimientos traidores. Qué recuerdo tan desagradable era aquel. Ahora se reprochaba a sí misma la idea de haberse sentido atraída por una muchachita a la que ni conocía. No sabía por qué su cuerpo tenía tales reacciones.

Justo después de entrar al servicio postal, se encontró con una joven que aseguró conocerla. Era muy alta, y seguía la moda à gogó de los vestiditos floreados, las botas largas y las melenas abultadas. En lo que se formaban en la fila para enviar paquetes grandes, aquella se presentó como Laura Baywick.

—Soy amiga de Liberty. —Amy fingió desconocimiento—. ¿Liberty Palmer? ¿Recuerdas? El artículo.

—Ah, sí, ella coopera para uno de mis tantos proyectos.

—Uno de tus tantos... ¿pues cuántos proyectos tienes? —preguntó Laura con fascinación.

—El que haré con ella como fuente y... otro.

—¿Y ese que llevas allí es el otro?

—Eh... sí, así es. —Amalia temió por la intromisión. Era el artículo «malo».

—Sí que te ponen deberes.

—¿Deberes? ¡Ah! Sí, me dejan muchos. La carrera es complicada. Mi empleador en el Berkeley Barb es muy insistente con los proyectos.

—Yo pensaba que allí se tomaban las cosas con tranquilidad.

—N-no, no es así.

—Para darte uno sobre nuestro movimiento, y aparte otro, me parece un abuso.

—Sí... Es... un abusador. Todo un abusador. Totalmente.

—No deberías dejarte. De seguro te trata menos por ser una estudiante.

—¿Tú crees?

—En efecto. He tenido colegas que, solo porque están aprendiendo, los tratan mal.

—Me imagino.

—Aunque tú pareces estar bien con ello, ¿verdad?

—No me molesta mucho. ¿Tú vienes a dejar correspondencia también?

Baywick se pensó su respuesta.

—La verdad me las arreglé para seguirte —se delató, acompañado de una risa nerviosa.

Amalia no supo qué responder.

—Perdóname. Quería conocerte. Y ya que vas a hacer nuestro artículo, ¿te molestaría considerarme para aparecer en él? Quisiera dar mi opinión, hablar. Dejaré que me hagas las preguntas que consideres oportunas, pero tengo el deseo de compartir unos argumentos.

—Claro, sí, por supuesto.

—Perfecto. ¿Oye, qué es lo que sucede? ¿Por qué no avanza la fila?

—Parece que están discutiendo.

—Ya se tardaron mucho con la misma señora.

—Sí, eso creo.

—Gina... ¿puedo llamarte Gina?

—Por supuesto.

—Te lo digo con la mayor sinceridad del mundo: no te dejes de ese hombre. Te veo un poco cansada.

—Ayer no dormí bien.

—Eso noto. Está mal, muy mal. Mira, hace años, cuando tenía unos diecisiete más o menos, tuve un trabajo de secretaria aficionada para un hijo de perra. Lo siento —se disculpó con una viejecilla que estaba enfrente, que había volteado—. Este sujeto abusaba de mí cada vez que podía. Me daba mucho trabajo, demencial. Incluso se aseguraba de que no pudiese descansar cuando comenzaban las vacaciones. Yo quería pasármela con mis amigas, pero el tipo insistía en que era para que aprendiera. Se aprovechaba porque era una inexperta. ¿Sabes qué fue lo peor? Este hijo de... este malvado me daba solo trabajo inútil. Descubrí que, lo que podría enriquecerme, lo hacía a un lado.

—Eso es reprobable.

—Exacto. Este tipo solo me mantenía ahí sin propósito alguno. Era como si solo quisiera castigarme. Renuncié, y desde allí no me dejo de nadie que quiera hacerme lo mismo. Ahora la dignidad es lo más importante para mí. Después, ya reformada, encontré a Liberty. Su personalidad me convenció de que ella sí podría cambiar el mundo.

—Sí, yo creo lo mismo. Es muy encantadora.

—¡Siguiente! —gritó el empleado. Atendieron a la anciana.

—Por lo que veo, Gina, te hacen lo mismo. No te aconsejo que renuncies, pero sí que impongas más tu carácter. Piénsalo.

—Gracias.

—Te veo después. ¿Cuándo podrás entrevistarme?

—¿Qué te parece el miércoles de la otra semana?

—¿Jueves? —sugirió Laura.

—Vale, sí, el jueves.

—Muy bien. Nos vemos. —Laura Baywick salió de la oficina postal.

—¡Siguiente!

Amalia llevó su paquete al empleado y se quedó mirando hacia la calle.

«Estuvo cerca».

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Bueno, tal vez pronto publique más seguido. Por el momento ha sido complicada la semana, pero ya habrá más capítulos en menos días.

Llegó un nuevo personaje. ¿Qué impresión les da?

¿Y cómo se sentirían ustedes con un tremendo secreto dentro, mientras deben engañar a todos los que están a su alrededor? Jajaja

Dos chicas de California ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora