Capítulo 11

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El fin de semana se acercaba y Amalia estuvo a punto de cancelar su viaje a la playa con Liberty

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El fin de semana se acercaba y Amalia estuvo a punto de cancelar su viaje a la playa con Liberty. James ocupaba sus pensamientos. Se había asomado por su cabeza la idea de regresar con él. Por esto, quiso escuchar su voz, una vez más.

—¿Hola? ¿James?

—¡Amy! No sabes cuánto te he echado de menos estos días.

—Sí, supongo... ¡Yo también!

—¿Cómo te ha ido?

—Quería...

Se rascó la frente, sin saber cómo abordar el tema.

—¿Querías?

—Necesito hablarte de lo que estoy haciendo aquí.

—¿Te refieres al artículo?

—Sí. Escucha, James, la verdad es que no solo es...

—Lo sé, cariño.

—¿Qué? ¿Qué sabes?

—Sé que no estás allá para simplemente hacer un reportaje sobre la vida en Berkeley.

—¿Entonces Dayton te había contado todo?

James vaciló.

—James, ¿me mentiste?

—Lo siento, cariño, es que no quería que te sintieras comprometida conmigo.

—Hubieras pensado que, al contrario, me harías sentir culpable por ocultarte cosas.

—Perdóname, Amy, no pensé en lo que pasaría. Él me mencionó todo.

—¿Y estás de acuerdo en que lo haga?

—Por supuesto.

—¿No crees que carezca de ética esto?

—Cariño, los negocios suelen ser desagradables —comentó James—. A veces importan más que la ética. Comprendo por completo lo que hagas allá. Si tienes que disfrazarte para calumniarlos, es tu trabajo. Yo no puedo intervenir en algo en lo cual no tengo el control.

Amalia leyó, entre líneas, que tal vez incluso él había roto algunos platos.

—Bien. Te agradezco las palabras. —Colgó y no esperó una despedida. Tampoco era como que James la hubiera requerido. Amy no se encontraba enojada, más bien comenzaba a confundirse. Este impulso inusual la disuadió de rechazar la salida a la playa.

Unas horas después, en tanto mecanografiaba, recibió un nuevo timbrazo. Esperaba que fuese Liberty, para recordarle que la vería, o alguna cosa así, pero en realidad era su patrón. Dayton quiso entregarle críticas constructivas.

—¿Y qué opina?

—Primero que nada, querida Amy, ¡qué buena redacción! Me gustan las palabras que utilizas; le dan cierta agresividad. Parece que una persona muy furiosa aunque sobria está redactando; sin embargo, yo creo que será necesario ser más picante, ¿sabes a lo que me refiero?

—A decir verdad, jefe, no.

—El artículo «bueno» es perfecto. Esa tal Liberty lo leerá y se lo va creer.

—Apuesto lo mismo.

—¡Perfecto! Pero yo leo, por ejemplo, el artículo «malo», y casi no me lo creo.

—¿Es poco convincente?

—No, no me malentiendas. Al contrario: es muy convincente, tanto, que podría confundirse por neutral. Mira, necesito más de ese narrador furioso y sobrio, pero con un poco más de picante.

—Es que no sé...

—Cambia las cosas. No digas toda la verdad. Sé imprecisa. Haz trampa. Métele trucos. No digas «los estudiantes de Free Speech People...», di en su lugar «estos supuestos alumnos», no sé. Que sea más agresivo. Necesito que el lector piense mal de ellos apenas deje la última línea.

—Bien.

—Me sorprendes, Amy, querida. Casi siempre escribes lo que tengo en la mente antes de que te lo diga. Ahora es como si hubieses sentido lástima por esa mocosa.

—No volverá a suceder, patrón, lo lamento.

—¡Ah! Pero no te estoy increpando, muchacha. ¡No! Eres fantástica, mi mejor escritora. Solo no seas políticamente correcta. Es la primera vez que haces algo así. Te comprendo.

—Lo siento...

—No te disculpes, mujer. Solo recuerda que son tiempos de guerra. Quiero para mañana un avance significativo. Espero tus avances a primera hora.

Luego de dejar el teléfono en su base, Amalia sintió un nudo en la garganta. Jamás le habían dicho que no debía dejarse llevar por los sentimientos. Su pasado estaba haciéndole mella de nuevo, y eso era más que inaceptable.

Cuando inició las grabaciones, la voz de Liberty provocó en ella ahora todo lo contrario. Sus manos se enfriaron y sus dedos temblaron. No conseguía tipear una sola letra. El blanco de la página absorbía sus ideas. Para recuperarse, corrió por un cigarrillo y se lo fumó entero, y después de este, uno más.

Listo, ya podía escribir.

Ahora sí fluían las oraciones, más picantes, tal y como Dayton las quería.

Dos chicas de California ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora