Capítulo 19

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Ambas estaban abrazadas en el asiento trasero de la vagoneta, solas

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Ambas estaban abrazadas en el asiento trasero de la vagoneta, solas. Era de noche. Amalia hizo movimientos que anticipaban su regreso al mundo real.

—¡Gina, ya despertaste! —dijo Liberty, desde arriba. La cabeza de la durmiente Wendy había reposado sobre su hombro.

—¿Qué paso?

—Que tuviste un episodio de LSD muy intenso y luego te echaste a dormir.

—¿Qué hora es?

—Las ocho, creo.

—Vaya... —Le punzaron las sienes.

—¿Te duele la cabeza?

—Un poco.

—¿Cómo te sientes?

—Como si hubiera dormido diez horas seguidas.

—Dormiste diez horas seguidas.

—Ay...

—Con cuidado. —La tomó del hombro—. ¿Quieres agua? Joe nos dejó comida y agua. Aunque, creo que los perros calientes ya se enfriaron desde hace mucho.

—¿Tú estuviste todo este tiempo aquí conmigo?

—Pues... Primero intenté despertarte, luego discutí un poco con los chicos que recogimos antes de que tu subieras a la camioneta. Como decían muchas sandeces rebuscadas, ya al final me di por vencida. Llegamos, de nuevo intentamos despertarte, pero solo hablabas incoherencias mientras dormías. Fuimos a las cabañas, dejamos nuestras cosas y yo regresé varias veces para asegurarme de que estuvieses bien. Entonces me dio sueño y me dormí contigo desde las cinco, creo. Todavía había sol.

Amalia refregó sus ojos.

—Gina, ¿quién es James?

—¿Quién?

—James. Lo mencionabas al dormir.

—No sé... Creo que uno dice muchas incoherencias con estas cosas.

Ella soltó una risita. Quizá solo asumió que era un amor del pasado, detalle que no le molestaba en lo más mínimo.

—Qué hambre tengo.

—Como te digo, ya ha de estar todo frío, pero ten. Cortesía de Joe Lauria.

La periodista comió en tanto Liberty le contaba sus ocurrencias y peripecias. El tema era el tabernero. Con aquel hombre sentía la joven mucha gratitud, por lo paternal que resultaba su cuidado hacia la comunidad estudiantil. Amalia escuchaba con atención y reía con autenticidad a cada locura suya. Había una manera muy intrincada en ella de contar las cosas, pues solía irse por las ramas y Amy debía recordarle a cada minuto el punto.

Cuando acabaron, Liberty recordó algo.

—Joe dijo que a las nueve íbamos a reunirnos en la fogata. ¿Quieres ir?

—Estaría bien.

—Por cierto, le insistí a Joe que apareciera en el segundo artículo. Aceptó. No sé si sería mucho pedir que lo incluyas. Es probable que se deje entrevistar ahora mismo.

—Claro, no hay problema.

—Encontraré la manera de pagarte por el segundo artículo.

—Tú sabes que no te cobraría nada.

—Ay, Gina, sí eres mi ángel especial. —La abrazó—. ¡Es verdad! ¿Por qué lo hiciste?

—¿Qué cosa?

—Drogarte. ¿Qué demonios pasaba por tu cabeza? Hablando de demonios, no sé si ya hayan sido las nueve. Se supone que si no despertabas para entonces, él vendría a ayudarme a despertarte, y como no ha venido...

—Antes de que me pierda con tu manera de hablar, Free —esbozó una sonrisa amable—, te responderé. Creo... Creo que quería experimentar, saber qué se sentía.

—Bien, es válido, pero no vuelvas a hacerlo, porque te juro que me asusté. Dicen que cuando te asustas te pueden dar paros cardiacos. ¿Sabes que el corazón en realidad es un órgano muy sensible? Una vez oí de un hombre que... Está bien, ¡ja, ja, ja! Vamos al campamento.

—Sí, pero quiero pasar a cepillarme los dientes.

Liberty le mostró el lugar, que era muy similar a un pueblo muy pequeño. Una calzada principal discurría por el centro. Las cabañas estaban bastante separadas, y la visión entre ellas se dificultaba gracias a la vegetación. Tampoco faltaron los emblemas hippies, los cuales colgaban de las cornisas y adornaban los pórticos. Unas mantas expresaban también su gratitud hacia Eric Burdon, el músico que había despilfarrado parte de su fortuna para que la comuna pudiera subsistir un tiempo más. Qué gran táctica de mercadotecnia, pensó Amy.

Llegaron a su cabaña, la cual resultó ser para ellas dos nada más; una conveniencia muy bien planeada por algún maléfico villano. Gracias a un reloj de pared, por cierto, Free pudo constatar que faltaban veinte minutos para las nueve.

Después de hacer su faena, la joven periodista se caracterizó de Gina por nueva cuenta, ahora con su suéter de tortuga y sus pantalones ajustados. Se sintió diferente, tanto, que se acercó a Liberty con cierta pretensión.

—¿Qué? ¿Qué tienes? —preguntó Liberty, entre risas.

Sin mayor consideración, Gina comenzó a acariciar el cabello de la muchachita, escondiéndole mechones detrás de la oreja, como le gustaba hacerlo. La otra no decía nada, pero se mostraba expectante. Se miraron los ojos y enseguida la boca. De pronto, quien tenía la voluntad, se dispuso a cumplirla. En consecuencia, a Free se le escapó un gemidito y Gina procedió a subir la intensidad. Ambas se liberaron de la tensión muy pronto, y no solo eso, sino que la más joven procedió a quitarse el chaleco de tiritas, que cayó al suelo y se enredó entre las pisadas. Pero, como si un botón mágico se activara en la cabeza de Gina, esta se dejó dominar por sus típicas ideas, regresó a la realidad y, además de quitarse a Free de encima, la aventó contra la cómoda. Aquella chocó de espaldas y casi tiró una lámpara.

¡Esta es la marca de las 20,000 palabras! Llevas: 20,133.

—¡¿Qué carajos, Gina?! —Cubría sus labios con los dedos.

—Lo siento... —divagó entre culpas, pero acto seguido dijo con seguridad—: Se nos hace tarde para llegar con Joe.

—Pero ¿qué...? ¡Me empujaste!

—Se te cayó. —Señaló elchaleco de motivos vaqueros, cual si nada—. Apúrate y vámonos.

Dos chicas de California ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora