Capítulo 4: Danzar en los recuerdos

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El reloj suena como cada mañana, a la hora exacta, las seis

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El reloj suena como cada mañana, a la hora exacta, las seis. Annie es incapaz de levantarse con este sonido, no es hasta que siente un ruido de un cuadro cayendo que logra volver en sí. Un viejo cuadro de la ciudad en sus bellos tiempos, cuando la mayoría de personas emprendedoras no la habían abandonado.

—¿Qué hora es? —nota que está en su habitación. Poco a poco van volviendo los recuerdos de esa madrugada y la deja asustada abrazando su propio cuerpo, pero el impacto es mayor al mirarse los pies y notar que está descalza—. No, no, no, no, no puede ser ¿¡Cómo puedo ser tan idiota!?

La chica es consciente de que había dejado una prueba muy importante en la escena del crimen.

—Tranquila...A lo mejor aún no las encuentran...Tal vez estoy a salvo. —Se dispone a arreglar todo para la escuela, tomar los libros, cambiar esta imagen deshecha en preocupaciones, que no deja viva una uña, en una estudiante ejemplo.

Al salir a la sala la sangre se le hiela. No como siempre ante golpes, sino por la imagen tan poco probable que hay frente a la puerta de su casa, aún dentro. Los zapatos perdidos de la noche anterior, esos que no debían estar en su posesión, se encuentran manchados de sangre y con una nota con una carita sonriente acompañada del escrito.

"Me debes un favor :)".

Sea quien sea el causante de esto, tiene la posibilidad de entrar a la casa a voluntad.

—Calma...Héctor...Pudo ser él, pero... —Sus latidos se aceleran, no por amor, sino por lo indefensa que se siente.

Corre rápidamente hacia las botas y las mete en una bolsa de plástico en su mochila para salir luego del recinto. Por suerte los pasillos están vacíos, cosa rara, este lugar es una morada para los chismes y despojos sociales, todos siempre al pendiente de la vida del vecino, sin dejar de dar lástima en cuanto a sus propias situaciones, es sorprendente que tuvieran tiempo para algo más. Annie baja de forma rápida las escaleras sintiéndose acosada. Sus manos están envueltas en temblores, pero agarra fuertemente las asas de su mochila como medida de control.

—Hola, mi niña —una voz conocida le sorprende cuando llega a los pisos bajos.

Es una anciana que recientemente había sido acusada por venta de drogas. El dinero no le alcanza para vivir desde la muerte de su hijo y esposo en un accidente, esto le llevó a vender los medicamentos que le recetan los doctores.

—Hola, señora Gloria... —responde tratando de dejar clara la mayor normalidad posible.

—Annie, necesito hablar con tu padre, me debe cierto dinero, ya sabes...

Su padre últimamente pasa poco en casa, y si lo hace es por tiempo limitado. Las deudas lo tienen hasta el cuello y no todos son personas indefensas como la anciana del primer piso.

—Vino ayer, pero con la misma se fue. Perdone, es que llego tarde a la escuela.

Sin más preámbulos se adelanta a salir corriendo de ese edificio. Siente que mientras más se aleja, más en peligro está; ver a cada persona pasar le hacía ver la cara sonriente de la nota.

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