Capítulo 10: Quiero el oxígeno

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Annie logra quedarse dormida en el sofá de casa de Héctor tras todo el jaleo

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Annie logra quedarse dormida en el sofá de casa de Héctor tras todo el jaleo. A pesar de la incómoda superficie, el sueño y agotamiento mental le pasan factura. La despierta el hambre tras reaccionar al aroma que sale de la cocina. Primero se asusta, dado que no reconoce el lugar, pero va recordando todo y empieza un ligero ataque de ansiedad que logra controlar.

—Annie ¿Despertaste? —Se asoma el hombre desde el umbral de la cocina con un delantal color negro.

La chica había soñado tantas veces con esto, el llevar una vida junto a él, a lo largo de esos tres años.

—Estás en mi casa, despertaste a buena hora, casi tengo listo algo para que comas. —Le dedica una sonrisa tranquilizadora a la joven.

—¿Qué hora es? —Dice en un bajo tono y le suena la tripa. Se reincorpora en el sofá para luego dirigirse hacia Héctor. Las manos le arden un poco por las heridas visibles de los arañazos.

—Son las ocho, puedes quedarte descansando, no te fuerces. —Le pone una mano en el hombro y señala la cocina con la otra—. Te estoy haciendo algo sencillo, espaguetis con albóndigas. —No olvidemos que él no goza de la mejor posición económica.

—Lo que sea que hagas me va a gustar. Hoy no he podido comer nada en todo el día, entre un tema y otro —hace una pausa y prosigue—: Héctor, perdón...por la escena de esta tarde. No sé qué me pasó...

La chica cae en cuenta de que no le creerían por mucho que intentara contar lo que experimentó, y menos podía arriesgarse a perderle.

—Olvídate de eso por ahora o te va a caer mal la comida. Mira... —Se acerca a la mesa y le entrega a Annie un pijama—. No lo he usado, la compré hace unos días. Puedes quedártelo. Con esto me refiero a que te des una ducha.

Sus mejillas se tiñen de rojo ante la idea de bañarse en casa de Héctor, lleva la vestimenta a su pecho y asiente. De alguna manera se siente cómoda.

—Lo haré ¿Es igual a la de mi casa?

—No, no lo es, hice algunos arreglos. Te llené la bañera, puedes demorar lo que desees. —Pasa la mano por su cabello, acariciándola—. Tendré la comida lista cuando salgas.

La chica asiente y le mira a los ojos un segundo, ella todavía conserva las bolsas hinchadas debajo de los ojos.

—Héctor, gracias, en serio —dice de forma suave.

"No sé qué haría si te pierdo", piensa.

—No tienes que agradecerme, esto lo hago porque quiero, no tienes que darme nada tampoco, solo descansa.

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