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Toc, toc, toc. La lluvia, caía sobre mi cabeza y mi ropa, poco me importaba ahora. Me sentía perdida. Volví a golpear la puerta, no me interesaba que Satoshi me llamara la atención por la insistencia. ¿En que momento todo empezó a salir mal? Recuerdo salir corriendo de la academia, un segundo voltee a ver a ambos chicos que me ayudaron pero ya no estaban, como si se hubiese tratado de sus fantasmas. Cubrí mi cabeza con el gorro de la chaqueta y corrí, mi cerebro movía mi cuerpo hasta llegar a los pies de la conocida montaña. Fue sorprendente ver la lluvia caer ahí, miré a mi alrededor, confirmando la ausencia de cualquier persona, y comencé a subir. Hasta ese día no había notado lo alto que Satoshi vivía, sentí vibrar mi celular, entrando en pánico lo apague tirándolo al fondo de la mochila; fue entonces cuando voltee a la ciudad y me di cuenta de la realidad, estaba siendo perseguida por quienes prometieron protegerme. Caí al lodo cubriendo mis pantalones de tierra mojada y volví a llorar, las ardientes lágrimas salían de mis ojos, las sentía quemar mis mejillas pero al bajar la vista a mis palmas seguían siendo agua. Me puse en pie y corrí hasta la puerta de la conocida casa. 

El alto hombre, en su típica ropa oscura, abrió la puerta, probablemente extrañado de mi rápida vuelta y mi asqueroso aspecto. Igual que el día que llegue, dejo la puerta abierta y entró, lo seguí dejando mis zapatillas en la entrada junto con mi mochila y chaqueta.

- Espero que tengas un cambio de ropa, no vas a entrar así -habló, desapareciendo en una de las habitaciones-.

Hundí mi brazo en la mochila. La tierra y hojas húmedas ya se habían secado de la tela impermeable del bolso que cargaba y caían pedazos al suelo limpio. Alcancé el único pantalón de buzo negro y polera verde acorde al clima que alcancé a sacar en el apuro y me dirigí al baño. Había dejado de llorar, lo note al entrar al agua de la ducha, el agua tibia calentaba mi rostro sacando la suciedad del día y la montaña, llevándose los turbulentos pensamientos que invadían mi mente. Caí de rodillas, viendo como se iba de mi lo que quedaba de tierra, mis uñas intentaban clavarse en el duro suelo donde caían las gotas. Cerré los ojos, escuchando las gotas chocar contra mi piel y volví a levantarme. El agua dejó de correr pero el vapor quedo encerrado esperando a salir, terminé de vestirme y mire el empañado espejo, no había nada más que la silueta de una persona. No podía limpiar el espejo, si revelaba la silueta entonces esa persona tendría un nombre, una historia, tal vez sería una persona que quiere un futuro, alguien con un pasado, estaba agotada de ser una persona con un pasado. El vapor acumulado en el claustrofóbico baño comenzaba a ahogar mis pulmones, las húmedas baldosas me mantenían en la realidad, y el presente me llenaba de ira. Salí respirando un aire más frio y menos asfixiante. Un aroma familiar a té verde me llevo al comedor donde encontré al alto hombre de pelo negro sentado con ambas tazas de té esperando a mi llegada. 

- ¿Vas a hablar? -preguntó cuando casi terminando el té-

- Tienes el Shinen, ¿No?. Deberías Saberlo -repliqué tomando el último sorbo-.

- Como utilizo mis dones no es de tu incumbencia Nakamura -contestó suave-.

- ¿Y como yo utilice los míos si es la tuya? 

- Pueden no serlo, pero entonces tu tampoco lo serías -dijo levantándose-.

- Me están buscando -contesté rápidamente-. Tuve un problema en la academia y ahora creen que soy un peligro. Satoshi, quieren llevarme a Tártaro.

Levanté la vista, encontrándome con los profundos ojos rojos de Satoshi mirándome fijamente. Asintió levemente con la cabeza sin quitar la seriedad habitual de su rostro. 

- Comprendo.

- ¿Comprendes? No hay nada que comprender, son un montón de idiotas que creen saber una verdad inventada por ellos -exclamé furiosa-.

MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora