Capítulo 6

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El pitido se transforma en silencio, luego en un murmullo que contiene las quejumbres de la gente y los disparos desde afuera, sumado por otros ruidos de la naturaleza..., pero estoy seguro que Alín escucha todo eso y mucho más, a cientos de kilómetros.

Nos incorporamos del suelo lleno de escombros en su mayoría nocivos: frascos rotos desparramados por todo el lugar, cables cortados que chispean peligrosamente y podrían electrocutar a alguien que caminara cerca... Al levantarme, noto que esos cables provienen de un techo, que ya prácticamente no existe. Se puede sentir el frío de la noche que cae sobre nosotros. Las estrellas que iluminan otorgan esa ilusión óptica de que se estrellan desde cielo, pero también el humo que sube las cubre, para que no se estrellen y se pulvericen sobre nosotros.

El suelo se mueve, es como estar en un gran pantano, aunque no es exactamente un pantano sino mi mente que se siente aturdida, ya que todos mis sentidos se revuelven. Es como estar borracho o intoxicado por drogas.

—¡No se acerquen! —escucho gritar a alguien, en el pasillo principal—. ¡No respiren el aire!

Busco por encima de mi hombro; quedo preocupado, aún mi mundo da vueltas y no sé qué está provocando tanto revuelo. Los demás comienzan a cubrirse la boca con sus camisas, con pañuelos o simplemente con sus propias manos, escuchando unos pequeños gritos minuciosos y más quejumbres. Alín está asustada, incluso podría adivinar que siente esta misma sensación de borrachera, escuchando además las respiraciones de todos los que estamos aquí, percibiendo cada cosa que pasa a su alrededor, o eso es lo que me parece al verla.

—Quédate aquí, vendré de inmediato.

Decido averiguar qué ocurre saliendo del pasillo del mostrador, pasando por los escombros con pasos atontados, chocando mi brazo izquierdo con el estante firme, como algunos que me acompañan para saber por qué hay tanto alboroto, dando tumbos aturdidos y mareados. Sí, en realidad lo que deberíamos hacer es escapar, pero a veces en un estado de shock no lo hacemos y nos quedamos en el mismo lugar, esperando lo mismo. Cuando llego a ellos, me quedo inmóvil, me tapo la boca de inmediato al percibir ese hedor a podredumbre quemada que emerge de un cuerpo vivo, picándome y ardiéndome lentamente los ojos y los orificios nasales, dejándome más mareado de lo que ya estaba.

Una Militar está retorciéndose lentamente en el suelo: partes de su cuerpo están derretidas y otras partes quemadas, como su cabello, cejas y ropa, también su piel luce algo pegajosa y escurridiza. A su alrededor la mayoría ya están muertos por similares circunstancias. Aguanto a duras penas el impulso de vomitar. Ella sigue con vida, emite sus respiraciones lentas y ruidosas como si se estuviese ahogando. Mis ojos comienzan arder, me duelen con cada pestañeo, adentrándose en mi cabeza, como un dolor de migraña, dándole un temblequeo a todo mi cuerpo a punto de desmayarse.

Un Militar que conoce mi madre, se aproxima a la bola metálica que sigue intacta un poco más allá de la chica quemada. Toma con precaución esa bola metálica y comienza a examinarla con sus manos y ojos, rotándola una y otra vez, buscando una respuesta. Al ver su rostro me sugiere que ya sabe la respuesta, sólo que busca no alterar a todos los que nos rodean.

—Es ácido sulfúrico —susurra él.

Algunos le miran de inmediato al escuchar aquellas palabras, recordando sus consecuencias letales. Sorprendidos, tal vez, de las armas que están usando los Encapuchados para hacer este nuevo atentado, sólo para asustar a los gobiernos, que de seguro ya están planeando una estrategia para salvar San Francisco.

—Lo que arrojaron es ácido sulfúrico, para matarnos con mucho dolor —dice nuevamente, mirándonos, anticipando las consecuencias—. Y creo que tiraron otra bomba para provocar la explosión, pero que ya se ha convertido en fragmentos tirados por doquier.

Ladrones de Insignias © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora