Hay un silencio profundo, y eso me molesta.
Mamá no ha dicho nada desde que nos refugiamos, antes de que cayera la noche, y todavía puede que aparezcan... ellos. Aunque en realidad no me preocupo por "Ellos" sino por mi entorno: es un despacho pequeño, con cajas amontonadas, y pienso que no me gustaría pasar aquí toda una noche. Es incómodo, estrecho y claustrofóbico y oscuro, pero no digo nada. Mi madre me dijo que este es un almacén muy idéntico a un supermercado, y un buen lugar para pasar la noche.
Hace un rato nos hemos alimentado con algunas galletas y gaseosas. Tenía mucha hambre, y aunque las galletas no eran mis favoritas, me las comí. Pero no es suficiente, y no es el hambre...
—Extraño a Soer —susurro.
—Estoy tratando de modificar el comunicador para poder alcanzar la señal hacia al receptor de Símon. En unas horas podré comunicarme con ellos y saber en dónde están, para estar con Soer. —No sé si me ha ignorado o ha respondido bien mi comentario. Ella lo nota—. Vamos a estar con él muy pronto, no te preocupes pequeña.
Al verla, con sus manos ocupadas en esa radio, me hace respetarla. Quizás nunca le dijo, "Te quiero" a Soer, pero ahora puedo estar segura que ella desea decírselo en este mismo instante.
Unas pequeñas lámparas de mano alumbran nuestro escondite. Siento que mis manos tiritan, pero las tenso, para que ellos no me vean desesperada o desconcertada por algo. "No hay ventanas, ni conductos de aire". Tres lámparas alumbran muy bien esta pequeña y apretada sala, como si fuese una fogata alrededor de nosotros.
Experimento el mismo calor que he sentido por años cuando estoy en un lugar muy estrecho, sintiéndome sofocada, incómoda, pero no lo quiero demostrar. No quiero preocuparlos, dándoles más problemas.
—¿Crees que aún haya personas escondidas en sus casas? —Interroga Spen, observando la envoltura de un chocolate.
—No lo sé, hijo. Lo único que supe, antes de que se cortara la comunicación, es que hubo una evacuación masiva...
—Pero el Golden Gate fue destruido... con las personas allí.
Agacho la cabeza. No quiero recordar esas imágenes que mi mente me ha mostrado. Era como ver una película de desastres.
—La ciudad es grande, no creo que Los Encapuchados hayan gobernado todo San francisco. ¿No? ¿O es que ya no queda nada en esta ciudad?
Me da miedo cuando Spen está tan serio o habla mirando la linterna, como si nada le importara. Mamá sigue ignorándolo. Los dos se convierten en otras personas, unos desconocidos, y me produce pánico no reconocerlos.
—¿Estás bien, Alín? —pregunta mi madre, dándose cuenta de mi actitud.
Sonrío tontamente, mostrando mi timidez a los dos. Aunque esté con ellos, me siento algo insegura, intranquila, y sola, sin Soer.
—Es que me limito a escucharlos —digo la verdad en voz baja, mirando una de las lamparitas.
Ella me regala una sonrisa pequeña, (falsa). Este momento es extraño, siento que son desconocidos, pero a la vez son mi familia. No sé qué decir en momentos tan silenciosos, tan oscuros, y tan encerrados. Contemplo mis piernas que están cruzadas, apoyo mis manos en las rodillas como si estuviese a punto de meditar un recuerdo, como lo hacía la tía Ester. Tomo aire con tranquilidad, pero capto que no hay oxígeno en mis pulmones. Esto me está sofocando poco a poco, robándome todo el aire que tenía. Las imágenes que ven mis ojos se mueven con lentitud, y me hacen sentir mareada.
—¿Puedo salir a tomar aire?
Ellos me miran rápidamente con urgencia, lo puedo sentir. "Me cuesta respirar, pensar, hablar e incluso moverme con agilidad", explico, "ocurre que soy claustrofóbica".
Me levanto de un salto y doy unos pasos torpes hacia la puerta, chocando con unas cajas que estaban justo al lado de la entrada. Salgo de la pequeña sala y caigo al suelo, volviendo a respirar con rapidez. Mis manos están pegadas al suelo helado, congelándose de a poco. Sólo escucho mi respiración alterándose. Todo está oscuro, no veo nada, pero lo que más me preocupa es poder volver a respirar con tranquilidad y dominar mi claustrofobia. ¿Por qué tengo tantos problemas? ¿Por qué me lastimo a mí misma en estas circunstancias? ¿Por qué no puedo superarlas? ¿Será porque soy una niña viviendo en un tipo de realidad que no le corresponde? Sé que también los adultos tienen dificultades, pero yo no puedo curarme, no puedo superarlas, menos en estos momentos difíciles que llegaron de golpe.
Oigo pasos detrás de mí... sé que es Spen, mi mente me lo acaba de mostrar. Mis rodillas también se congelan, posando como si estuviese rezándole a un Dios antiguo; mi cabello suelto toca el suelo, sin importarme que se ensucie. Aparece ante mí una luz blanca, calmando mi miedo a la oscuridad.
—¿Eres claustrofóbica?
Afirmo con la cabeza, bañándome de tranquilidad. Me muevo lentamente y me siento en el suelo, dando un respiro profundo y calmado, se ha ido, pero no para siempre, sé que volverá. ¿No?
Spen se sienta a mi lado, rozando su brazo con el mío. Se queja de lo frío que está el suelo, pero eso a mí no me preocupa. Aunque también sé que a él no le interesa el suelo helado, sino el estado en que me encuentro.
—Cuando era más pequeña, aún viviendo en Vervena, iba a clases, entré a un ascensor y éste dejó de funcionar. Me quede atrapada —explico, casi con un ahogo en mi forma de hablar—. Me rescataron los Reclutas y me dijeron que había estado encerrada 7 horas. Ahí empezó todo. No me gusta estar en lugares cerrados y pequeños, menos todavía oscuros.
Él trata de comprender mi situación, escuchándome, quedándose a mi lado para acompañarme en este proceso de volver a la normalidad. Y, a pesar de ser familia por 4 años, aun así, nunca he querido contar aquello. Lo único que saben es que le tengo miedo a la oscuridad.
—Ojalá algún día lo superes.
Esbozo una sonrisa. Miro sus ojos que me dan felicidad.
—Y si no puedes, yo te ayudaré. Eres mi hermanita —promete, dándome un gran alivio por su voz suave—. Todos algún día tendremos que superar nuestros miedos, superar nuestros retos, las dificultades. Sólo tienes que buscar el momento adecuado para superarlos, sin importarte nada de lo que pase a tu alrededor, solamente superarlos.
Fijo la mirada en el suelo, escuchando y entendiendo cada palabra. La poca luz que hay me llena de alegría y paz.
—Lo sé. Sé que tengo que superarlos.
Reímos por unos segundos. Nos levantamos del suelo, él me ayuda ya que aún me cuesta conseguir armonía en mis movimientos. Nos dirigimos a la salita en donde mamá sigue arreglando esa radio. Me siento en un rincón a dormir, tengo mucho sueño. Spen decide dormir a mi lado, mientras que mami intenta comunicarse con Símon y los demás.
Despierto y me siento un tanto atontada. Veo a mamá levantarse. Restriego mis ojos llorosos.
—¿Qué sucede...?
Mamá hace un sonido para que me calle. Se agacha un poco y trata de escuchar lo que sucede allá afuera. Me doy la vuelta para despertar a Spen, muevo su hombro para que reaccione, y lo hace. Iba a preguntar algo, pero también le hago ese sonido que hizo mamá hace un momento.
Mi concentración se va, se marcha a otro lugar. No es en donde estoy yo ahora. Cierro los ojos para ver mejor y escuchar lo que más pueda. Escucho unos pasos que no quería escuchar: los Encapuchados aparecen en la calle, un grupo de unas 9 personas, a la derecha, con armas que parecen rifles en sus manos, y otros armamentos que no logro reconocer. Varios de ellos se separan y van ingresando a las tiendas, una por una. Abro los ojos y reacciono al escuchar que unos están por ingresar a la tienda en la que estamos... Todo vuelve a mí. Mami se mueve y yo me siento asustada.
Tomo la mano de Spen. Él, sin entender lo que sucede se mantiene en silencio, como mi madre. Veo que ingresan y comienzan a examinar cada pasillo, cada lugar mientras se acercan de a poco a nosotros.
Cada vez están más cerca y eso me aterroriza.
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Ladrones de Insignias © (Libro 1)
Teen FictionHace 39 años, ocurrió una guerra en Chile, que separó al país en dos. Los causantes de esa guerra y división, los temibles Encapuchados, llegan ahora a San Francisco, causando terror y muerte por las calles de la ciudad. Alín, una niña de 10 años...