Capítulo 5

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Alín tiene razón.

Miro a los Militares que aún siguen dentro del supermercado, corriendo hacia la salida para ver qué sucede o más bien intentar ser útiles para alguna cosa. Inconscientemente mi cuerpo se mueve, abrazando a Alín con fuerza mientras ella chilla, cubriéndola con mis brazos que sueltan nuestras mochilas y caemos juntos al suelo, mezclándonos con una explosión que se desgrana adentro, algo que también he presentido. Todo se remece como un sismo; los dulces y chocolates caen al suelo y encima de nosotros, también veo que caen escombros desde el techo que se abre en un boquete por donde ingresa una luz. Cubro a Alín con mi cuerpo para que no salga lastimada. Sus gritos se mezclan con más remesones fuertes, como una seguidilla de terremotos, mientras un calor como el de un incendio avanza arrasando mi espalda, quemándola de a poco.

Escucho gritos y disparos cada vez más cerca. Ellos ya están dentro del supermercado, es la primera información que llega a mi mente, aquel presentimiento llega de improviso. El polvo de los escombros nos hace toser. Levanto mi cabeza para ver el pasillo de la entrada, pero me resulta difícil por el oxígeno cortado que se mezcla con el polvo. Cáspian también tuvo el mismo reflejo de proteger a su hermana.

—¡¿Están bien?! —doy un alarido.

Ellos asienten.

—¿Ustedes?

También asentimos. Me levanto con poca agilidad, y al enderezar mi espalda siento mucho dolor, y al pasar mi mano por mi espalda siento una textura diferente en mi chaqueta. Supongo que se ha quemado un poco. Alín se sienta, escondiendo su rostro, abrazándose a sí misma. Verifico, al acercarme, que no tenga ninguna herida, raspones o dolores en el cuerpo. Miro detrás de mí, intentando controlarme.

—Quédense aquí.

Cáspian obedece y levanta a su hermana, cerciorándose si tiene alguna herida. ¡Maldita sea!, las sombras aparecen traspasando la puerta. Los veo aún cuando apenas uno de mis ojos se asoma por el borde del estante, estando yo agazapado, arrodillado en el frío suelo. Los Encapuchados, vestidos de rojos, con máscaras de gas, vienen avanzando poco a poco, con pasos ligeros y sigilosos por el pasillo de entrada, disparando con frialdad a quienes encuentran, que van cayendo al suelo como peso muerto. Silenciosamente me retiro de aquí y llego donde ellos, Alín se tapa los oídos y chilla, Judith también tiene el mismo miedo. Ayudo a Alín a levantarse, que es lo único que me importa: su vida.

—Salgamos de aquí sin hacer ruido —susurro.

Asienten, y a mi pequeña le llega ese pánico con pequeños hipos de llanto, por primera vez la veo de esta manera: empolvada de pies a cabeza con ese color gris del polvo que sigue llenando nuestro oxígeno y que cubre nuestra ropa y todo el lugar.

—Alguien se acerca —susurra Alín, algo asustada.

Miro la entrada del pasillo en que nos encontramos, entonces es cuando uno de los Encapuchados, aparece delante de nosotros.

—¡Corran ¡Corran!

Corremos justo cuando el Encapuchado comienza a disparar con euforia, pero creo que no tiene muy buena puntería ya que dispara a nuestro alrededor como generando círculos, aunque a veces se aproxima peligrosamente a nosotros, eso lo presiento. Corremos hacia otro pasillo, a nuestra izquierda, en donde encontramos a un Encapuchado muerto. Nos detenemos y rápidamente decido tomar el arma que lleva el Encapuchado, un rifle, que está colgando desde su cuello con una correa muy gruesa.

—¿Desde cuándo sabes usar un arma? —interroga Cáspian, tomando la mano de Alín y Judith.

—Desde ahora —le gruño. Él está a punto de burlarse de mí...— ¡No empieces con tus chistes, Cáspian, no ahora!

Lo escucho reírse quedamente, siempre es así. Retiro por fin el rifle del cuello del Encapuchado, mientras observo que Cáspian también quiere ayudar para que podamos salir.

—Cáspian. No lo hagas, tú solo cuida a nuestras hermanas.

Él me hace caso y se acerca a Judith y a Alín, tomándolas por los brazos: tiene fuerza este chico, sin importar lo flacucho que se ve. Dos Encapuchados aparecen ante nosotros, pero lo raro es que no llevan armas... pero si cuchillos largos.

—¡Soer! —grita Alín.

Como he entrenado con armas, un entrenamiento obligatorio de Moon, disparo a los dos que se acercan casi corriendo. Yo pierdo la cuenta de los disparos que doy. En medio de la muchedumbre de ruidos y más ruidos, veo que han caído al suelo como sacos de papas. Muertos.

Alín se baja de los brazos fuertes de mi amigo, y corre hacia a mí, dando uno de esos fuertes y largos abrazos; parece estar sollozando.

—Vámonos, antes de que esto empeore.

Tomo la mano de Alín, ella agarra la mochila que yo había tirado al piso antes de robar el rifle y caminamos hacia la puerta de entrada. El desastre que está quedando afuera es impactante: los Encapuchados disparando a los Militares que nos protegen y viceversa, unos mueren y otros se esconden, corren, gritan, disparan, mueren, y se repite.

—¡No pueden salir, es muy arriesgado! —Grita una Militar, observando lo que estamos haciendo—. ¡Vayan detrás del mostrador! ¡Ahora!

La veo de reojo, no es tan alta, y su cabello rubio y corto parece estar sedoso, pero también está bañada en polvo. Como yo, como todos. Su pantalón está rasgado como si una espada lo hubiera cortado. Admito que su disposición de protegernos es la misma de Moon. Uno de los Militares, un tipo calvo y bajo, nos lleva hacia una esquina, esquivando algunas balas, siendo protegidos por sus compañeros. En esa esquina me encuentro con una fila larga de niños y chicos de mii edad, sentados en el suelo, cubriéndose detrás de un mostrador de madera que sirve como barrera de protección. Me siento en el suelo, apoyándome en el mostrador, Alín me abraza y miro a Cáspian que está en frente de mí.

—He perdido al Señor Motas —llora Alín, escondiendo su rostro en mi hombro, abrasándome.

—Tranquila. Podrás encontrar a otro —le conforto como puedo.

Veo a los niños acurrucándose entre ellos, solos, asustados, llorando, abandonados. Me duele verlos así, sintiendo lo mismo por Alín. "Quiero a mami" susurra ella en mi hombro. Lo sé, sé que quieres a mami. Le abrazo con más fuerza, y es cuando más se aferra a mis brazos.

—¡No hay ninguna puerta de emergencia! —informa alguien detrás de nosotros.

—¡Entonces rompan una muralla..., no podemos quedarnos aquí! —No sé quién ha gritado—. ¡Vamos, apúrense!

—¡Sí, señor!

No sé qué sucede allá atrás en la entrada, solo veo unas enormes vitrinas de empaques de latas de arvejas o durazno. Por un momento, capto que los disparos desaparecen y las bullas se calman. Nada más consigo escuchar algunos llantos o pequeños gritos, quizás por el dolor de alguna herida o pérdida. No lo sé. Sin importar que Alín esté en mis brazos, ella sin querer soltarme, intento darme la vuelta para agazaparme. Los Militares están escondidos en algunos estantes llenos de frutas que de seguro están esparcidas por toda la sección. Constatar que no hay reflejos en la entrada, me hace pensar que ya no hay ventanales.

—Quiero salir de aquí. —suplica Alín, ahora escondida en mi pecho—. Vienen más.

Miro de nuevo hacia la entrada y los disparos se aproximan otra vez. Uno de ellos, el tipo más grande del grupo enemigo que está en la entrada, blandiendo escudos, arroja algo hacia nosotros: esa cosa cae al suelo de cerámica y rueda hasta quedarse quieto enfrente de los Militares, muy cerca de sus pies; es una bola metálica que produce pitidos incesantes cada vez más ruidosos hasta convertirse en una sirena.

—¡Es una bomba! ¡Corran! —grita alguien.

—¡Cúbranse! —le grito a los niños.

Eso estalla, y nuevamente protejo a Alín arrojándome sobre ella, para que no le caiga nada encima, como aquellas latas. Escucho gritos, y percibo nuevamente los remezones como terremotos; el suelo da un tirón haciendo que lo sienta con gran fuerza. Reacciono y me afirmo con mis hombros, para no caerme encima de ella y provocarle algún daño con mi cuerpo. Pero eso se detiene al cabo de unos segundos... sólo hay un pitido doloroso en mis oídos.                                                                       

Ladrones de Insignias © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora