La Sala Comedor del hotel sigue siendo impresionante. Es enorme, de tres niveles, como los teatros que he visto en revistas públicas, con grandes mesas de madera ampliamente infinitas, sólo hay unas pocas, con ese color caoba que ha quedado impregnado en la madera. En el gran pasillo, al costado, hay una enorme cocina... Los cuadros que cuelgan desde los gruesos pilares le dan un toque elegante con sus detalles azules y blancos. Parece un paraíso.
En una esquina puedo ver una gran escalera que sirve para llegar al siguiente nivel o piso del comedor. Pero todo este hermoso lugar, ha desaparecido.
El suelo es el mismo que el de la entrada, blanco con negro. ¡Como el juego de ajedrez!
—¡Alín, Soer!
Brooke nos llama, apoyada en una de las pocas mesas, cerca de Spen, a nuestra derecha, cerca de la cocina abierta. Ella nos hace una señal para que nos unamos a ella. Caminamos, sorteando algunas mesas que son como laberintos infinitos, pero más bien un laberinto roto, donde faltan mesas y sillas... Mi mirada despistada deambula por los detalles de este lugar espectacular, como una niña boba. Los niños, la mayoría corren, jugando, otros están sentados en el suelo, como si este lugar fuera un campamento.
Inclino la cabeza, ya que comienzo a marearme, mientras paso cerca de una mesa que despierta millones de sentimientos, sensaciones extrañas dentro de mí y que no sé cómo nombrar. Mi Salvador, Símon, lee un libro a la niña rubia, su hija Alex. Al pasar junto a ellos no se percatan de mi presencia; eso me rompe el corazón de una manera extraña.
Al llegar, Soer suelta mi mano con delicadeza y se sienta en una silla, como si no le importara nada; apoya sus brazos en ella y ahí se queda, como esperando a que esto se termine, o que nos lleven otro lugar, como dije, no podemos hacer nada, somos niños. Aunque yo también no sé qué hacer ahora: simplemente estamos aquí.
Me siento en frente de mis hermanos. Escucho la conversación donde mencionan a la abuela de Brooke, y Ramona, dice que ella está mejorando gracias a las medicinas, por eso Brooke está mejor de ánimo, dándose unos minutos para despejarse y luego volver a cuidarla. Me alegra que su abuela esté mejorando, pero nadie me dice qué tiene ella que estaba tan mal.
De repente, una niña rubia de trenzas gruesas, llega ante nosotros, es la hija de mi Salvador. Noto que es de mi altura y su delgadez es extrema, se ve delicada debido a que su piel es tan blanca. Su ropa colorida ayuda a disimular su delgadez, pero se nota en sus ojos verdes, que parecen tan asombrados como los míos y ofrecen la impresión de querer salir de su rostro y quedarse afuera. Admito que no somos tan amigas como yo lo soy con Judith, pero me agrada. Una vez mi familia y yo visitamos la casa de Símon, y Alex, me prestó un cuaderno y unos lápices de colores, sabiendo que me encanta dibujar. Ella es muy considerada y educada.
—Hola, chicos. Si me permiten, quiero hablar con Spen.
Soer y yo nos encojemos de hombros mientras Spen se levanta de la silla algo atontado y los dos desaparecen entre la poca multitud, conversando de algo que no se escucha desde acá, ya que el ruido de los demás es demasiado bullicioso para mí. Ellos dos llegan hasta los sillones del estar, a nuestra derecha. Se sientan a conversar. Eso es lo que puedo lograr ver desde mi asiento.
Soer esparce otra de sus risitas tediosas, creo que Brooke ha entendido su expresión, pero yo no entiendo nada. No sé qué han hecho. No he entendido. Abandono todo mi peso en la silla, deseando que se convierta en una cama. Me quedo así, boca arriba, mirando el techo; es como estar viendo televisión mientras escucho todo el bullicio alrededor, captando cada palabra que cada ser humano de este lugar dice. Escucho todo lo que dicen, cada uno de los que están aquí, (menos lo que dicen Alex y Spen), esa es mi fortaleza hasta ahora..., yo la llamo "mi cualidad".
Uno dice que se convertirá en médico con honores, otro dice que se transferirá a España. Otro dice que tiene ganas que comer una rica pizza con mucho queso derretido y una helada bebida de naranja. Eso me ha dado hambre. Veo a los Militares caminando por cada rincón de este hotel, como si ya este lugar ya fuese su casa.
No sé si lo que escucho y veo sea una maldición, quizás me salve de algo malo, quizás esté de mi parte o no, pero lo acepto, acepto escuchar cada sonido existente mientras sigo contemplando el techo, sintiendo que se podría venir abajo en tan solo unos segundos. Tengo que estar precavida para cuando caiga sobre mí. Escondo mis manos en los bolsillos de mi polerón de lana amarilla, nada más por aburrimiento. Escucho a los pájaros que pasan por encima de nosotros, mucho más arriba del techo del hotel, ellos van en bandada pronunciando sus ruidos, haciendo sonar sus alitas que se mezclan con el viento, eso lo puedo escuchar perfectamente. Parezco una pequeña vampira de las películas, ya que esto parece sobrenatural, pero no, es real, existe, solamente hay que entenderlo, creerlo... y esconderlo.
También veo esas imágenes de los Encapuchados instalados en la plaza principal de San Francisco, armando tiendas y... ¿Armas?
¿Algunos querrían mi don? ¿Matarían por lo que soy? ¡En realidad los poderosos buscan a los que son como yo! Los rastrean. Los atrapan. Los retienen en lugares secretos... ¡Y los matan! Y ese es mi destino.
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Ladrones de Insignias © (Libro 1)
Novela JuvenilHace 39 años, ocurrió una guerra en Chile, que separó al país en dos. Los causantes de esa guerra y división, los temibles Encapuchados, llegan ahora a San Francisco, causando terror y muerte por las calles de la ciudad. Alín, una niña de 10 años...