Alín
No entiendo. No entiendo nada.
Ver a mamá con esa expresión..., me asusta. Parece estar feliz, pero la preocupación que está pintada en su rostro me confunde. No me ha dicho nada desde que entró a mi habitación. Me despertó un tanto desesperada, sólo para comenzar a guardar mi ropa en una de mis maletas.
Verla así... Es mejor quedarme sentada en mi cama, mirando la ventana, donde Soer pareció estar intranquilo; es lo que pude ver al despertar por culpa de La Sirena. Aprieto con fuerza uno de mis peluches favoritos, el Señor Motas.
Soer está guardando sus cosas de forma rápida y brusca dentro de unos bolsos. No, no está aquí conmigo en mi habitación, está en la suya. Y sí, lo veo a él, como también a Spen, que guarda su ropa y unos libros dentro de su mochila. ¿Por qué nadie me dice nada? ¿Qué está sucediendo?
Unas voces me desconcentran, miro la ventana, pero no necesito acercarme a ella para saber lo que hay allá afuera. Una señora comienza a gritar mientras entra a un auto con el señor Renan. Ella gruñe sin parar, agarrando a ese perro que nunca me ha gustado, ya que siempre me ladra al pasar por su casa. Es uno muy pequeño, peludo y feo. Soer siempre se burla del perro de nuestros vecinos, le dice "El trapero sucio" porque de verdad parece uno. El señor Renan, con tranquilidad le responde a su esposa algo que me inquieta...
Miro a mamá algo sorprendida.
—¿Por qué nos tenemos que ir? Me gusta San Francisco —digo, asombrada por lo que escuché.
Mamá se detiene y me observa de reojo.
—¿Cómo lo...?
Bajo el rostro, sin poder evitar lo que escucho, esas voces y ruidos simplemente aparecen en mi cabeza.
—Lo sé, cariño, pero no hay otra opción.
Su rostro vuelve a ponerse serio. La verdad eso no me asusta; su manera de ser, ya estoy acostumbrada a ello, es muy parecida a Soer. Cuando mamá entró hace unos minutos, me despertó diciendo que me cambiara de ropa porque teníamos que ir a alguna parte... en ese momento sí estaba asustada.
—¿Por qué no me quieres decir qué sucede? Aunque sea una niña..., estoy asustada. La gente de allá afuera sólo corre hacia sus autos y se marchan. ¿Adónde van?
Ella da un giro hacia mí y se acerca para sentarse sobre mi cama. Su mano acaricia mi mejilla que está helada por el frío. Sus ojos siguen mostrando ese brillo, a pesar de ser tan oscuros.
—Alín, mi pequeña... no te puedo decir mucho porque eres mi niña. Prometí que te protegería, y esta es mi manera de protegerte. Alejándote de ellos.
¿Por qué dice eso? ¿Acaso se refiere a...?
—¿Ellos están aquí? ¿Cierto...? ¿Verdad?
—Alín, cálmate. Nos iremos a Ákoran. Nos vienen a buscar para estar seguros y alejados de ellos. No tienes nada que temer.
—¿Y qué les pasará a los demás que viven aquí? —comienzo a asustarme por una posible guerra.
—¡Escucha! Vendrá el ejército estadunidense a protegerlos. Estarán bien. Aún no han llegado... La Sirena no es más que un llamado de alerta para que podamos salir de aquí.
Comienzo a llorar, esta sensación me causa dolores de cabeza. Siento sus brazos cubriéndome como una manta calentita y acogedora, tranquilizándome rápidamente, y esa sensación me gusta porque está presente todas las noches antes de acostarme. Le abrazo con fuerza, deseando que esto sólo sea una de esas pesadillas que me persiguen.
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Ladrones de Insignias © (Libro 1)
Roman pour AdolescentsHace 39 años, ocurrió una guerra en Chile, que separó al país en dos. Los causantes de esa guerra y división, los temibles Encapuchados, llegan ahora a San Francisco, causando terror y muerte por las calles de la ciudad. Alín, una niña de 10 años...