Alín
Me muevo intranquila, aunque esté sentada en una de las sillas metálicas del pasillo, sigo moviendo las piernas, las manos, y mis ojos vigilan como perros guardianes, esperando a que mi madre venga de una vez y diga que todo ha salido bien. Pero sé que eso puede durar mucho, aunque haya pasado como media hora, y eso me pone muy nerviosa. Inconscientemente, mi mano se dirige a mi boca y me doy cuenta que hago algo que no he hecho hace mucho tiempo: muerdo las uñas con mis pequeños dientes.
Algo que también me pone nerviosa es la inquietud de Cáspian: camina por el pasillo, pasando por enfrente de mí y los demás, una y otra vez. No sé si es parte de su personalidad, pero creo que es muy poco común en él y eso me desespera. Los doctores pasan como pájaros cuando comienzan a volar, y la gente choca con él, buscando a alguien, o esperando a otros.
—¿Acaso no sabes que me pone muy nervioso que estés dando vueltas y vueltas por el pasillo? —gruñe Astur—. Además, estorbas a la gente.
Cáspian ignora por completo a su amigo, sigue caminando de un lado para otro como si estuviese poseído o algo parecido. Sólo escucha sus propios pensamientos, como hago yo.
A diferencia de él, Judith, que está enfrente de mí, cerca de la puerta de la sala en la que está Soer, se ve tranquila y callada. Comprendo que lo que ha pasado es para estar en shock, especialmente para una niña de mi misma edad. Astur parece tranquilo, pero por lo que ha dicho..., supongo que no lo está, sólo permanece sentado al lado de Judith, afirmando sus codos sobre las rodillas, mirando el suelo, quizás para no mirar a su amigo caminando como loco de un lado para otro.
Pero el que más me preocupa es mi hermano, Spen. Sentado a mi lado, echado en la silla, mirando el techo blanco que parece la nada, escuchando los pasos incesantes de Cáspian, el bullicio de la gente; a mí también me pone algo nerviosa. Brooke también luce desesperada, afirmada contra la pared, cerca de la puerta, con los brazos cruzados, mirando un cartel con afiches. Tampoco me sorprende Laron, afirmado contra la pared, cerca de un panel con cartelitos de colores que anuncian algo importante, está preocupado, con la mirada dirigida hacia la puerta en donde está Soer, y muchas personas más que están dentro. Le comprendo, es su amigo de infancia y no le gustaría perderlo.
Me afirmo en las puntas redondas de la silla azulada con las manos, mirando el suelo, haciendo que mi cabello suelto caiga, cubriendo la luz, apagándola, con el único propósito de hacerme sufrir. Tengo que redimirla, (otra palabra que me ha enseñado Soer) redimir a la oscuridad para no seguir temiéndola, pero es tan difícil. Abrazo fuertemente al Señor Motas. Gracias a Dios, sigue a mi lado para aferrarme a él.
—No le tengo miedo a la oscuridad... —susurro de una manera que nadie pueda escuchar.
Todo se pone negro. Esto me aterra. No puedo con esto. Le sigo teniendo miedo. De una manera rápida me incorporo y hago que mi cabello se aparte de mi rostro; me hago un moño, como Soer querría. Mis brazos aprietan al Señor Motas, para no perderlo. Tengo miedo, en especial cuando veo a unos Militares de este país que corren con una camilla hacia el otro lado del pasillo, a nuestra izquierda. Pobre niño, ¿cuántos años tendrá? ¿5 años?
—¿Alín?
Reacciono al llamado sutil. Spen me mira con intranquilidad, arqueo las cejas, esperando lo que me tiene que decir o preguntar.
—¿Ves lo que está pasando allí adentro?
Retiro mi mirada de la suya. Cierro los ojos, queriendo ver algo dentro de esa sala. Lo primero que se me viene a la cabeza, son pisadas rápidas, pequeñas manchas rojas en el suelo, camillas ocupadas por todos lados. No puedo evitar escuchar gritos, el dolor de algunos, ver las enormes heridas de otros. ¿Soer, donde estás? Los doctores intentan salvar algunas vidas, las enfermeras les ayudan, pero a pesar de que tienen miedo, no pierden la esperanza de salvarlos. No te encuentro hermano, ¿dónde estás?
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Ladrones de Insignias © (Libro 1)
Novela JuvenilHace 39 años, ocurrió una guerra en Chile, que separó al país en dos. Los causantes de esa guerra y división, los temibles Encapuchados, llegan ahora a San Francisco, causando terror y muerte por las calles de la ciudad. Alín, una niña de 10 años...