El cielo se mueve de una manera borrosa, y por el efecto de la morfina mi cabeza se expande en un tremendo dolor, mareos, y unas ganas de vomitar indecibles. Malditos mareos. No siento ningún dolor en la herida, solamente es como si hubiese estado por horas en un barco a toda marcha. Pasan unos minutos, nos detenemos, y no aguanto ni un segundo más: me giro de costado de una manera rápida hacia mi derecha, y vomito como la última vez, y nuevamente se hace presente esa mezcla de olor y sabor nauseabundos que inunda mi boca y mi pobre nariz, de la que caen unas ácidas gotas por efecto del olor asqueroso.
—¿Estás bien? —pregunta Moon, caminando hacia mí.
Me examina, mientras Alín limpia mi boca y mi nariz de una manera rápida y delicada con un pañuelo. Le agradezco con una mirada.
—Estoy bien —suspiro, me acuesto y respiro profundo—. Es el efecto de la morfina.
Mi madre retorna a su sitio agarrando con más fuerza su rifle de asalto, siempre en estado de alerta. Al verla de reojo, constato que sigue siendo la misma, a pesar de no haber dormido. Sus oscuros ojos se fijan en mí y me sonríe, cautelosa, volviendo a su firmeza, como yo. Escucho unos disparos y los murmullos de los Reclutas. La caminata se reanuda, los pequeños remezones me marean más de lo que ya estaba. Trato de aguantarme para no volver a vomitar, pero a veces es incontrolable. Trago saliva de vez en cuando, cada dos minutos o menos, mirando el cielo despejado con ese sol caluroso que va empapándome de sudor, como a los demás, supongo... Mientras, abarcamos más calles y más esquinas infinitas, ascendiendo y descendiendo por las pendientes de esta ciudad situada sobre colinas; esta ciudad es muy grande y muy diferente a todas cuantas tuve oportunidad de conocer en libros y en películas.
Dos horas acostado en esta camilla, por fin los Moon y los suyos deciden detener la caminata. Los chicos me dejan en el suelo con cuidado. Alín se acerca y me da agua fresca de una cantimplora, está helada y limpia. Agradezco con una sonrisa dulce y sincera. No entiendo que sucede.
—¿Qué está pasando?
—Alguien hizo una barrera de mesas, neumáticos y palos atravesados.
—Son los Militares de los Estados Unidos, rodearon el hospital con una barrera. Iré a espiar —creo que es Símon el que ha hablado.
Todo parece estar sumido en un silencio profundo, una especie de sopor. Nos quedamos esperando un buen rato.
—¿Qué hospital es este? —Le pregunto a Cáspian.
—ST Francis Memorial —responde él, mirando hacia alguna parte donde fue Símon—. Estamos en la calle Bush ST con Leavenworth ST. La barricada llega hasta la calle Pine y se dobla hacia la izquierda. Realmente rodearon todo. Eso espero.
Entonces no han pasado 2 horas, sino minutos. Sólo son 5 o 6 calles de distancia entre el hotel Kimpton Sir Francis, hasta este hospital. Debe ser la locura que provoca la morfina. Que mareado estoy...
—¿Será este lugar guarida de los Encapuchados? —duda Spen.
—No lo creo, hijo. Este nuevo recinto fue hecho por Militares de alto rango. Trabajan de la misma manera que nosotros, una mentalidad casi igualada. Los Encapuchados no harían esto. Su estrategia no es proteger sus territorios, sino destruirlos y avanzar...
Por eso Moon está tan calmada, reconociendo a los suyos. Es su manera de manejarse ante un ataque, se siente como en familia. Ella mira a un lugar en concreto y camina hacia allá, alejándose de nosotros. No sé qué sucede, pero realmente comienzo a marearme, y los vómitos están casi volviendo de nuevo.
—Cáspian, dime algo para ponerme... cuerdo...
—Estás bien... estás bien horrible, amigo —amortigua el silencio que parecía de piedra, sentándose junto a mí, a mi derecha.
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Ladrones de Insignias © (Libro 1)
Novela JuvenilHace 39 años, ocurrió una guerra en Chile, que separó al país en dos. Los causantes de esa guerra y división, los temibles Encapuchados, llegan ahora a San Francisco, causando terror y muerte por las calles de la ciudad. Alín, una niña de 10 años...