Hoy nos comunicaron 3 cosas: Una, que nuestro transporte llegará pasado mañana por problemas de clima; y la otra: los Encapuchados no han dado señales de vida después del ataque en el aeropuerto. Dos; conocí a una chica que también se crió en Vervena, que decidió venir a vivir con su abuela que está enferma y su amiga de infancia, hospedándose en el hotel. Ella se me acercó porque reconoció los uniformes de los Militares de Ákoran dentro del hotel, vigilando como si fuera su territorio. Y la tercera es que Laron, un amigo de nuestra Universidad, nos vino a visitar, a pesar del peligro. Ha decidido quedarse con nosotros antes de que nos vayamos. Laron debió estar preocupado por lo que ha estado sucediendo.
De seguro que todas las personas están revoloteando por mí alrededor, y estas cosas que han sucedido hoy, serán unos simples detalles para ellos. Así que me importa una mierda si piensan así, porque estas simplezas que suceden, me hacen feliz, aunque sea un poco.
Brooke, hace una hora, le pidió a mi madre a que se encargase de su abuela: anoche empezó a empeorar su fiebre; yo quise intervenir, pero era mejor que lo hiciera Moon. Ella sabe que soy estudiante de medicina, pero es algo testaruda. Mi madre le dijo que Ramona necesitaba ir a un hospital con urgencia, pero sabemos que salir ya es imposible. Quizás por temor a alguna cosa que tramen los Encapuchados.
—Se parece a ti —dijo Alín—. Brooke y tú tienen muchos parecidos, sobre todo en el carácter.
Yo sólo me reí cuando lo escuché. Me acuerdo.
—¿Por qué te ríes?, si es cierto —la pequeña se puso seria.
—Sí, claro. Ve a dormir.
Ella obedeció y se fue a la habitación. Yo la acompañé, le canté su canción de cuna y se quedó dormida. Odio este día, porque ha pasado muy rápido y no estoy en Ákoran, como debería ser. Para ser honesto, también me estoy quedando dormido.
¿Un bombazo?
Me sobresalto. Lo primero que veo es una enorme ventana, me veo cubierto de una manta café, supongo que Moon había apagado las luces del living y me ha arropado con una manta, dejándome dormir en un sofá. Siempre lo hace. Me acomodo, un tanto atontado. Desde la ventana del hotel, capto, un poco más allá, una bola de fuego que proviene de un edificio.
Otro remezón. Otra bomba. Otra bola de fuego.
Escucho un grito que proviene de la habitación donde duerme Alín. Alín chilla de nuevo y mi mente despierta. Me levanto sin dudar y corro, entrando en el oscuro pasillo, hasta llegar a una de las habitaciones donde veo Alín, sentada en el suelo, cubriendo sus orejas con sus manos y cerrando sus ojos. Me acerco a ella, y la abrazo, protegiéndola de algo que es invisible.
—Tranquila. Estoy contigo. Tranquila.
Escucho la puerta abrirse y, desde un espejo puesto en la pared, veo a Moon aparecer, acercándose a Alín que grita con más fuerza. Los dos nos miramos, siendo la primera vez que compartimos pensamientos telepáticos. Asentimos los dos, sabiendo que ellos ya han llegado, y han tomado todo San francisco.
—No lo puedo creer —susurra Spen, asomándose en la ventana.
—¡Spen! ¡Aléjate de la ventana, es peligroso!
Me levanto y agarro firmemente el brazo delgado de mi hermano pequeño para alejarlo de la ventana, pero es inevitable no ver lo que hay más allá de los edificios y calles vacías. Otro bombazo remece el suelo y Spen me abraza de repente, escondiendo su rostro en mi pecho. Me sorprendo verlo así, porque tiene 15 años. Es inteligente, carismático, pero aún así siente miedo. ¿Por qué yo no?
Los ruidos han desaparecido por el simple hecho de contar los segundos después de cada ataque. ¿Los minutos han pasado? Supongo, pero todos quedamos en la misma posición fetal, resguardándonos de las ventanas y los vidrios que podrían cortarnos.
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Ladrones de Insignias © (Libro 1)
Ficção AdolescenteHace 39 años, ocurrió una guerra en Chile, que separó al país en dos. Los causantes de esa guerra y división, los temibles Encapuchados, llegan ahora a San Francisco, causando terror y muerte por las calles de la ciudad. Alín, una niña de 10 años...