CAPÍTULO 11: Caos y Destrucción

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Sabía dirigirse por las calles de la ciudad. Además de que ya se sabía de memoria donde iban a parar las calles de Meliral utilizando como referente por la luz azul oscuro en el cielo, del olor semejante al cartón incendiándose que decoraba el ambiente, aumentando a medida que se dirigía a la dirección de dónde parecía provenir. Las tres corrieron como una hora por las calles de Meliral hacia el lugar donde empezó el aparente caos. Detrás de ella corría Kikuko, delante suya tenia a Mayte como una guía más avanzada que ella de las calles. No tenía ni idea de lo que encontraría en ese sector de la ciudad, según cálculaba provenía del lado donde las cabañas clandestinas abundaban. "Tierra de nadie" lo llamaban. También "Sector Pobre". Es el sector donde los terrenos no tenían propietarios y habían sido ocupados por inmigrantes del bosque o indígenas quienes construyeron sus cabañas para conseguir una nueva vida. Su preocupación iba hacia los habitantes de ese lado de la ciudad y hacia cierto individuo que dejó atrás y se despidió tan afectuosamente por sentirse identificada con él. No sabía si confiarle la tarea de guiarlas en esta "misión", no sabía nada de nada sobre en lo que estaban metidas, asimismo tampoco sabía nada de él a tal punto de que podía decir que Enzo salió de la nada. Ya habría tiempo para explicarle todo, absolutamente todo y que él explique quien es realidad a cambio.

A pesar de sus dudas, no podía despegarse del verdadero "problema" que cayó por sorpresa. Había olvidado por completo de lo que hacía o que ocurría cuando vio el humo en la ventana acompañado de los gritos irreconocibles provenientes de la distancia. La actitud de Kikuko fue bastante extraña, como si conociera lo que estaba ocurriendo, como si lo supiera. Mayte y ella le siguieron la corriente para no quedar como flojas o despistadas ante ella. Si Alondra hubiese estado ahí habría hecho preguntas más complejas, retrasando la salida, poniendo a prueba a Kikuko sobre haberlas llevado sin cuestionarlo. Eso le habría encantado de ver, en definitiva.

Unas ratas que escarbaban en un tacho de basura golpearon el metal del contenedor tirando su contenido sobresaltando la comunidad, haciéndole girar de manera rápida su cabeza hacia esa dirección con tal fuerza que le hizo tronar los huesos del cuello. Esto no fue nada en comparación a la lluvia de Espinas, las balas de la pistola de las Warplo, que impactaron en la pared, quedando clavadas en el muro de concreto. Mayte se asustó al escuchar el estruendo, accionando su arma y acabando con sus municiones. El sonido de cada disparo le hicieron gritar sobre las inaudibles frases tranquilizantes de Kikuko. Cuando se detuvo miró a en derredor suyo por si los vecinos del callejón se habrían alarmado sacando su cabeza por la ventana para ver de qué se trataba la balacera más, para suerte de ellas, no hubo curiosos o mirones por las calles. No hicieron comentarios al respecto al reanudar la marcha.

Se toparon con unos cuantos transeúntes mientras se dirigían al lugar de los hechos más ninguno dentro de casa parecía presentar interés en el caso o en lo que ocurría en la calle, como si estuvieran ciegas o sordas. Avery notó este dato interesante hasta que cayó en cuenta que estaban llegando al lado de la ciudad donde las calles se encontraban desiertas. La gran mayoría de habitantes de la ciudad se hallaban en sus cabañas, escuchando las noticias del baile del centro, solas en ese momento. Cuando Mayte se recuperó de su ataque de nervios prosiguieron con la investigación con pistola en mano y alertas en otro orden. Ahora Mayte iba detrás de Avery, cubriéndola, luego de gastar lo poco que tenía de espinas, y Kikuko detrás de ella cubriendo la retaguardia.

Pasaron por las calles cortas Haytorn, Werber, Lana, Farrouq, cada vez más insertándose en el lado donde las cabañas de Meliral adquirían un tono lúgubre, derruido, y deprimente. A medida que pasaban los callejones ocultos un resplandor naranja muy diferente a los faroles eléctricos en intensidad iluminaba el ambiente. El mismo resplandor que se notaba desde la ventana de la cabaña de Mayte en la lejanía ahora lo impregnaba todo. Paredes, camino, pequeños parques, nada se salvaba de esos espectros de luz. Ninguna hizo un mínimo ruido salvo el que era imposible no hacer con sus pies, aún en puntillas, a medida que avanzaban. Antes de llegar a un callejón que atravesaba las calles Werber y Lana se detuvieron con una confusión compartida que se convirtió en horror al notar copos oscuros que quemaban y desprendían un olor nauseabundo a fuego.

Baile de Condenados (Relámpagos del Este-Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora