Las nubes de color oscuro que opacaban los portones de Meliral captaron su atención. Nunca había visto un fenómeno así en su vida, pero las preocupaciones en su mente con respecto a su hogar y el libro que escribía la mantenían lejos de ese factor que podría ser catalogado como "Nuevo descubrimiento en el cielo". Se volvió a acomodar en su asiento a medida que exhalaba, cerró las ventanas cuando el viento frio del norte se coló. Aún dentro del bosque el frio imponía el ambiente. El hecho que la lluvia cesara esa misma mañana cuando recién había abandonado Delrian le alegró, sumado a todas las páginas que avanzó en el camino le hizo ver toda una mejora con el pasar de las horas. No acudió a su mente el pensamiento de que ahora el cielo la había abandonado y que ya no representaba lo que sentía. Se sintió muy sola de repente.
Dentro del coche estaba caliente y cómodo. De no ser por el viaje compraría esa cabina para vivir ahí toda su vida; sin embargo, sabía que nunca traicionaría su cama y su cabaña en Valer, ni aunque Avery le hubiera acondicionado su cuarto con todo lo que ella considerara de primera calidad. No sabía si pensar eso era de mala educación o solo egoísta. Encontró el libro donde lo dejó la otra noche. Lo último que recuerda haber escrito fue el evento de la cueva en Malris, ahora que lo recordaba era solo relleno. Se arrepintió de haberlo narrado con detalle y no solo mencionarlo. Estuvo ideado como un pasaje para conocer a la narradora, pudo ser más llamativo si era semi autobiográfico, no pensaba que debía de hacerse tan difícil posar todos los reflectores en ella misma en lugar de los personajes de suma importancia que la acompañan. Tal vez si era egoísta después de todo. Abrió la agenda, toda la página en la que se quedó estaba escrita pasando los renglones. Tres páginas enteras. Las arrancó con todas sus fuerzas. Al tenerlas en sus manos le costó arrugarlas o romperlas para deshacerse de ese recuerdo que nada sumaba a la trama. Las dobló para guardarlas en su bolsillo del saco. Debajo de este su chompa de colores apenas la protegía del frio que se empezó a colar en la cabina. Revisó su reloj de bolsillo esperando que no se hubiese detenido. Las 13 horas. Según recordaba los invitados del evento debían llegar entre las 10 y las 11. Ya era bastante tarde para su llegada. Ni siquiera llegó aún a las puertas de la ciudad. Estuvo a punto de llamar al cochero para preguntarle cuán lejos cuando un remesón sacudió la cabina.
El coche se detuvo justo al llegar al lugar que recordaba tal cual lo dejó hace más de un año. Un arco de piedra gigantesco tapado por un par de portones rectangulares de color negro. Un tamaño considerable para dejar pasar un carruaje o una furgoneta. Las puertas estaban abiertas como todos los días de 7 a 23 horas cuidadas por un hada anciano, pero el que se acercó a la puerta del carruaje para mirar dentro de la ventanilla era uno muy distinto al que recibió a Kikuko la última vez. Aunque ella no lo recordaba sabía que no era ese. Hizo caso omiso al cochero al hacer esta pregunta con un grito bastante gruñón.
-¿Quién va ahí dentro?
En las hadas la vejez les cae de golpe y es depresivo ver como se malogra lo que antes pudo ser un rostro admirable. El anciano era un hada con la piel hecha girones sobre sus ojos y su boca tanto que para ella podría no creer que estos existían y que su voz severa era proveniente del viento. Kikuko solo bajó el cristal de la ventana más se mantuvo dentro observando el exterior desde un punto protegido. Una fama que tenían las hadas de mayor edad era de ser pervertidos o muy calientes por diversas noticias o veredictos de individuos muy molestos por sus actitudes, otros se vuelven muy codiciosos; sin embargo, ella esperaba ese comportamiento de las cinco razas conocidas de Tierras del Este por igual desconfiando de todo aquel que no conocía. El hada levantó una mano a la ventana cuando esta bajó por completo. ¿Cómo pudo ver que bajó la ventanilla?
-¿¡Quién va ahí dentro!?
Tosió luego de parecer gritar con una voz agria. Optó sacar la cabeza por el marco para que la dejara entrar a la ciudad por fin sin tantos regaños. Pudo observar mejor el rostro del anciano con una repulsión nada visible en ella. Sin pelo, con parpados caídos y una cara derretida. Si detrás de esos jirones de piel podía ver era mejor no mostrar el temor al ver ese rostro extraño y difícil de mantener la mirada. Al devolverse las miradas pudo notar un tic en el ojo derecho oculto en las arrugas. Se sorprendió de lo observadora que podía ser aún en esas situaciones incomodas.
ESTÁS LEYENDO
Baile de Condenados (Relámpagos del Este-Libro 1)
FantasíaUna serie de atentados en la ciudad forestal de Meliral hace que su festival de aniversario sea arruinado y de pie a un estado de emergencia. Kikuko, una espía que trabaja en el nombre de la Ministra de Gobierno de Tierras del Este que está de vacac...