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Omnisciente

Capítulo tres: "Cuidado".

El lugar ya no parecía ser el de siempre, pues ya no habían niños jugando y corriendo, peleándose por una muñeca de trapo, o trepándose sobre la fuente al centro del orfanato. Los cuerpos inmóviles tanto de niños, como de monjas y saqueadores, estaban tendidos sobre el sedimento, con sangre manchando sus vestimentas y el mismo suelo.

Zoro respiraba con desenfreno, sus manos temblaban al igual que su cuerpo. Había caído en cuenta de lo que acababa de hacer; apuñaló, cortó, hirió y mató a los hombres que en ese momento se encontraban a sus pies. Todo aquello fue acción suya, todo aquello era culpa suya. Ensimismado, olvidó a Luffy, quien parecía haberlo visto todo, pues volteó a verlo y aunque sus ojos estaban cerrados, su cabeza apuntaba a su dirección desde la cocina donde yacía el cuerpo del menor, desmayado.

El espadachín al enfocar a su amigo, salió de su trance y se dirigió hacia él. Se apresuró en tomar al chico en brazos y subirlo sobre su espalda. Las gotas de sangre lo mancharon nuevamente, Luffy estaba malherido. -Resiste. Ya nos vamos.- Y emprendió su camino fuera de ahí.


...


No sabía cómo, pero se las arregló para caminar lejos del orfanato. Lo único que veía ahora, eran calles vacías, solo los faroles iluminaban el camino de piedra, pues no había nadie en ningún lado. Agotado, buscó un callejón para descansar, no vaya a ser que los vándalos hayan seguido su rastro hasta dónde estaba. Bajó a Luffy de su espalda y luego se sentó, recostándose en la pared.

A su mente, llegaron los fugaces recuerdos de lo acontecido y miró hacia abajo; sus manos ya no temblaban, pero en ellas la evidencia de algo macabro. Decía que no podía dar mal ejemplo, pero qué diría Luffy de él cuando preguntase lo sucedido; mentir no era opción, pues había una promesa entre ellos de contarse todo, cada mínimo detalle, desde los de menos hasta los de suma importancia.

Apretó los puños. Lo hecho, hecho estaba, no hay vuelta atrás. Escuchó un jadeo por parte del pelinegro, dirigió su mirada a este. -Luffy, ¿te encuentras bien?- Era muy poca luz la que llegaba al callejón, pero la luz que sí llegaba le bastó para ver lo que le provocaba un malestar al menor.

El chiquillo tenía sus manos puestas sobre su abdomen, cubría un corte que sangraba. Ahí Zoro se dio cuenta de su error; dejó a Luffy en la cocina sin nadie para vigilarlo, y el pelinegro al levantarse fue atacado por uno de los hombres enfurecidos quien traía consigo una navaja, haciéndole un corte no muy profundo pero lo suficientemente doloroso como para dejarlo en el sedimento nuevamente. Agregando a eso, los impactos anteriores de su cabeza contra el suelo.

-¡Mierda!- Zoro apartó las manos del otro de la herida. Era demasiada sangre, luego volteó a ver su camisa, cómo no se había dado cuenta, estaba igual de empapada que la remera de Luffy. Porque claro, anteriormente el contrario estaba sobre su espalda.

Levantó la camisa de Luffy para ver mejor a lo que se enfrentaba; rasgó la manga de su camiseta y envolvió el torso del menor con esta, la presionó bien, quizá eso coagularía la sangre y la hemorragia se detendría. Cuando el trozo de manga se terminó de empapar, rasgó la otra manga y la colocó encima e igual que la anterior. Después de un rato, los jadeos y quejidos por parte de Luffy se detuvieron, dio un vistazo al corte, parecía que su técnica funcionó, al fin y al cabo, vendar una herida era algo que las monjas enseñaban a los niños durante la clase de primeros auxilios.

Al ver al pelinegro ya menos adolorido y dormido, sintió como toda la carga y cansancio del día caían sobre sus hombros. No podía creer cómo justo ese día en la mañana estaba muy tranquilo, simplemente viviendo su cotidiana vida; y ahora, estaba en un callejón con su amigo casi moribundo y lleno de sangre. Con el peso que haber hecho algo que nunca se creyó capaz de hacer.

Ruleta rusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora