Omnisciente.
Capítulo ocho: "Tantas manzanas, tantas dudas".
Cortaba con sumo cuidado el tallo de las rosas, teniendo en cuenta no lastimarse con las espinas. Las colocaba sobre un pedazo de tela de lino en una canasta ancha, luego volvió su vista a las grandes macetas y siguió cortando.
La paciencia no era una gran característica suya, pero ahora estaba tranquilo, solo él y las rosas, en el inmenso campo lleno de otros tipos de flores; la soledad y la calma le permitían escuchar hasta el más mínimo sonido. Juraba que si dejaba caer una aguja, se escucharía hasta las afueras del lugar. Muy exagerado mas así se sentía.
Se solicitó su ayuda temprano en la mañana, pues las flores que cortaba tenían destino a la pulcra decoración del Baratie. Un restaurante de primera clase obviamente debía tener flores recién cortadas que adornaran con su esplendor el lugar.
Su concentración tan dirigida a su quehacer, no le permitió darse cuenta de la presencia del blondo al otro extremo del camino, mirándolo quieto y callado, con un cigarro en su boca y las manos en los bolsillos. Zoro se encontraba de cuclillas, y lo vio de reojo, solo y sin nadie alrededor, simplemente observándolo cortar rosas.
Se alzó y se enderezó, contó por encima la cantidad de rosas cortadas y las organizó un poco para no permitirles arrugar sus pétalos. Al levantar la mirada, al otro lado, detrás de las rosas, yacían los girasoles, quienes tan leales al sol, estiraban sus pétalos y se mostraban alegres ante él en una mañana tan fresca y bonita.
Sanji estaba de espaldas al sol, lo que hacía que sus hebras doradas resplandeciesen mientras la brisa las revolvía. Un entrometido rayo alumbró su iris, resaltando ese cerúleo ojo tan hermoso que le daba un toque tan estremecedor a su belleza. Ver esos ojos le recordaba al profundo mar y sus singularidades, tan calmo por encima y a la vez tan singular en sus adentros; todos decían conocerlo, pero no tenían ni la mínima idea de lo que era.
Después de sus ojos, asimiló sus cabellos con el color de los girasoles que giraban su tallo hacia el astro mayor de la galaxia. Aquellas flores observaban eso, mas con el rubio enfrente, parecían verlo a él, no al sol. Se imaginó aquel astro con la cara del rubio plasmada, rio ante ese pensamiento.
Tener al blondo tan quieto y viéndolo fijamente, hizo que su presencia se volviese inminente. No le incomodó ni intimidó, solo quedó expectante por alguna acción por parte del rubio; no obstante, nada pasó.
Supuso que no iba a hacer ni decir nada, así que optó por seguir con su labor y se movió de lugar dispuesto a terminar. No importaba lo que el rubio hiciera mientras no interviniere con él y su trabajo, por lo tanto, lo dejó ahí parado y se agachó nuevamente para seguir. El rubio, inesperadamente, rompió con el silencio.
—¿Están listas las rosas?— preguntó. Para ser escuchado, se acercó al espadachín aún manteniendo su debida distancia con él. Esta vez no guardaba sus manos en los bolsillos, o por lo menos no las dos, con la otra sostenía una canasta con un pequeño trapo blanco sobresaliendo.
Zoro no esperó escuchar palabra alguna de parte del rubio, por lo que quedó estático un instante, respirando hondo tratando de hacer al oxígeno llegar a su cerebro, si es que no lo hacía. Su mente salió de trance, lo vio y respondió.
—Ya casi. No me falta mucho—. Prefirió ser conciso y seguir con lo suyo. Sin embargo, el blondo siguió.
—Tu amigo me contó que te fuiste sin comer. Toma, desayuna—. Le extendió levemente la canasta que llevaba.
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Ruleta rusa
Historical FictionLa vida es como una ruleta rusa, apuesta por el número correcto y ganarás; pero, apuesta por el número incorrecto y perderás. Sanji había apostado por el número incorrecto, y ahora, tendría que afrontar las consecuencias. Hasta que al parecer, su mu...