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Omnisciente.


Advertencia: Este capítulo contiene escenas de relaciones sexuales explícitas y lenguaje vulgar. Si no te agrada o te incomoda, ahórrate las molestias y sáltate el capítulo.


Capítulo doce: "Incontrolable deseo".


A los segundos, la mayor retiró su rodilla de la entrepierna del blondo. Ahora juntó con firmeza la cadera y boca del menor a ella misma, devoraba ansiosa aquellos suaves labios, los cuales jalaba, mordía, chupaba, lamía. Desde que ella y el omega se comprometieron, e incluso antes de hacerlo, sabía que ese rubio era suyo y solamente suyo.

Era leve, pero un tenue aroma a roble y manzanas emanó del cuerpo del rubio hasta sus fosas nasales, eso encendió una alerta en la mayor, aunque no se resintió, o no mucho. En cambio, la ira sí envolvió su ser, dando paso un comportamiento errático, rudo, animal. Sus manos temblaban de desesperación, solo con ellas y su boca, no lograría nada, simplemente tocar al omega se volvió lo más inútil y estúpido que su cuerpo hacía; ya que el mismo, comenzó a incomodarse, a sentir un cosquilleo en el estómago, incluso su garganta parecía retener el almuerzo.

Acomodó al omega de nuevo, retiró su mano de la cabeza del chico, con la cual lo forzaba a un beso, y la llevó a la cadera del contrario junto con la otra. La mujer se vio forzada a separarse de su pareja, debido a los toques que el blondo daba en sus hombros, indicando la falta de aire. Al hacerlo, el otro inclinó su cabeza y tomó una bocanada de aire, tratando de recuperar lo que la chica no lo dejó obtener por unos largos segundos; no obstante, en su tarea, sintió el apretón en uno de sus glúteos y en su cadera, miró a la mayor en busca de respuestas, mas no esperó su mirada.

Al principio, no comprendió la actitud de la alfa, ella no solía ser así. Habían compartido muchos besos antes, tanto rudos como suaves, pero estos no eran iguales, notó la desesperación en sus ojos, la lujuria y la ira. Jamás, ni durante el fin del mundo, se imaginaría a su bella chica teniendo una mirada tan estremecedora. Sentía como su estómago se revolvía, y como su cuerpo empezó, sin duda alguna, a demandar la atención de la mujer frente suyo.

Tragó con algo de dificultad, no era capaz ni de hacer a la saliva pasar por su garganta, la cual sentía seca, tal y como un desierto. Intentó enderezarse y poner fin a la situación, él sabía que todo se salió de control, ya no cabía posibilidad de hacer a Percy razonar. Estaba molesta. 

¿Pero por qué?

Sólo alcanzó a elevar un tanto su espalda cuando las manos de la mayor, mismas que sostenían su cadera con fuerza, se colaron más abajo, en sus muslos, y lo elevaron, cargándolo y llevándolo a los adentros de la habitación.

—¡Espera, Percy! ¡Tenemos que hablar!— Se removió entre los brazos de la mujer.

—No quiero hablar—. Respondió cortante.

Abrió la gran puerta de madera de la habitación, cerró las blancas cortinas de las ventanas y dio un vistazo rápido al lugar. Pronto, tomó una de las corbatas del menor, las cuales yacían en los cajones de la cómoda. Algo llamó la atención de Sanji; sobre el mismo mueble, la mayor había dejado atrás la protección, incluso los inhibidores que evitaban el nudo durante el acto. Un audible suspiro de sorpresa salió de sí al darse cuenta.

—Percy... Percy, hablemos—. Pronunció el rubio aún en brazos de la chica.

—Ya te dije que no quiero—. Bruscamente, lanzó al omega sobre la cama, sacando un segundo suspiro de este. A pesar de la suavidad del colchón y las sábanas, el repentino choque con ellas sacó un poco de aire de sus pulmones, quizá si la alfa hubiese sido menos tosca, aquello no habría hecho eso. Percy se posicionó sobre el blondo.

Ruleta rusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora