III

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III

Nadie esperó que la maldición hiciera su primer acto de presencia en el cumpleaños número doce del inocente Elliot.

La vida es terriblemente injusta y de las decisiones del universo no se salva ni el más poderoso o el más millonario del país. Cuando piensas que estás seguro, te das cuenta que sigues en el juego de la ruleta rusa y que en algún momento, te tocará la bala.

Para ese momento en el que había llegado la noche, un grupo enorme de protestantes que estaban en contra del partido político del Señor Limantour llegaron de sorpresa a atacar con fuego el lugar. Los guardias intentaron detenerlos, pero ya habían comenzado un incendio enorme. El siniestro se llevó rápidamente a varios de los invitados a las puertas del hades, mientras que el Señor Limantour había sido el primer objetivo por atacar y terminó gravemente herido.

En el lapso de unos minutos, Armando Limantour no logró sobrevivir.

Georgina ahora era una viuda y madre de un niño que había perdido de una forma horrible a su papá, sin embargo, el chico casi ni se inmutó. Ni siquiera lloró en el velorio funerario o cuando miró que enterraban a su padre; todo el tiempo mantuvo una mirada aburrida y oscura. Fue ahí cuando la viuda se dió cuenta de que la maldición tan sólo había empezado. Y su hijo era parte de ella.

La mujer, en plena crisis, se encerró en su habitación pensando en mil posibilidades y planes para salir adelante. Pero ella no sabía cómo tratar con una maldición, ¿quién sí? Y es que por algún motivo creyó lo que el hombre del hechizo le dijo cuando le comentó que engendraría a un hijo, pero no se tomó para nada en serio cuando le mencionó que recibirían una maldición a cambio. Creyó únicamente en lo que quería y le era de su conveniencia, como casi cualquier persona en el mundo.

Atrapada en su tormento, empezó a caminar al rededor de sus aposentos como un fantasma. Hace días que no salía de su cuarto, en espera de una respuesta a su carta.

— Señora de Limantour —tocó la puerta desde afuera una de las sirvientas. Ella se apresuró a abrirle como si fuera a desaparecer si no lo hacía suficientemente rápido.

— Ahora soy "Señora Goretti" —avisó con algo de dureza. La sirvienta asintió un poco asustada por dicha acción y le entregó con algo de miedo una carta.

— Okay, le avisaré al resto del personal —respondió algo titubeante.

— Está bien, adiós —cerró la puerta en su cara tras eso y de inmediato, abrió la carta.

La respuesta que había estado esperando con tantas ansias, pues, podría ser aquella que la salvaría a ella de la ruina, la desfortuna y la muerte cruel, por fin la tenía en sus manos. Incluso por intentar abrirla con tanta desesperación, terminó por obtener una pequeña herida en el dedo, manchando con un poco de sangre el sobre.

Ella pensó una vez más que eso no podía ser otra cosa que un mal presagio.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora