VII

21 3 0
                                    

VII

Las mujeres llevaban casi media hora decidiendo quién debía tocar la puerta. Habían visto que mientras cocinaban, sus vecinos habían regresado a casa, pero era muy difícil para ellas dejar de pensar en las mil formas en las que podrían rechazarlas.

— ¿Qué hacen, señora Ana, señora Leticia?

La voz venía de una niña de ojos vivaces y alegres.

— ¡Génesis! ¿Cómo estás, mi niña? Hace mucho que no te miraba —la señora Ana la abrazó y después la señora Leticia. Génesis terminó algo agobiada de tanto abrazo.

— Es que he estado en la escuela. La secundaria no es lo mismo que la primaria —añadió risueña—. ¿A todo esto, a quiénes vinieron a visitar? No sabía que había gente viviendo aquí.

— Sí, hace mucho no rentaban esta casa. No es exactamente accesible para gente como nosotros, pero tampoco podemos decir que es una casa de lujo. Aunque para nosotros lo es. Pero no es.

La señora Ana le dió un pequeño golpe con el codo a su amiga, porque empezaba a divagar y no había otra forma de detenerla.

— Bueno, por eso nos intrigan tanto —añadió en un susurro la señora Leticia.

— Oh, entiendo, vamos a conocerlos —ella no dudó, simplemente alzó su mano y empezó a tocar la puerta, efusiva. Las señoras la miraron con nerviosismo queriendo pararla, pero abrieron la puerta casi tan rápido como el pensamiento de hacerlo.

— Buenas tardes, ¿cómo podemos ayudarles?

— Hola. Vinimos a traerles comida de bienvenida, ¿podemos pasar? —Génesis amplió una gran sonrisa.

— Claro, justo estaba por preparar la comida —las dejó pasar y después las detuvo justo en el pequeño pasillo de la entrada—. Déjenme avisarle a la dueña de la casa.

Mientras Dona iba a avisarle a Georgina de sus inesperadas visitas, las amigas se miraron entre sí con sorpresa.

— Podríamos aprender una cosa o dos de la chiquilla —dijo Ana divertida codeando a su amiga, que le respondió igual.

— A ver si aprendemos a no ser tan cobardes.

— Que bonita casa —curioseaba la pelinegra, mientras observaba las obras de arte colgadas en la entrada—. Amo estas pinturas, tienen buen gusto.

— Pues gracias —habló de pronto Elliot, con una sonrisa en el rostro—. Hola, compañera de clases. Buenas tardes, señoras. Síganme al comedor, mi madre vendrá en unos momentos.

— ¿Están juntos en clases? —cuestionó Leticia, yendo tras el niño junto a las demás.

— Lamentablemente —gruñe Génesis—. De haber sabido que aquí vivía él, no habría venido —masculló más para sí misma.

— Siéntense aquí —preparó las sillas de las tres invitadas.

— Pero que jovencito tan caballeroso —mencionó Leticia, acomodando junto a su amiga los cestos de comida en la mesa—. ¡Sírvanse cuanto quieran! Esperamos que les guste.

— Creo que aquí no tienen demasiados modales, ya que de dónde vengo, no se empieza a comer sin la dueña de la casa —entró Georgina al comedor y su sirvienta preparó su silla para que se sentara.

— Oh —la señora Leticia se sintió muy avergonzada— . No, yo sólo decía que si querían comer mucho, no había... no había problema.

Todos guardaron silencio, ahogados por la incomodidad.

— Madre, ellas trajeron esta comida para darnos la bienvenida.

— Muchas gracias, señoras —miró a cada una de las ancianas y después reparó en la niña—. Tú..., estás en la escuela de Elliot y Pierre, ¿verdad?

— Sí —contestó—. Sé que ambos son primos o eso dijeron en la escuela, pero entonces, ¿por qué Pierre no está sentado en la mesa para comer con nosotros? ¿Y quién es la mujer que le ayudó a sentarse?

Génesis no tenía miedo de casi nada. Una habilidad que indiscutiblemente, muchos adultos envidian a los niños. Y como la pequeña no temía lo que podrían ocasionar sus actos, podía ser honesta con todo el mundo sin dudar. Pero eso no le gustaba a Georgina y seguro, no le gustaba a muchas personas, sobre todo a aquellos de clase alta que podían tomar eso como una falta de respeto.

Georgina alargó una sonrisa tranquila.

— Es porque Pierre comió antes así que probablemente no quiere comer, sólo vino a saludar, ¿verdad, Pierre? —el niño asintió de inmediato—. Y Dona es la mamá de Pierre.

— O sea, que es su hermana.

— Así es —endureció su mirada—. ¿Y no te han dicho que es de mala educación ser indiscreta, Génesis?

— Muchas veces. Pero mi curiosidad no parará a no ser que la satisfaga.

Eso provocó que Elliot riera y después, Georgina fingió que también le daba risa, para apaciguar las aguas y al final, todos terminaron riendo.

El banquete fue ameno y pudieron conversar con fluidez. Las dos ancianas acabaron muy contentas, llevándose una muy buena impresión de la familia Limantour Goretti, sin embargo, la señora Ana tenía aún sus dudas.

Por otra parte Georgina decidió que desde ese momento, debería tener cuidado con aquella pequeña de mirada curiosa, pues la gente sin miedo, siempre es digna de tener en la mira.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora