XVII
¿Qué sería de la humanidad sin las fechas festivas? Sin la Navidad, la gente no tendría excusa para olvidar todo el mal que ha pasado. Es por eso que la gente la recibe de forma grata; los pecadores son redimidos por un día y se alza la bandera blanca en todo el mundo.
Georgina necesitaba desesperadamente de este día; su madre era la persona más católica que conocía y respetaba la navidad como un día de paz y amor, por lo que en ese único día, todos se salvaban de sufrir por sus duras palabras.
— ¿No iremos a la celebración del pueblo? —cuestionó Elliot, esperando que al menos a él lo dejaran ir—. Se hará en nuestra escuela.
— ¿Se me permite hablar? —preguntó Pierre y su madre, Dona, le recriminó con la mirada.
— Adelante, Pierre —permitió Virginia.
— Sería grandioso que vayamos, ya que van a premiar también a los alumnos más destacados de la escuela y claro, Elliot y yo estamos entre ellos.
Todas se vieron con ilusión. Parecía que el niño había dado justo en el clavo, pues lo que a esa familia le importaba eran sólo tres cosas: prestigio, poder y dinero.
— ¿Y qué esperan? Ya estamos vestidos, vámonos. Mariana, llama el carruaje —ordenó Virginia a su criada. La escuela no les quedaba tan lejos, pero la abuela no quería caminar demasiado, así que llegaron en diez minutos en el carruaje.
Apenas puso un pie en el lugar, Virginia ya tenía diez o quince cosas que decir sobre la escuela y los arreglos para la celebración. Sin embargo, recordandose a sí misma que era una fecha de paz, amor y que nada de lo que iba a decir tenía palabras con dichos sentimientos, prefirió callar. Ojalá tuviera esa consideración todos los días del año.
La atención de Elliot quedó atrapada al ver a Génesis jugando en el tiro al blanco.
— Abuela, madre. Pierre y yo iremos a jugar. Los reconocimientos los darán más tarde en la noche y darán un aviso de ello los profesores.
— Está bien —dijo la abuela antes de que Georgina pudiera hablar—. Es Navidad, diviertanse, pero regresen más al rato, que esta es una fecha que ha de celebrarse con la familia.
— Por supuesto —sonrió el joven Limantour.
Corrieron hasta llegar con Génesis, con quien se habían hecho mejores amigos desde lo sucedido con Alejandro.
— ¡Hola! ¡Que alegría verlos aquí, no sabía que los dejarían venir! —dijo, bajando el dardo que estaba por lanzar.
— Y casi no venimos. Todo es gracias a mí y mi gran poder de persuasión —sonríe Pierre, orgulloso.
— Genial —le felicita la chica con sinceridad. Observó los guantes de cuero del chico—. ¿Estabas cabalgando? —Elliot negó con la cabeza, entre risas que distrajeron la atención de la joven.
— ¿Puedo probar? —preguntó, pidiéndole el dardo a Génesis, quien tan sólo se lo dió.
El chico apuntó al centro y acertó como si fuera realmente sencillo. Después de eso, Elliot descubrió su grandioso talento para los juegos en las ferias, pues se llevó los premios de casi todos, aún cuando se los dió todos a Pierre y Génesis ya que a él no le interesaban en realidad.
Más entrada la noche, hicieron la ceremonia para entregar reconocimientos a los mejores alumnos del colegio. Pierre recibió uno por ser el niño con mejor calidad en sus trabajos, además de una excelente calificación en sus exámenes, Génesis por sacar la segunda más alta puntuación en los exámenes de fin de ciclo y Elliot por obtener el primer lugar aparte de las mejores notas en toda la institución.
Sus madres no podían estar más orgullosas por sus hijos. Únicamente los padres de Génesis no se encontraban ahí, al estar cuidando de sus otros muchos hijos.
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Más allá de su jardín
FantasyElliot nació por un conjuro que su madre, Georgina, cumplió al pie de la letra. Ahora, gracias a eso, su familia quedó maldita al igual que todos sus descendientes lo estarán. Para terminar con esa maldición, Elliot debe casarse con alguien de sangr...