XVIII

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XVIII

Al finalizar todas las ceremonias, los ciudadanos volvieron a la celebración. Como la Noche Buena casi acababa, los maestros habían organizado un baile para que la gente pudiera recibir a la Navidad con la mejor de las sonrisas.

— ¿No vas a bailar, mamá?

— A pesar de que hoy estoy siendo más tolerante, aún no quiero bailar con cualquier hombre. Aquí me quedo yo —renegó la señora, sentada en una mesa con comida.

— Pues te lo pierdes —se levantó Georgina, determinada a ir a bailar con su hijo, pero miró como el chico estaba siendo rodeado por señoritas de su edad y se desalentó. Para toda madre es difícil ver a sus hijos crecer, porque eso significa que cada vez son más capaces de avanzar sin una. Eso sintió Georgina, su corazón roto.

La madre de Georgina se burló de ella por lo bajo, pero se abstuvo de hacer sus típicos comentarios llenos de veneno.

— Profesora Dubois —le habló el director de la escuela. En ese momento, estaba usando un traje formal, en vez de su traje militar. Georgina pensó en lo bien que se le veía al hombre—. ¿Me podría hacer el honor de concederme el primer baile?

— Claro —accedió, fingiendo indiferencia y ambos avanzaron a la pista de baile.

El pobre de Elliot ya no sabía qué hacer. Él no quería bailar con ninguna de las señoritas que querían llevárselo a la pista, de hecho, ya había bailado con algunas de ellas, pero justamente eso provocó el fervor de las demás por hacerlo también. Volteó a buscar con la mirada a Pierre, esperando que lo salve como siempre hacía, pero estaba muy entretenido bailando con una chica que él invitó a bailar.

— ¡Elliot! Ellas ni siquiera están en nuestro salón. Deberías bailar conmigo, que si estoy.

— O conmigo. Yo también estoy en tu salón.

— ¡Y yo! —agregó una con nerviosismo.

— No es cierto —negó una de ellas.

— Señoritas, he de disculparme, pero ya no puedo bailar con ninguna de ustedes porque...

Empezó a buscar alguna excusa que pudiera dar. Podría ser sincero con ellas, pero ya lo había hecho y aún así, seguían insistiendo. Cuando miró a Génesis observarlo a lo lejos, pudo pensar en qué decir.

— Por que le prometí a mi amiga, Génesis, que mis últimos bailes los tendría con ella. Lo siento, señoritas, ustedes entenderán que la promesa de un hombre hacia una chica es sagrada —amplió una sonrisa y caminó sin más hacia la susodicha.

Génesis se sorprendió al ver a Elliot hacer una reverencia y pedirle que baile con él, pero al final, aceptó bailar con su amigo.

— Entonces, ahora soy yo tu salvadora —se burló la pelinegra.

— Sí, así es —respondió con una risa nerviosa y ligeramente sonrojado al tener el rostro de la chica tan cerca del suyo.

— Oh, tu mamá también está bailando —indicó la niña y ambos se quedaron viendo algo sorprendidos. A Elliot se le hacía algo extraño que su mamá estuviera bailando con otro hombre a pesar de que su papá no llevaba mucho de fallecido. A Génesis, lo que le sorprendía era ver a su estricta maestra de ciencias actuar como una dulce y delicada doncella.

Cuando ambos giraron sus rostros para comentar lo visto, quedaron tan cerca que podían sentir sus alientos y el vapor cálido que se creaba por los mismos acariciaba sus caras frías. Elliot pudo apreciar las bellas pecas de Génesis que por su piel no tan clara, no se notaban tanto a no ser que estuvieras a centímetros de ella como él lo estaba. Y la chica no podía pensar en nada más que en lo sublime que era la vida cuando estabas con la persona adecuada.

— ¡Elliot! —lo separó su madre de la niña—. Tenemos que ir a casa. Adiós, Génesis.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora