IX
Un roble casi sin ramas cayó en el salón de clases.
Todos los niños huyeron hacia el lado opuesto casi instintivamente y a uno de ellos, le cayeron vidrios de las ventanas que se rompieron en los brazos —ya que los usó para protegerse el rostro—. Antes de que Georgina pudiera reaccionar, Génesis corrió hacia su compañero de clases y lo ayudó a levantarse para caminar hacia dónde era más seguro.
La niña revisó sus heridas, sacando aire al darse cuenta que sólo tenía algunos raspones y que ningún vidrio se le había incrustado en la piel.
El viento azotó de nuevo con fuerza. Esta vez, Georgina pudo reaccionar.
— ¡Muy bien! Junten todas las bancas en la parte de atrás, exactamente en el centro y acuestense boca abajo en el suelo, debajo de ellas, con sus manos cubriendo sus cabezas. Todo va a estar bien, es sólo una tormenta muy grande.
Los niños obedecieron. La profesora arrastró rápido su escritorio hacia dónde estaban todas las bancas de los niños, para que tuvieran un lugar más bajo el cual resguardarse y a su vez, le añadiera peso para que las demás bancas no se movieran con facilidad.
Georgina había mentido, claramente no era "sólo una tormenta muy grande", las tormentas no son capaces de derribar árboles.
Al ver que varios de los pequeños estaban a punto de tener un ataque de ansiedad, Georgina empezó a cantar el himno nacional mexicano; Génesis se le unió al poco tiempo, provocando que los niños olvidaran su miedo por unos momentos y empezaran a cantar al unísono.
— ¡Maestra, mire! —avisó uno de los niños, señalando hacia afuera.
Ya había pasado el mal clima, a su vez, el cielo empezaba a verse azul de nuevo a través de las ventanas rotas —y tanto como permitía ver aquel roble que había caído sobre el aula.
Todos los niños se incorporaron y la maestra se asomó por la ventana antes de poner un pie afuera.
— Aún no salgan, niños. No sabemos qué otra estructura podría caerse sobre nosotros.
— ¡Ever, no! —exclama una niña de trenzas, llamando la atención de Georgina.
— ¿Qué pasa?
— Se acaba de salir él —señaló Génesis.
El pequeño corría asustado, buscando si sus papás estaban milagrosamente esperando por él afuera de la escuela. Pero no había nadie que podría haber salido en tal desastre natural. Un joven lleno de ansiedad, por supuesto, no pensaría en esto.
— ¡Quédense aquí!
Georgina no pensó más, tomó su vestido largo por ambos lados para después correr tan rápido como le permitían sus piernas hacia aquel niño. En ese instante, Georgina pensó en algo que jamás creía que se le ocurriría y era en lo útil que habría sido si en vez de usar vestido y tacones, pudiera usar pantalones y zapatos, como los caballeros.
Antes de poder llegar hasta donde el joven corría aturdido, los vidrios de una ventana rota de uno de los pisos altos se empezaron a desprender.
— ¡Ever! —gritó Georgina tan fuerte como pudo— ¡Quítate de ahí!
Desafortunadamente, Ever no consiguió evitar los vidrios a tiempo y terminó gravemente herido.
——§——
Los padres del joven acudieron a la escuela muy molestos, pues creían que todo había sido culpa de la maestra a cargo que no cuidó del niño apropiadamente. No importó cuántas explicaciones les daban a los padres de Ever, ellos querían una compensación o castigo para la persona involucrada.
Georgina no podía creer que esto estaba pasando apenas había llegado. De nuevo, se vió obligada a recordar que su familia estaba maldita y nadie más que ella cargaba el peso de la culpa.
Los demás padres de los chicos, al enterarse de lo sucedido con el pobre Ever, creyeron que era vital convocar a una reunión de padres y maestros para decidir si Georgina Dubois —como decía llamarse— era digna de seguir dando clases en el instituto.
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Más allá de su jardín
FantasiaElliot nació por un conjuro que su madre, Georgina, cumplió al pie de la letra. Ahora, gracias a eso, su familia quedó maldita al igual que todos sus descendientes lo estarán. Para terminar con esa maldición, Elliot debe casarse con alguien de sangr...