XIV
Por la mañana, todo el salón estaba hablando de algo que parecía ser un secreto, pero les causaba mucha gracia. Cuando Génesis se acercó a hablar con sus amigas, ellas la miraron con una mezcla entre pesar y vergüenza.
— ¿Qué sucede? Todo el salón se ve raro.
— Ha de ser tu imaginación —dijo con nerviosismo Ada, su mejor amiga. Es una niña de buena familia, cuyo futuro ha sido meticulosamente planeado para cosas grandes. Ada, podría decirse, que es el modelo perfecto de lo que se espera que sea una señorita. Hermosa, elegante y con un gracil tacto. Cuando se hizo amiga de Génesis fue en preescolar, en los tiempos en los que algo como la clase social no existía siquiera en las mentes de los pequeños. Es desde ese momento que los padres de Ada intentan separarla de la Ives, sin mayor éxito que el simplemente ya no invitarla a su casa para fechas importantes. Pero al menos, Ada si asistía a los eventos que se llegaban a hacer en la casa de Génesis, por pocas veces que hayan sido.
— Hey, Génesis, te envía esto tu novio —se burló un niño, dándole un papel. Cuando la niña volteó a dónde se encontraba Alejandro, el niño se esforzaba por ocultar su risa para no parecer indecoroso. Por otra parte, Elliot, que estaba sentado al frente de él, sólo podía observar lo que sucedía con frialdad, como si hubiera sido algo que esperaba que sucediera. En parte, es porque así era para él.
La nota de Alejandro decía:
No, gracias.
Génesis la arrugó con sus manos entendiendo lo que significaba. En ese momento, el profesor ingresó al salón y dió inicio a las clases.
En el camino a casa, Génesis se fue al final que todos, pues le tocaba limpiar el aula junto a Elliot y Pierre. Estos no dijeron nada al respecto, pero todos sabían lo que estaba pasando.
— Bueno, me voy a casa —dijo Génesis al terminar y salió del lugar justo después de eso.
En su camino a casa, se dió cuenta de que su amiga Ada estaba reunida con otras personas, platicando de algo que les divertía mucho. Ella quiso acercarse pues oír cosas divertidas era lo que ella más quería en ese momento para olvidar todo lo que acababa de suceder. Pero mientras acortaba más la distancia, podía oír mejor lo que decían.
— ¿Pero por qué no te gusta Génesis, Alejandro? —preguntó Ada.
— Pues..., su cuerpo está bien para ser una niña. Pero su cara está muy fea, parece la cara de un perro —agregó eso último entre risas y todos los presentes se burlaron también.
Génesis no podía creer lo que estaba pasando. Estaba oyendo decir al chico que tanto idealizaba cosas realmente deplorables y misóginas. Y a su mejor amiga, riéndose junto con él sobre las cosas crueles que decía de ella. Más que sentirse mal por lo que decían ellos, se sintió mal con ella misma por tal capacidad de atraer a su vida a gente tan indigna.
Se quedó congelada, ahí, a centímetros de ellos, hasta que se percataron de su presencia. Su supuesta mejor amiga quiso acercarse a ella, pero Génesis retrocedió.
— Bueno, ¿y qué si nos escuchó? —siguió diciendo Alejandro—. Todo lo que dije fue cierto.
Los demás niños empezaron a gritarle "cara de perro" y Alejandro seguía burlándose de ella, diciendo más cosas crueles. Pero ella no se podía mover, sólo podía llorar y mirarlos con un desprecio tal, que jamás creyó poder llegar a sentir.
En un punto, Alejandro se hartó de sólo ser observado con fiereza por esos ojos oscuros y penetrantes, así que se acercó para empujarla; sin embargo, apenas tocó el hombro de la chica, Elliot detuvo la mano del contrario y lo alejó de la niña.
— No te atrevas a volver a tocarla.
Pierre tomó por los hombros con suavidad a la chica y la ayudó a caminar, ya que aún no salía de la conmoción.
— Si que te gusta la niña con cara de perro —se burló Alejandro. Elliot elevó ambos hombros dándole la espalda.
— ¿Te vas a sentir muy solo si lo admito?
Elliot se retiró del sitio con la cabeza en alto. No sabía si un joven con cerebro tan diminuto como el de un pez podría entender lo que le quiso decir, pero para Elliot, su respuesta fue de lo más graciosa al sugerir que Alejandro podía sentir algo por él y por eso estaba haciendo todo ese escándalo como fruto de los celos con una sencilla frase.
Alejandro lo comprendió para sorpresa de cualquiera. Y los demás también. Apretó sus puños hasta que se pusieron muy blancos, recordando que cuando él recibió esa carta de parte de Elliot, se había sentido muy emocionado. Y no fue hasta que Elliot habló:
— Se cayó esto de tu banca —dijo risueño—. No te emociones, no es mía. Es de una chica con pocos modales y sin nada de atractivo. Yo todo el tiempo recibo cartas, pero jamás se había atrevido a confesarme su amor una niña tan fea... Con cara como la de un perro.
Mientras Alejandro escuchaba a Elliot enunciar cada palabra, sentía como si se fueran impregnando letra por letra en su mente, haciendo los pensamientos en voz alta de Elliot los propios.
Un fuerte dolor de cabeza lo trajo de regreso al presente, dónde todos se reían ahora de él y Alejandro sólo podía ver como a lo lejos, la silueta de Elliot dejaba atrás una sombra que se hacía cada vez más grande, hasta engullirlo todo.
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Más allá de su jardín
FantasyElliot nació por un conjuro que su madre, Georgina, cumplió al pie de la letra. Ahora, gracias a eso, su familia quedó maldita al igual que todos sus descendientes lo estarán. Para terminar con esa maldición, Elliot debe casarse con alguien de sangr...