IV

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IV

Empacaron lo poco que tenían y los sirvientes que sobrevivieron se fueron; únicamente los sirvientes personales de la familia siguieron a los miembros que quedaban de la familia Limantour Goretti.

Los golpeteos que de pronto daba el carruaje, hacía que Georgina tuviera una enorme jaqueca. Es por eso que ella no solía salir de casa y si lo hacía, sólo caminaba al rededor del jardín de su antiguo hogar. Ahora, la vida le exigía dar pasos mucho más allá de su jardín.

Cuando llegaron, la dama se sintió feliz de poder poner sus pies en la tierra y no sentir turbulencias todo el tiempo. Se instalaron en una casa no demasiado grande, pues no querían llamar la atención dadas las circunstancias.

— Es tan pequeño que casi me siento sofocada —expuso la mujer—. Iré a descansar un rato. Tú puedes explorar la casa y si quieres salir, ve con Pierre.

— Sí, mamá —contesta Elliot, volteando a ver a su sirviente—. Vamos a explorar el pueblo.

— Claro, como usted diga, Señor Limantour.

— Pierre —exclamó Georgina, molesta, dándole su abrigo a su sirvienta, Dona, la madre del pequeño Pierre—. No le digas "Señor Limantour" a Elliot. Creí que era obvio, pero déjenme advertirles que debemos ocultar quiénes somos. Después de lo que sucedió, nunca sabemos con quiénes estamos tratando.

— Sí, una disculpa, Señora.

— Bien, así está bien. Sólo "Señora". Ahora, váyanse a jugar.

Cuando las mujeres quedaron en soledad, se dieron una mirada que sólo ellas comprendían. Estaban angustiadas porque ya no sabían lo que iba a pasar.

— Dona, házme el favor de ir a averiguar si conocen a una tal "Elena De La Cruz Flores".

— Por supuesto, Señora. Según lo que me contó, he de suponer que es una bruja.

— Lo más probable es que sí.

— Entendido. Emprenderé mi búsqueda entonces.

Elliot y Pierre vagaban por las calles del bello lugar. Hace tiempo no veían tanta vegetación y la arquitectura del sitio era simplemente espectacular.

— Señor, ¿eso de ahí es una escuela?

— Me parece que sí —decía, mientras ambos se acercaban a la institución. Era grande y bonita. Cuando vieron que la reja estaba abierta, ingresaron sigilosamente y se adentraron en el interior del colegio.

Observaron dentro de un aula y se sorprendieron al darse cuenta que los niños ahí estaban jugando, menos una niña, que leía un libro de poesía. Elliot iba a ingresar al darse cuenta de que esa niña, era la misma que conoció en su fiesta de cumpleaños, pero no lo hizo al ver que el profesor también estaba en el aula, sólo que estaba bastante ocupado comiéndose un sándwich y justo en ese momento, sonó la campana de salida.

Elliot y Pierre aprovecharon eso para salir junto a los niños y que el guardia que antes no estaba, no los notara.

Cuando llegaron a su hogar, parecía que sus madres habían terminado de tener una charla bastante importante, pero de inmediato sonrieron al ver a sus hijos entrar.

— Bienvenidos —dijo Dona, con alegría.

— Madre, ¿mientras estemos aquí, no continuaré mis estudios?

— Por ahora no, Elliot.

— Pero me atrasaré y cuando quiera reincorporarme, podría ser realmente difícil.

— ¿De qué hablas, hijo mío? —la mujer se burló, pues sabía cuán inteligente era su niño, ya que fue de los atributos que deseó para él.

Una idea brillante llegó a la mente de Georgina. Era el plan ideal, para esconder sus propósitos y a la vez, mantener bajo la mira a su hijo.

— Está bien, Elliot —se acercó a su pequeño y le acarició la cabeza. El niño la miró extrañado—. Irás a la escuela. Pierre  irá contigo —cuando la mirada de ambos niños se había llenado de un poco de emoción, terminó por convertirse en una de desilusión al escuchar la última frase de Georgina Goretti—. Y yo también.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora