XVI

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XVI

Era ya el segundo día en el que Virginia estaba de visita. Georgina se impacientaba porque aún no sabía como dar con la bruja que los ayudaría a librarse de la maldición que nadie más conocía. Pero quizás, la presencia de Virginia había llegado en el momento adecuado.

Los niños habían terminado de desayunar y Dona los acompañó a la escuela, como todos los días.

Madre e hija terminaban su té.

— De hecho, me alegra que estés aquí —Georgina deja de lado su taza.

— Si me hubieras dicho que morías mañana, no me habría sorprendido tanto como lo que acabas de decir.

— Es en serio, mamá.

La mujer anciana ríe.

— ¿Cómo puedo ayudarte, Georgina?

Agradeció que su madre fuera una mujer de pensamiento rápido. Así se ahorraba sus palabras.

— Necesito que uses tus influencias para encontrar a alguien.

— Cuéntame todo.

Georgina le tuvo que dar el contexto entero de inicio a fin, si quería la ayuda de su madre. Si faltara hasta el más mínimo detalle, la sabia mujer lo notaría y no querría brindarle su apoyo.

Al principio se indignó, pero bien sabía que no sirve de nada llorar sobre la leche derramada.

— ¿Y mi nieto ha mostrado algún indicio de... esa oscuridad que mencionó el vagabundo ese?

— No, madre.

— Ya decía yo que era extraño que el niño tuviera cabello rubio y ojos azules teniendo padres mexicanos. Me temía que hubieras tenido una aventura.

— ¡Madre!

— Era totalmente ilógico, querida. Pero ahora, todo tiene sentido. Si algo como el "sentido" existe entre toda esta locura —terminó con un "¡Ja!" que se le escapó como si fuera lo más natural.

La mujer hizo una seña para que se acerque una de sus tantas sirvientas. Le susurró que enviara una carta a un lugar que Georgina no alcanzó a escuchar. A ella no le importaba, lo que quería era ya encontrar a aquella mujer de nombre Elena.

— En cuanto a lo que querrás a cambio, madre...

— Me alegra que sepas cómo funciona esto. Sí —se sentó derecha—. A cambio de ayudarte a enmendar tu desastre, quiero ser la Señora de la casa. Voy a vivir con ustedes de en adelante.

A Georgina fue como si la agarraran por el cuello y la ataran al oír eso, pero no podía hacer nada más que aceptar agradecida todas sus atenciones. Sabía que con el poder de su madre, podría conseguir pronto sus metas, lo cual le urgía a Georgina porque no sabía que podría suceder y eso, realmente le daba pavor, tanto que las noches las pasaba en vela, muchos días sin poder realmente descansar hasta el amanecer.

Con la ayuda de su madre, podría volver a descansar plácidamente todas las noches o eso se esperaba.

— Está bien, madre.

La casa fue cambiada y ampliada al gusto de Virginia. Con esto, Georgina había aceptado estar bajo el control de su madre una vez más. Intentaba en vano no recordar aquellos difíciles tiempos en los que su madre la criticaba y castigaba para que se convirtiera en una señorita ideal. Aún cuando ve el piano, Georgina tiembla y sentía el dolor en los dedos como si fuera aquella pequeña niña a la que su madre obligaba a ensayar durante horas hasta que se aprendiera al menos tres piezas a la perfección en un día.

Era como si todo volviera a comenzar.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora