XI

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XI

Incluso el hombre más fuerte y experimentado en la sala —y ese era el Señor Carranza— se sintió intimidado ante la presencia imponente de Georgina al simplemente pararse ante toda la asamblea. La confianza que ella poseía en sí misma, en su poder propio, en su inteligencia, eran las armas de fuego de mayor valor que poseía.

— Todas las cosas que dijeron en mi contra, se reducen a que soy una mujer francesa y una madre soltera. No entiendo, para empezar, por qué mis orígenes tienen algo que ver con sus sentimientos de inferioridad hacia sus personas —la gente empezó a susurrar—. Ni comprendo tampoco por qué el tener la fuerza, poder y economía para criar a mi hijo por mi cuenta tiene que afectarles a todos ustedes y mucho menos, entiendo cómo el ser una mujer me hace menos merecedora de tener el trabajo que yo desee si es que tengo los conocimientos necesarios para ejercerlo. ¿El tornado? Ni que yo lo hubiera creado, digan algo inteligente por una vez. Yo corrí tras ese niño, incluso sabiendo que mi vida también corría en peligro. Creo que todos los padres aquí presentes han cuidado aunque sea por cinco minutos a sus hijos, ¿o me equivoco? Porque si es así, sabrán cuán impredecibles pueden ser los niños y como en un parpadear, pueden estar haciendo algo totalmente distinto a lo que hacían hace tan sólo unos segundos. Tampoco culpo al pequeño Ever. ¿Cómo voy a culpar a un niño por comportarse como uno? —Georgina avanzó hasta dónde estaban los papeles de su formación académica. El nombre había sido modificado, pero todo lo que estaba ahí, realmente eran logros suyos. Tomó los papeles y se los dió a uno de los padres de familia, que casi como un reflejo, abrió la carpeta y le echó un vistazo. Luego, las personas se pasaron entre sí los papeles, verificando que ciertamente, ella estaba más que capacitada para instruir—. Sólo me tomó un segundo mirar por la ventana y el niño ya se había salido corriendo, asustado. No me desblindo de toda la culpa porque era mi responsabilidad, sólo les pido que consideren mi situación con justicia y sin tomar como excusa el que soy una mujer.

Todos guardaron silencio por unos momentos, hasta que el Señor Ramírez quiso renegar.

— Una bofetada es lo que le deberían de dar a esta francesa, ¡tan arrogante! Ninguna de sus palabras tuvo realmente sentido. Típico de los franceses, malditos engreídos...

— ¡Por favor! Si todo México ha estado fuertemente influido por la cultura europea desde 1877 —habló una mujer que no se veía de demasiados lujos.

— No, querida, eso empezó desde mucho antes, cuando llegaron los españoles a conquistar nuestras tierras —agregó su marido.

Georgina sonrió para sí misma, agradeciendo los comentarios del feliz matrimonio, aún cuando se ganaron las miradas duras de las personas ahí presentes, pero parecían acostumbrados a ellas.

— Que falta de respeto, Señor y Señora Ives. Pero eso no es algo nuevo en ustedes, siempre tan incivilizados. Parecen salidos de la época medieval —se burló la fría mujer.

Terminó la reunión, todos aceptando finalmente que en efecto, lo que pasó no fue culpa de Georgina. Claro, tuvo que poner mucho de su influencia el Señor Carranza, pero todos cedieron ante las encantadoras palabras del hombre.

Cuando los Señores Ives estaban por salir, Georgina caminó a su lado, con una ligera sonrisa.

— Veo de dónde sacó su hija la falta de modales —dijo, antes que nada, ofendiendolos un poco—. Y también puedo ver de dónde sacó la inteligencia y fortaleza que tiene. Génesis es una buena niña. Estoy feliz de poder seguirle enseñando gracias a ustedes.

La pareja de casados se sintió feliz a pesar del extraño y casi ofensivo agradecimiento. Así, supo Georgina que en ellos tenía un aliado aunque para su punto de vista, no tenían tanto impacto.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora