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— Elliot —habló Georgina con él a solas—. Debes prometerme que no vas a volver a ocultarme nada, hijo. Actualmente, sólo podemos confiar en nosotros. Somos todo lo que tenemos, ¿si me entiendes, cariño?

El niño no mostró ninguna expresión en su rostro.

— Claro, madre. Pero sólo te oculté lo de la marca porque yo no sabía qué era ni que podía ser algo tan peligroso. Quizás si tú no me hubieras ocultado lo de la maldición lo habría tenido más en cuenta.

— Pero eres un niño. No sabía cómo lo tomarías o si tan siquiera lo entenderías.

— Exacto, madre. Soy un niño, no estúpido.

Aunque Elliot había sido grosero para los estándares de Georgina, comprendió totalmente que su hijo, en efecto, tenía toda la razón.

Abandonaron la charla porque si seguían, entrarían a un tema más profundo que quizás se arrepentirían de escarbar.

Los adultos deben de entender que los niños oyen, observan, sienten y aprenden. Si desde pequeños se espera que los niños actúen como adultos, ¿por qué entonces no creen en ellos como si lo fuesen? No es justo que sufran las consecuencias, pero para nada gocen de las ventajas. Hay que dejar a los niños ser, escucharlos y respetarlos como a cualquier ser humano, pues el respeto no se ha establecido bajo criterios de edad. Y si así fuera, he de decirles que es una contradicción total y las contradicciones no encajan al ser dos polos opuestos chocando constantemente y si algo no encaja, no está bien.

——— § ———

Georgina se dispuso a planear lo que harían a continuación, junto a su madre. Para casar a Elliot con alguien de sangre real, tendrían que mudarse al continente europeo al menos.

— O podemos conseguir poder en México y extenderle la invitación a nuestro país a alguna de las familias nobles con las que tenemos conexiones.

— ¿Te refieres a los amigos franceses de los Goretti?

— Sí. Puede ser un buen inicio. Por ahí podemos empezar para construir nuestro imperio.

— ¿"Imperio"?

— Prácticamente, Georgina, es lo que tendremos que hacer.

Las señoras discutieron ese día hasta muy tarde todas las ideas que se les ocurrían y todas las familias que serían adecuadas para empezar a hacer conexiones con la realeza. De vez en cuando, Elliot se les unía y les daba sus opiniones como el mayor partícipe en todo el asunto, pero no podía evitar pensar que tendría que casarse con alguien a quién probablemente no querría. Aún faltaban años, pero el tiempo se va volando en tan sólo un pestañear.

En un abrir y cerrar de ojos, Elliot ya tenía quince años.

La hora de poner todos sus planes en marcha para salvar a su familia de la eterna perdición, había por fin llegado.

Más allá de su jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora