Apuestas? 2

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Dejando el taco a un lado se acerca casualmente a mí, todo cabello alborotado, pantalones vaqueros y camiseta blanca

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Dejando el taco a un lado se acerca casualmente a mí, todo cabello alborotado, pantalones vaqueros y camiseta blanca. No luce como una gerente general, sino más bien como la chica mala del lado equivocado de la ciudad. ¡Santo cielo, es tan jodidamente sexy!

—¿No vas a ser una mala perdedora, o sí? —murmura, apenas conteniendo una sonrisa.

—Depende de cuán duro me azotes—susurro, aferrándome a mi taco en busca de apoyo. Me quita el taco y lo pone a un lado, engancha su dedo en la parte superior de mi blusa y tira de mí hacia ella.

—Bueno, contemos entonces tus delitos menores, señorita Calle. —Comienza a enumerar con sus largos dedo—. Uno, hacer que me ponga celosa de mi propio personal. Dos, discutir conmigo por lo de trabajar. Y tres, agitar frente a mí tu delicioso trasero durante los últimos veinte minutos.

Sus claros ojos verdes brillan con excitación, se inclina y frota su nariz contra la mía.

—Quiero que te quites los vaqueros y esta realmente favorecedora blusa. Ahora. —

Planta un suave beso de pluma sobre mis labios, se dirige entonces a la puerta y la cierra.

Oh mi....

Cuando se da la vuelta y me mira, sus ojos están ardiendo. Me quedo paralizada como una autentica zombie, mi corazón latiendo con fuerza, mi sangre corriendo en mis venas, verdaderamente no soy capaz de mover un solo músculo. En mi mente, todo en lo que puedo pensar es: esto es —por ella—, repitiendo el pensamiento una y otra vez como un mantra.

—La ropa, Daniela. Todavía la llevas puesta. Quítatela, o lo haré por ti.

—Hazlo. —Finalmente encuentro mi voz, y suena baja y acalorada. Poché sonríe.

—Ah, señorita Calle. Es realmente un trabajo muy duro, pero creo que podré superar el desafío.

—Por lo general estás a la altura de la mayor parte de los desafíos, señora Garzón. —

Enarco una ceja en su dirección. Ella sonríe con suficiencia.

—¿Por qué señorita Calle, qué quieres decir? —Dirigiéndose hacia mí se detiene en el pequeño escritorio construido dentro de una de las estanterías. Rebusca y extrae una regla de treinta centímetros de plexiglás. La sostiene de extremo a extremo y la hace doblar, sus ojos no abandonan en ningún momento los míos.

Santa mierda, aquella era el arma de su elección. Mi boca se seca. De repente me encuentro a mí misma estando húmeda y caliente en todos los lugares correctos. Sólo Poché podía encenderme con nada más que una mirada y la flexibilidad de una regla. La desliza dentro del bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros y llega hasta a mí, sus ojos oscuros, llenos de promesas. Sin decir una palabra, se pone de rodillas frente a mí y empieza a deshacer mis cordones, de forma rápida y eficiente, deslizando mis Converse y calcetines. Me reclino en un lado de la mesa de billar para no caerme. Mientras la miro deshacer mis cordones, no puedo evitar maravillarme de la profundidad de mis sentimientos por este hermosa mujer. La amo.

Coge mis caderas, desliza los dedos dentro de la cinturilla de los vaqueros y desabrocha el botón y la cremallera. Me mira por debajo de sus largas pestañas, sonriendo de oreja a oreja con su expresión más lasciva mientras que con lentitud me quita los pantalones. Doy un paso fuera de ellos, agradecida de estar usando aquellas muy bonitas bragas, toma la parte trasera de mis piernas y hace correr su nariz a lo largo de toda la cumbre de mis muslos. Prácticamente me derrito.

—Quiero ser un poco ruda contigo, Calle. Tendrás que decirme que pare si es demasiado. —Suspira.

Oh mi... Ella me besa... allí. Gimo suavemente.

—¿Palabra de seguridad? —murmuro.

—No, ninguna palabra de seguridad, simplemente dime que me detenga y lo haré. ¿Lo entiendes? —Me besa de nuevo, frotando esta vez su nariz. Ah, aquello se siente realmente bien. Se detiene, su mirada es intensa—. Respóndeme —ordena su voz de terciopelo.

—Sí, sí, lo entiendo. —Su insistencia en esto me hace sentir perpleja.

—Me has estado lanzando indirectas y dándome señales mixtas durante todo el día, Daniela—dice—. Dijiste que estabas preocupada porque hubiese perdido mi ventaja. No estoy segura de a lo que te referías, o cuán en serio hablabas, pero ahora vamos a averiguarlo. No quiero volver todavía a la sala de juegos, sin embargo ahora mismo podemos probar con esto, pero si no te gusta, tienes que prometerme que me lo dirás. —La naciente intensidad de su ansiedad sustituía su anterior suficiencia.

—Te lo diré. No habrá palabra de seguridad.

—Somos amantes, Daniela. Los amantes no necesitan palabras de seguridad. —

Frunce el ceño—. ¿No es cierto?

—Supongo que no —murmuro. Cristo, ¿cómo iba yo a saber?—. Prometo que te diré.

Busca entonces en mi rostro cualquier pista que pudiese restarle valor a mis convicciones, pero aunque estoy nerviosa, también estoy excitada. Aún más, al saber que ella me ama. Es muy simple para mí, y ahora mismo, no quiero pensar demasiado.

Una lenta sonrisa se extiende por todo su rostro, y comienza a desabrocharme la blusa, a pesar de que sus hábiles dedos terminan rápido con la labor, no me la quita. Se inclina y coge el taco.

Ah, mierda. ¿Qué iba a hacer ahora con eso? Un escalofrío de miedo me recorre.

—Juegas bien, señorita Calle. Debo decir que estoy sorprendida. ¿Por qué no le das a la negra?

Mi miedo queda en el olvido. Hago una cara, preguntándome por qué demonios ella debería estar sorprendida, —sexy y arrogante bastarda. Mi Diosa interior comienza a hacer ejercicios de calentamiento— una gran sonrisa tonta en su cara.

Posiciono la bola blanca. Poché se pasea alrededor de la mesa y se para justo detrás de mí cuando me inclino para hacer mi disparo. Pone su mano en mi muslo derecho, recorriendo con sus dedos mi pierna de arriba abajo hasta mi trasero, y repitiendo todo una y otra vez con ligeros toques.

—Perderé si continuas haciendo eso —susurro, cerrando los ojos y disfrutando de la sensación de sus manos sobre mí.

—No me importa si pierdes o no, bebé. Simplemente quería verte así, parcialmente vestida, sobre mi mesa de billar. ¿Tienes idea de lo ardiente que te ves en este momento?

Me ruborizo, y mi Diosa interior coge una rosa con los dientes y comienza a bailar el tango. Respiró hondo, trato de no hacerle caso y alinear mi tiro. Es imposible.

Acaricia mi trasero, una y otra vez.

—Arriba a la izquierda —murmuro, entonces golpeo la bola blanca. Al tiempo ella me golpea duro, de lleno en el trasero.

Es tan inesperado que grito. La bola blanca le da a la negra, que rebota en el colchón próximo al hoyo. Poché acaricia de nuevo mi trasero.

—Ah, parece que tienes que intentar de nuevo —susurra—. Deberías concentrarte, Daniela.

Capítulo final quién quiere?

Tenganme un poco de paciencia, empecé la facu otra vez. Voy a estar subiendo capítulos todos los Viernes.
Salu2

One shots CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora