Última parada

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Calle tiene un plan

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Calle tiene un plan.

Laura le dijo que se lo comunicará al estilo de Calle, ¿verdad? El estilo de Calle es tener un plan. Depende de unas cuantas cosas. Tiene que ser el día adecuado a la hora adecuada. Pero ha recorrido tantas veces la línea H que cuenta con los datos que necesita, apuntados con esmero al final de un cuaderno.

Desde luego, no será durante las horas punta de entrada y salida del trabajo; ni a medianoche, que suele ser un momento ajetreado porque es cuando coge el metro toda la gente que sale de los turnos de noche de los hospitales; ni en fin de semana, cuando los empleados con una cara penosa acaban vomitando por toda la línea. La hora más tranquila, cuando es más probable que el metro esté casi vacío del todo, son las tres y media de la madrugada, un Martes por la noche.

Así pues, Calle recopila todo lo que necesita y lo mete en una de las bolsas de la compra reutilizables que Kim ha conseguido que empiece a usar religiosamente haciéndole sentir culpable si se olvida. Pone el despertador a las dos de la madrugada para tener tiempo de domarse el pelo y ponerse un pintalabios que no manche. Tarda veinte minutos en decidir qué ponerse: acaba con una camisa de botones metida dentro de una falda, unos calcetines grises altos hasta el muslo que se compró el mes pasado, los botines de tacón.

Tira de los calcetines delante del espejo, no está segura de su atuendo, pero no le queda tiempo para cambiar de opinión. Tiene que coger el metro. Se acomoda en la hilera de asientos y espera. Y espera un poco más. Poché estará en cualquier vagón que se monte, sea el que sea, y quiere que sea uno de los buenos. Uno nuevo, con asientos relucientes y un panel luminoso que vaya indicando las paradas... y que esté vacío. Intenta convertir el metro en algo romántico. Debe echar mano de toda la ayuda que pueda.

Por fin, un tren con el interior azul bastante nuevo y bien cuidado aparece por la estación, así que Calle agarra las bolsas y se coloca junto a la línea amarilla como una adolescente nerviosa que está a punto de encontrarse con su pareja para la fiesta de graduación.

Se abren las puertas.

Poché está en el rincón más alejado del vagón, recostada sobre la espalda, con la chaqueta plegada debajo de la cabeza, el walkman en equilibrio sobre el estómago, los ojos cerrados, moviendo el pie al compás de la música. Tiene una de las comisuras ligeramente torcida, como si estuviera disfrutando de verdad, sus facciones se notan relajadas y lánguidas, también tiene el cuerpo relajado. Calle nota que el corazón se le derrite de ternura, es imperdonable.

Esa es su chica.

En ese momento, Poché está embelesada, totalmente ajena a lo que la rodea, y Calle no puede resistirse. Se acerca a ella con sigilo, se inclina cerca de su oreja.

—Hola, Chica del Metro.

Poché da un respingo y se cae de lado. Le da un puñetazo a Calle en la nariz.

—¡Joder, Poché! ¿Pero qué haces? —grita Calle, y deja caer las bolsas para agarrarse la cara—. ¿Eres Jason Bourne o qué?

—¡No me pegues estos sustos! —grita a su vez Poché, y se incorpora—. No sé quién es Jason Bourne.

One shots CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora