Ascensor

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El Mile High Club está en el piso setenta y seis de Columbia Tower, superior incluso al apartamento de Poché

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El Mile High Club está en el piso setenta y seis de Columbia Tower, superior incluso al apartamento de Poché. Es muy nuevo y tiene las mejores vistas giratorias sobre Miami.

—¿Una copa, señora? —Poché me da una copa de champan helada mientras nos sentábamos en un taburete.

—Qué tengo que agradecer, señora. —Subrayo la última palabra coquetamente, moviendo mis pestañas deliberadamente hacia ella.

Ella me mira fijamente y su cara se oscurece.

—¿Estás coqueteando conmigo, Srta. Calle?

—Sí, Sra. Garzón, lo estoy. ¿Qué vas hacer sobre eso?

—Estoy segura que puedo pensar en algo —dice, en voz baja—. Ven, nuestra mesa está lista.

Cuando nos acercamos a la mesa, Poché me detiene, con su mano en mi codo.

—Ve y quítate las bragas —me susurra.

¿Ah? Un cosquilleo delicioso corre por mi espina dorsal.

—Ve —ordena en voz baja.

¡Guau! ¿Qué? Parpadeo hacia ella. No está sonriendo, está mortalmente seria. Cada músculo debajo de mi cintura se tensa. Le doy mi copa de champán, giro bruscamente en mis talones, y me dirijo hacia el baño.

¡Mierda! ¿Qué va hacer? Quizás el nombre de este club es muy apropiado.

Los baños están a la altura del diseño moderno, todo de madera oscura, granito negro y focos de luz de halógenos estratégicamente colocados. En la intimidad del cubículo, sonrío burlonamente cuando me despojo de mi ropa interior. De nuevo agradezco haberme cambiado por el vestido azul marino.

Ya me estoy emocionando. ¿Por qué ella me afecta así? Lamento un poco la facilidad con la que caigo bajo su hechizo. Ahora sé que no pasaremos la tarde hablando... ¿pero cómo puedo resistirme a ella?

Comprobando mi apariencia en el espejo, mi mirada se ilumina y me ruborizo con excitación. Cuestión de dejarse llevar. Respiro profundamente y me encamino de regreso al club. Quiero decir, no es como si no hubiera ido nunca sin bragas antes.

Poché se encuentra sentada educadamente cuando regreso a la mesa, con expresión inescrutable. Se le ve perfecta, atractiva, tranquila. Claro, que ahora conozco la diferencia.

—Siéntate a mi lado —dice. Me deslizo en el asiento y ella se sienta—. He ordenado para ti. Espero que no te importe. —Me devuelve mi copa medio acabada de champán, mirándome intensamente y bajo su escrutinio, mi sangre se calienta nuevamente. Ella descansa sus manos sobre sus muslos. Y me tenso y abro mis piernas ligeramente.

El camarero llega con un plato de ostras en hielo picado. Ostras.

—Creo que te gustaron las ostras última vez que las probaste. —Su voz es seductoramente, baja.

—Sólo las he probado una vez hace tiempo —murmuro, con voz entrecortada. Sus labios se contraen bruscamente con una sonrisa.

—Ah, Srta. Calle... ¿cuándo aprenderás? —Reflexiona.

Ella toma una ostra del plato y levanta su otra mano de su muslo. Yo retrocedo con expectación, pero ella alcanza una rodaja de limón.

—¿Aprender qué? —pregunto. ¡Dios, mi pulso está acelerado! Sus dedos largos, experimentados exprimen suavemente el limón sobre el marisco.

—Come —dice, sosteniendo la concha cerca de mi boca. Yo abro mis labios, y ella pone la concha suavemente en mi labio inferior—. Inclina la cabeza hacia atrás despacio —murmura.

Lo hago como me pide y la ostra se desliza por mi garganta. Ella no me toca sólo a la concha.

Poché toma una para ella, y luego me da otra a mí. Nosotras continuamos esta tortuosa rutina hasta que toda la docena desaparece. Su piel nunca conecta con la mía. Está haciéndome enloquecer.

—¿Todavía te gustan las ostras? —pregunta cuando trago la última.

Asiento con la cabeza, enrojecida, anhelando su toque.

—Bueno.

Me muevo en mi asiento. ¿Por qué esto está tan excitante? Ella pone su mano casualmente en su propio muslo nuevamente, y yo me derrito. Ahora. Por favor. Tócame. Ella mueve su mano arriba y abajo de su muslo, la levanta, luego vuelve a colocarla donde estaba.

El camarero vuelve a llenar nuestras copas de Champán y de inmediato retira nuestros platos. Momentos más tarde regresa con nuestro plato principal, lubina...

—¡no puedo creerlo!— servida con una salsa holandesa, espárragos y patatas salteadas.

—¿Unos de tus platos favoritos, Sra. Garzón?

—Definitivamente, Srta.Calle. Aunque creo que era bacalao en el Heath. —Su mano se mueve en su muslo de arriba abajo. Mi respiración pincha, pero aun así no me toca. Es muy frustrante. Trato de concentrarme en nuestra conversación.

—Me parece recordar que estábamos en un comedor privado, discutiendo los contratos.

—Días felices —dice, sonriendo burlonamente—. Esta vez espero conseguir follar contigo. —Ella mueve su mano para recoger su cuchillo.

¡Argh!

Toma un bocado de su lubina. Lo está haciendo a propósito.

—No cuentes con ello —murmuro con un mohín y ella me mira, divertida—.

Sus ojos se iluminan.

—Estoy muy contenta de que estás usando un vestido —murmura. Y bam, el deseo recorre mi sangre ya sobrecalentada.

—¿Por qué no me has tocado, entonces? —siseo.

—¿Extrañando mi tacto? —pregunta con una sonrisa. Se ha divertido... la hija de puta.

—Sí —me enfurezco.

—Come —ordena.

—No vas a tocarme, ¿verdad?

—No. —Niega con la cabeza.

¿Qué? Jadeo en voz alta.

—Sólo imagina cómo te sentirás cuando estemos en casa —susurra—. No puedo esperar para llevarte a casa.

—Será tu culpa si hago combustión aquí en el piso 76 —murmuro con los dientes apretados.

—Oh, Calle. Encontraremos una manera de apagar el fuego —dice, sonriendo.

Echando humo, excavo en mi lubina, también puedo jugar este juego. Aprendí lo básico durante nuestra comida en el Heath. Tomo un bocado de mi lubina.

Se derrite en la boca, delicioso. Cierro mis ojos, saboreando el sabor. Cuando los abro, empiezo mi seducción a Maria José, levantando muy lentamente mi falda, dejando al descubierto más de mis muslos.

Poché hace una pausa momentánea, un bocado de pescado suspendido en el aire.

Tócame.

Después de un latido, sigue comiendo. Tomo otro bocado de lubina, ignorándola. Luego, bajando mi cuchillo, me paso los dedos por la parte interior del muslo inferior, golpeando ligeramente mi piel con la punta de mis dedos. Es una distracción, incluso para mí, especialmente cuanto estoy ansiando su toque.

Poché se detiene una vez más.

—Sé lo que estás haciendo. —Su voz es baja y ronca.

—Sé que los sabes, Garzón—le respondo en voz baja—. Ese es el punto.







Parte 2?

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