8: Para.

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8: Para.


Conocía la culpa. Esa sensación escurridiza que se metía en tu cerebro y se movía hacia todos tus órganos. Sabía lo que era la presión en el estómago por lo que pasó, al punto de tener dolor de cabeza de lo mucho que piensas en cómo habría cambiado la situación si hubieras elegido otra cosa. Las noches de insomnio por la cantidad de recuerdos que preferirías olvidar. Aquella piedra que se interpone entre tus pulmones y la garganta y que no te deja respirar.

Yo estaba familiarizada con la culpa todos los días. Por eso, sabría reconocer si al verme al espejo experimentaba un poco de culpa. Pero no, no había más que ardor en algunos sitios de mi espalda donde hubo contacto con la alfombra. Además de dolor en el coxis porque siempre sí lo hicimos al estilo misionero.

Arrugué un tanto mi frente cuando toqué ese punto donde terminaba mi columna y empezaba mi trasero. Sí, dolía lo suficiente para saber que era por la fricción de la alfombra en mi piel y la superficie dura del piso; no puedes pedir mucho de la calidad o el grosor del material de la moqueta en un motel.

Pero, apartando los dolores musculares, no sentía la mínima culpa de la madrugada de sexo candente que tuve con Aser.

Tal vez no lo experimentaba porque no había visto a Devon.

Me dejó una simple nota avisando que llegó y yo no estaba y que le dijera si pasaría el día donde mis padres. Que él tendría una reunión de trabajo y que llegaría pasadas las nueve de la noche al apartamento.

Sí, Devon. Una reunión de trabajo un sábado.

No tenía derecho a sentirme engañada. Sin embargo, hubo este malestar en el centro de mi estómago cuando lo leí. Porque seguía mintiendo. Y yo pensaba en la forma de ver a Aser otra vez.

—Voy a irme el domingo por la tarde. Debo regresar a Texas. ¿Crees que podemos vernos el domingo?

En su momento le dije que no. No por la culpabilidad, sino porque pensé que una vez era suficiente para mí. Un encuentro y listo, el siguiente capítulo. Pero cuando llegué al apartamento y leí la nota de Devon quise ver a Aser. No para sexo, solo hablar. Desahogar mi patética existencia con alguien que no me conociera. Que no supiera lo tenebrosa que me estaba volviendo por dentro. Por fuera era solo Meg. La chica de Massachusetts con una familia que la amaba y el novio perfecto. Por dentro la mayoría de mis pedazos estaban rotos y oscuros.

Si le contaba a Aser de los abortos no me importaría si me juzgaba. Si le hablaba de la relación disfuncional con Devon tampoco diría nada. O tal vez sí, en esa franqueza tan especial que tenía. Sin embargo, seguía sin considerarlo mi amigo, mi amante, mi pareja, mi casi-algo. Aser era un desconocido con el que me encontré en un supermercado y listo. Uno que follaba como nadie me había cogido y que derretía a la Megan pacífica. No era sano sentirme de esa forma con él, pero yo necesitaba un ancla, algo que me diera una bofetada para despertar. Solo que en ese momento no lo vi así. Simplemente creí que Aser era un respiro a lo malo. Que acostarnos me ayudaría a ver las cosas mejor.

Obra de arte: 🏴‍☠️

Me llegó su mensaje como a las once de la noche.

Devon no había llegado. Ni siquiera estaba despierta por él, sino porque seguía dándole vueltas a la idea de reunirme con Aser.

Yo: 🐝

Era nuestra clave. Él pensó que sería prudente —y chistoso— tener una clave para comunicarnos. Él escogió una bandera pirata porque era Aser y tenía una obsesión media extraña con las osamentas. En serio, tenía un tatuaje de una calavera gigante en su abdomen.

KavanoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora