10: Un corazón roto.

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10: Un corazón roto.

Cuando mi mamá me decía que jugar con fuego me iba a quemar, yo solía pensar que era una advertencia para meterme miedo. De niña era bien inquieta, todo lo tocaba. Así que cuando mi mamá me vio jugando con un mechero se molestó tanto que me dijo aquellas palabras.

Ese día, hablando con Aser de nada realmente importante —sólo si te interesa saber de cerdos y pollos—, comprendí que estaba jugando con fuego.

Y que el fogaje se sentía increíble.

No hubo connotación sexual. Ambos sabíamos lo que Devon me había hecho y en ese instante no tenía ganas de pensar en eso. Mi mente eligió interesarse en él. En sus músculos, su torso, y todo lo que se escondía debajo del suéter y el pantalón de chándal. Pero era como si hubiéramos firmado un acuerdo para mantenernos platónicos.

No me atreví a volver a mi apartamento. Te diría lo que estaría haciendo Devon, pero ya no lo conocía. No estaba segura de lo que haría. Otra vez se instaló en mi pecho la tristeza de no sentirme segura con la persona que creí amar. El tipo lúgubre y malhumorado que vivía conmigo ya no era el Devon que reía divertido por cosas tan sencillas como los cómics.

La idea de quedarme donde mis padres con un labio mordido y varios moretones en mi mano no se veía como la mejor opción. No lo dejarían pasar, iban a preguntar, y era muy pronto para abrazar la idea de que mi novio de tantos años un día se volvió abusivo.

—Puedes quedarte aquí. Por primera vez seré un caballero —prometió, mirándome con picardía.

Lo pensé durante unos minutos mientras me daba una ducha para despejar mi mente. Me sentía entumecida, parecido a cuando corres demasiados kilómetros y al día siguiente ni siquiera puedes moverte. Pero lo peor era el dolor en el centro de mi pecho. Un escozor que me provocaba separar mi esternón de las costillas, sacar mi corazón y quedarme hueca; tal vez así no me dolería lo que Devon había arruinado.

Estaba quebrada. Tenía lo justo en mi bolsillo para pagar el mantenimiento del coche —que venía aplazando porque siempre había algo más importante—, y el resto lo usé para pagar la renta y todo lo demás, así que no tenía dinero.

Como se veía la cosa, Aser sería mi única salida para evitar ir a los dos lugares a los que no quería ir.

—Acepto la propuesta —murmuré, mirando hacia la cama, pensando cómo sería. Follar y acostarnos era una cosa, pero no me hallaba lista para ninguna de las dos. No esa noche.

—Llamaré a recepción. Tal vez pueda conseguir un catre. O en el mejor de los casos, un colchón inflable.

—De verdad te lo agradezco. Y lo siento mucho. No es tu deber involucrarte en esto. En serio, gracias.

Era lo menos que podía hacer. Él quedó en medio del fuego cruzado que era mi vida. En ese momento desee que Aser encontrara una persona para amar, porque un ser tan genial como él merecía una persona igual de genial.

¿Por qué no puedes ser tú?

Suspiré al pensamiento. Reconociendo que mi cerebro ya estaba tratando de buscar refugio donde no debía. Las cosas estaban muy turbias como para darle pie a los sentimientos. Esto con Aser era carnal y, por fortuna para mí, al menos encontré una buena persona en el proceso.

Era una pijamada mixta. Así lo veía.

Aser me prestó uno de sus pantalones de Chándal que me quedaban exageradamente anchos y largos. Bueno, mi trasero se amoldaba bien a la pieza, pero parecía la princesa Jazmín con los pantalones del Genio o algo así.

KavanoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora