7: La chica y yo.

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7: La chica y yo.

Era la primera vez que pisaba ese lugar.

Se supone que era un mirador. Podías ver la ciudad desde él. El estacionamiento se hallaba lleno de autos, la mayoría con vidrios polarizados. La iluminación no estaba mal; por estar cerca a la carretera tenías un par de faroles. Hasta allí llegaban los turistas o una que otra familia con ganas de fotografiar las luces y todo eso.

Más allá, subiendo una carretera angosta y pedregosa, se escondía un segundo mirador. Este estaba en total abandono porque las personas no estaban dispuestas a dañar la carrocería de sus coches. Además, se corrió el rumor de que una chica se suicidó y, desde entonces, aparecía una figura tenebrosa que caminaba por la carretera hasta llegar a la baranda y lanzarse al vacío. No lo había visto, pero ¿por qué no creer?

El asunto es que por estar abandonado, los chicos convirtieron ese lugar en un besuqueadero. Para que lo entiendas: los adolescentes iban solo para darse besos y los más indecentes follaban en sus autos.

Fui mentalizada que solo serían besos. Nada más.

El interior del coche de Aser olía a rentado. No tiene sentido, pero en serio, el aroma era como neutral. Me imagino que limpiarlo cada par de días y borrar el rastro del antiguo chófer conseguía ese efecto de neutralidad.

—Y cuéntame, Meg, ¿cómo conoces este lugar?

Aser movía su cabeza de un lado a otro, dándole una mirada concienzuda al sitio con pocos visitantes. Como dije, más abajo estaba el mirador turístico. Este lado incluso tenía el letrero de prohibido el paso. Sin embargo, nadie se preocupaba por merodear para asegurarse de que la gente siguiera la indicación.

—Escuché a muchos chicos hablar de esto —murmuré, sonando muy patética.

¿Es muy ñoño que ni siquiera supiera del mirador por una escapada adolescente?

—¿Es tu primera visita? —cuestionó con intriga, aunque continuaba sin verme.

Aser estaba mirando hacia el frente, a la gran cerca de ciclón que funcionaba como protección, quizá para que los carros no cayeran al vacío… O para evitar más suicidios.

—Meg, ¿nunca habías venido? —insistió en la pregunta, ahora sí, mirándome con algo que no conseguí descifrar. ¿Orgullo? ¿Intriga? ¿Ternura? No lo sé.

—No. Dev…

Me detuve antes de sacar el nombre de mi novio.

Aser suspiró, sonriendo con amabilidad.

—Está bien. Puedes decirlo. Solo no quería que lo dijeras mientras discutíamos nuestra salida o cuando estábamos por tener sexo. Pero, mira, ni nos hemos besado, así que quién sabe… De pronto solo vamos a hablar.

—Esto es una locura. Me parece tan irreal…

Aser, en vez de verme fastidiado, me prestaba atención. Como si escucharme fuese lo más importante del mundo.

Volteé a ver hacia la ventana. En mi campo de visión solo había un coche. Una furgoneta oscura que tenía las puertas traseras abiertas, pero se no veía nada porque el conductor estacionó a una distancia alejada con el interior mirando hacia unos árboles. ¿Qué había más allá de aquellos árboles? Quizá el final de la carretera… O un bosque sin salida.

—Meg, no saldrá un asesino con una sierra de los arbustos —bromeó.

Regresé mi atención a él, encontrando un semblante divertido.

—No, lo sé. Me preguntaba qué habría más allá de esos árboles.

Una chispa aventurera se instaló en sus ojos. En la oscuridad se veían casi negros, pero de alguna manera lo que acababa de decir logró encender la chispa de la curiosidad.

KavanoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora