15: Un par de días.

58 8 0
                                    

15: Un par de días.

Durante esa semana me llené de nervios de a poco. Al principio lo vi como «ah, qué rico, conoceré a Aser. Tendremos sexo caliente y sabré más de él». Luego, se me vino a la mente la parte en la que me presentaba a los hijos, a sus amigos, me secuestraba y más nunca vería a mis padres.

Él soltó la carcajada más grande que había dejado salir en todo el tiempo que teníamos de conocernos.

Le dije exactamente lo que pensaba cuando me amenazó con cancelar mi viaje si no le decía porqué estaba tan nerviosa.

—Bien, abejita. Vamos por partes. Ya me conoces. Lo suficiente para saber que no te haré daño. Compré un tiquete de ida y vuelta, Meg. Le dijiste a tus amigos y creo que tu amiga me acosa por Instagram. Creo que eso basta.

»No te estoy invitando para tener sexo y encadenarte al dosel de la cama. Daremos un paseo por el pueblo y, si tenemos algo de tiempo, visitaremos otros lugares de Texas. Y no creo que conozcas a mis hijos. Mi hermana vive en Nueva York; se los llevó el verano pasado, les gustó tanto a esos pequeños traidores que se irán mañana a pasar la mitad del verano con ella.

»No haremos nada que no quieras, Megan. Te lo prometo.

Llevábamos hablando por teléfono durante una hora. Y en esas dos semanas antes del viaje nos enviamos chats hasta el cansancio. Hasta que él se quedaba dormido o se me descargaba la pila del celular.

Tenía una galería de fotos de Aser en mi teléfono. A él no le avergonzaba su cuerpo. Lo que pedía, él lo enviaba: saliendo de la ducha, a casi nada de pasar la máquina de afeitar por su cara. Tomando café, leyendo —casi tuve un orgasmo instantáneo porque el hombre leía—, comiendo rosquillas. En un bar tocando la guitarra. Esta última no me atreví a preguntarle quién se la tomó; me dio miedo de que hubiera un par de groupies por allí babeando por Aser.

Así que el hombre no era sedentario. Siempre estaba haciendo algo. Era aventurero, divertido, coqueto, y me traía como a una chiquilla de quince suspirando por el profesor bombón del instituto.

—Está bien. Es que estoy emocionada. Pero le tengo miedo al avión… y…

—Y a que algo termine mal. ¿Es eso? ¿Ya estás pensando en la despedida sin pisar ni siquiera el aeropuerto? —preguntó, perdiendo el rastro de humor, adquiriendo ese lado serio que tenía a veces.

—No puedo evitarlo.

—Lo sé. Pero nadie tomaría riesgos si pensara en lo que puede salir mal. La pasaremos bien, cariño.

Tenía mucho tiempo sin decirme cariño. Creo que lo hizo una o dos veces antes, cuando era sólo sexo, pero ahora había una vibra diferente. Las conversaciones eran más largas, profundas, e incluso serias. No hubo un día que me fuera a la cama sin saber de Aser. Su voz había cambiado. Era más calmada, pausada. Y relajada. Sin embargo, continuaba el coqueteo y las charlas sucias. Pero algo cambió en nosotros; podía sentir que nos movíamos un escalón más arriba de lo que era casual. No pretendía engañarme: tenía miedo e ilusión a partes iguales.

—No me has dicho cómo lo tomaron tus padres. —Cambió el tema, y sería genial si supiera qué decirle—. ¿Meg? ¿No les dijiste? —preguntó medio incrédulo y molesto al mismo tiempo.

—¿Cuenta que les dije que viajaría para mi cumpleaños?

Soltó un gruñido. Algo así como arrrggh. Se me escapó una risita porque era divertido imaginarlo en ese momento.

—Abejita, de verdad, ¿por qué no le dices? ¿Es por vergüenza? ¿Porque no saben a quién verás en el viaje? —No se escuchaba dolido, tampoco incómodo. Era una especie de incertidumbre, como si no supiera qué esperar de mí. O no estaba preparado para saberlo.

Tal vez Aser también notaba que las cosas se estaban volviendo serias. Que ya no éramos dos personas follando en un motel barato, que se veían un par de horas cada cuantos meses. Evolucionamos a hablar todos los días, enviarnos fotos en cosas tan tontas como pasear por la calle; ya ni siquiera eran fotos de desnudos o provocativas. Me preguntaba por mi día sin la sensación de que lo hacía por cortesía. Parecíamos… sí, eso, una pareja.

En ese momento me cayó el 20 como dicen algunos. Y creo que Aser lo estaba intuyendo.

—No lo aceptarían, Aser —susurré muy bajo. Esa era la verdad: no lo verían con buenos ojos. Ni su edad, los tatuajes y qué decir de la distancia.

—Abejita, no estamos planeando una boda. Sólo vendrás de visita. Luego volverás. Sencillo. Lo que no quiero es que hagas cosas a escondidas. Las mentiras siempre traen complicaciones.

No me gustó su tono, tampoco su respuesta. Mucho menos la sensación de que estaba poniendo un límite de forma sutil en sus palabras. Pero quería verlo. Aser me gustaba demasiado. Y por más que quisiera enojarme porque puso los puntos claros, entendía que no había un futuro idílico para nosotros.

—Hablaré luego con ellos —contesté en un murmullo resignado. No era por hablar con mis padres, sino porque quería mucho más de él. Sin embargo, estaban todos esos obstáculos que se veían muy difíciles de saltar.

Quizá por eso Aser ponía límites, porque al final estaba claro que vernos un par de días era todo lo que tendríamos. Siempre.

KavanoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora