16: Al cielo y al infierno.

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16: Al cielo y al infierno.

Cuatro horas y algo más. Ese fue el tiempo que me tomó salir del avión en Dallas, recoger mi equipaje y esas tonterías, para ver a Aser.

Iba con el corazón en la boca. Durante todo el vuelo estuve con unas náuseas horribles y los retorcijones que no me dejaban en paz. No entendía porqué me sentía de esa forma; Aser había visto todo de mí, incluso mis lágrimas. Sin embargo, estaba nerviosa. Como si estuviera cometiendo la locura más grande de mi vida.

Todo eso quedó atrás al ver a Aser de pie, esperando por mí, con una sonrisa ladeada.

Dulce bebé Je… Eso. Mamá estaría orgullosa de mí por no decir su nombre en vano.

Pero, ajá, él estaba allí como un modelo, alto, fornido, con su cabello atado a una cola alta. Los tatuajes estaban ocultos, pero yo sabía que estaban debajo de su sudadera de Nirvana.

Mi centro se contrajo al recorrer todo su cuerpo con mi mirada. Yo estaba como una tonta con la baba escurriendo por mi quijada, incapaz de mover un sólo pie para avanzar. Él me tenía atrapada entre la sorpresa, la anticipación y su aura misteriosa y atrayente.

Hasta que me llamó con su dedo índice y me guiñó el ojo. Encendió una luz en mí, presionó un botón que ni yo sabía que existía en mi interior.

Agradecí que llevaba una maleta ligera, porque eché a correr hacia él y, cuando estuve cerca, tomé un impulso para saltar a sus brazos. Aser me recibió sin protestar, abrazando mi trasero mientras mis piernas se enredaron en su cintura. Yo era una cosa pequeña, así que él podía muy bien conmigo.

Inspiré hondo, antes de decir—: Hola. —Mi cabeza estaba enterrada entre su cuello y su hombro.

Santa madre de la tentación, huele increíble.

—También estoy feliz de verte, abejita —respondió, palmeando mi trasero allí mismo frente a todos…

Mierda… Estamos en un aeropuerto, pensé, sintiendo que mi rostro —bueno, todo mi cuerpo— se ponía rojo de la vergüenza.

—¿Hay mucha gente viéndonos? —susurré la pregunta, cerrando los ojos con miedo.

Sentí su estómago vibrar. Se estaba riendo.

—Ya no. Ahora están pendientes de una mujer que está discutiendo con su marido porque una de sus maletas se perdió.

—¿Es seguro bajar? —insistí como una niña pequeña. Créeme, me sentía como una nena de brazos.

—Sí, cariño.

Respiré hondo, antes de murmurar—: Bien. Bájame.

Mis pies tocaron el piso, pero continuaba con los ojos cerrados.

—Meg, abre los ojos, preciosa. Estás segura. Confía en mí.

Abrí un sólo ojo; una rendija pequeña por si acaso. Cuando comprobé que no mentía, abrí los dos. Pero fue un error: mi mirada aterrizó en Aser. En el azul claro y bonito de sus ojos. Me perdí en la intensidad. En el hermoso azul con motas claras.

Él también se perdió en mis ojos. Sostuvo mi barbilla, se inclinó y, sin avisar, presionó sus labios en los míos.

Madre mía…, tuve que aferrarme a su antebrazo para no caer allí mismo. Eso sí sería un espectáculo.

Mi boca encontró el ritmo muy rápido. Como si no tuviera meses sin verlo o besarlo. Posó su mano en mi cuello, ocasionando que mi piel quedara chinita en ese mismo instante. Su labio succionó el mío, haciéndome apretar mi entrada de la descarga de electricidad que envió hacia todo mi cuerpo.

KavanoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora