Epílogo.
Megan se bajó del avión sin sentirse ella misma. Mientras llegaba a su casa se preguntó: ¿dónde estaba? Mejor dicho: ¿en dónde estaba su alma?
Continuaba en negación, incrédula ante la idea de que sólo unos días y unas frases bonitas le bastaron para enamorarse de una manera tan absurda de Aser. Pero ella estaba enamorada, no había dudas.
Sin embargo, permanecía en su cabeza la idea de que no funcionaría. No era posible. Había tanta historia entre ellos y, como si no fuese suficiente, el descubrimiento de que su ex, Devon, era el hijo de Aser.
Se echó a reír de sí misma, del lío inmenso en el que había caído. Pero, después de mofarse de su dolor, recordó a un hombre que también estaría sufriendo. Uno que viviría rodeado no sólo de lo que experimentó con ella en su chalet, sino de lo que pasaría con la relación de su hijo, sumándole el resto de situaciones diarias que enfrentaba a cada rato.
Sintió que su pecho dolió, por primera vez desde que se bajó del avión, al imaginar a Aser pasándola mal.
Sin embargo, en este asunto infortunado, la única certeza de Megan era que no podría enfrentar semejante crisis. Ella lo aceptaba, no se hallaba capacitada para soportar los inconvenientes que, con toda seguridad, estarían a la orden del día.
—Soy muy cobarde. No tengo la fuerza —se dijo para sí misma antes de salir del taxi.
Megan no sabía cómo vencer los obstáculos, creyendo que eran muy altos para que alguien como ella, tan pequeña de espíritu, llegase al final de la torre sin ayuda.
Por eso huyó. Convencida de que el tiempo se encargaría de borrar los recuerdos, el dolor, los rostros, los nombres, las sensaciones, y si tenía mucha suerte, el amor.
Más allá, a cientos de kilómetros de distancia, se encontraba Aser.
Él estaba lavando sus manos de manera mecánica. Maldiciendo al destino, a las circunstancias, al jodido cupido, a lo que fuera que viniera a su cabeza.
Fue un idiota. Creyó que las cosas saldrían bien. Que ese extraño sueño era sólo por el miedo a perder a alguien que tenía muy adentro.
Se odiaba a sí mismo. A quien fuese que le dio la habilidad de ver lo que otros no veían. Porque no hay nada más jodido que tener la certeza de lo que sucederá.
—¡Mierda! —lanzó el jabón especial que usaba para lavarse después de una intervención.
Se echó a reír de mala gana, pensando que consiguió salvar a la jodida vaca; el ternero estaba perfecto. ¿Pero su corazón? Sentía que no servía.
—Tengo que estar defectuoso —gruñó, mirando el jabón en el piso con restos de tierra y heno.
Nada tenía sentido para Aser. Su hijo fue un violador. Un abusador. Todo lo que su padre David fue. Creyó que por crecer en un ambiente con dos madres, Devon estaría mejor. Sin embargo, allí estaba Meg, la prueba de que su hijo no estaba en sus cinco sentidos.
¿Y ahora qué haría? ¿Con su corazón, con su hijo y con el futuro?
Aser venía sintiendo que nada estaba bien en su vida desde que tenía memoria. Tuvo sus momentos buenos, como vivir con el pastor y conocer a Sophie, ver crecer a sus hijos, pero el resto del tiempo Aser experimentaba la sensación de que no estaba en el lugar correcto. Hasta que conoció a Meg. Hasta que la hizo reír. Hasta que la besó. Hasta que limpió sus lágrimas. Hasta que la amó.
Pero ahora volvía a sentirse sin un propósito. Sin un lugar al que pertenecía. Como si hubieran cortado su suministro de aire y anduviera con un tanque de oxígeno temporal.
Otra vez tendría que pasar por el duelo. La separación, la aceptación, la maldita etapa de negación. No sabía si podría soportar otro luto. Así se sentía Aser, que Meg lo había dejado para siempre. No importó cuánto le pidió que no lo hiciera. Cuánto le rogó que se quedara, Meg lo dejó.
Así como Sophie lo dejó. Y Aser tenía miedo también. De lo que sería levantarse. De lo que dolía el proceso de recuperación. De recoger todos los trozos que le regaló a Meg y que ella tiró en su cara.
Aser botó un suspiro grande, sintiendo que ninguna cantidad de aire era suficiente para traerle paz.
Encendió la pantalla de su teléfono para ver la hora. En el protector de pantalla vio tres rostros. Ya no eran unos bebés. Estaban en la adolescencia. Pero eran su ancla. Lo único que lo motivaba a no sucumbir a los malos sueños, las sensaciones viscosas que andaban en la oscuridad de su alma.
Sus hijos lo empujaban a dar lo mejor de él. Y, mientras aprendía a salir a flote otra vez, volverían a ser su motor. Ellos tres.
Y, tal vez, si conseguía perdonarlo, Devon podría conocer lo que un verdadero padre hace por un hijo.
Fin.
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Kavanough
Literatura FemininaA veces debes preguntar antes de lanzarte. Debí averiguar quién era antes de caer a sus pies. Ahora siento que estoy enamorada de un hombre con un pasado complicado. Nunca creí que Kavanough me haría romper las reglas solo por un beso.