21: La raíz de todo.

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21: La raíz de todo.

Esa mañana Aser se despertó temprano. Primero que yo. Lo encontré en la cocina tomando café. En una burbuja rara. Había algo extraño en él.

—Buenos días —canté, demasiado entusiasmada.

No sabía cómo abordar lo de la noche, así que traté de ser Megan. Lo que sea que eso significaba en mi cabeza.

—Creo que he probado que no puedes fingir conmigo, Megan —murmuró antes de llevarse la taza a la boca.

La bendita cosa echaba humo, pero él le dio un gran sorbo.

—Lo sé. Lo siento mucho, Aser.

Era lo más sensato. La había cagado y era mi deber disculparme. Pero él no parecía muy abierto a recibir mis disculpas.

—¿Estás molesto? —cuestioné, sentándome con cautela en el taburete.

Volteó a verme de reojo, luego me dio esa mirada penetrante que usaba para leerme. Ese bendito vudú que tenía y que él decía que era sólo la capacidad de prestar atención.

—No. Sólo… dolido —aceptó, dejando la taza sobre la isla con mucha calma.

—Aser, si pudiera…

—Si pudieras, Megan. Pero no puedes. Nadie puede regresar el tiempo y hacerlo mejor —interrumpió, lo que en teoría iba a decir.

—Me das miedo.

Esto lo hizo reír. Movió su dedo índice pidiéndome que me acercara.

—Muy pocos lo notan. David lo odiaba. Le decía a mi mamá que estaba… Poseído. —Negó ante esto, pero se recuperó, agregando—: No lo hagas más, Meg. Si no puedes con mi pasado, dímelo, lo voy a entender. Pero no me lo tires en cara cada vez que estás acorralada. Y tampoco lo uses de excusa para correr.

—No sé qué está pasando con nosotros. Vamos… rápido, ¿sabes? Y…

—Tienes miedo. Pero volverás a tu casa, Meg. Allá tendrás tiempo para pensar. Ahora sólo disfrútalo, porque tengo la extraña sensación de que nos queda poco para disfrutar.

—No voy a correr, Aser. —Me dio una mirada de que él sabía algo que yo no.

—Lo harás, Meg —aseguró con tristeza—. Pero no lo hagas a escondidas. Al menos dime que es demasiado y que no puedes. Yo voy a entenderlo. ¿Me lo prometes, Meg?

Su voz bajó tanto por la intensidad de su pedido, que me revolvió el estómago.

—Te lo prometo.

—Tengo que vigilar a una vaca. Por suerte ésta está encerrada. Pero el parto parece que será difícil. ¿Quieres ir conmigo?

—¿Estará Jules?

Aser negó, dándome un suave mordisco en los labios después.

—Vale. Voy.

Antes de levantarme de su regazo, Aser se me quedó mirando, creo que grabando mi cara en su mente. No me atreví a preguntarle porqué tenía ese semblante tan triste. ¿Era por los recuerdos de la noche pasada? ¿Aún estaba dolido conmigo?

Se me llenaron los ojos de lágrimas sintiendo una angustia extraña. Como si su molestia fuese contagiosa. Así que lo abracé y quise decirle que nunca me iría de su lado.

—No prometas cosas que no puedes cumplir, abejita. Ninguno sabe las vueltas de la vida.

Palmeó mi culo, haciéndome saltar de la sorpresa y mirarlo con molestia.

KavanoughDonde viven las historias. Descúbrelo ahora