Un día cualquiera

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Cerró la puerta tras de sí

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Cerró la puerta tras de sí. Adoraba la sensación de no tener que cargar una llave, ni echar cerrojo a cada espacio. De hecho, tan solo cerraba por mera costumbre, pero establecer la distancia entre el mundo exterior y su bonita casa no era cuestión de seguridad.

Las calles del vecindario de Malany estaban impecables. La acera brillaba junto con el sol, el hermoso cielo era tan amplio y despejado que la chica podía verse reflejada en él. Tenía una pequeña mochila al hombro, le gustaba llevársela tan solo para cargar las cosas de un lugar a otro, mientras pasaba el rato.

Apenas comenzaba a deleitarse con el delicioso aire que la rodeaba, cuando una pequeña creatura rosa llegó corriendo golpeando su pantorrilla.

—¡Puki! —La chica levantó el pequeño poodle color rosa pastel que había llegado a saludarla. Con un solo movimiento lo colocó sobre su mochila vacía para seguir avanzando—. Qué hermoso día, como siempre. Estoy ansiosa por ver lo nuevo que hay en la biblioteca.

El pequeño ladró alegre como respuesta. Una de las cosas que más le gustaba a Malany era pasarse por la biblioteca para ver cómo esta se había ampliado. Pasaba horas y horas sumergida entre páginas perfectas.

—¡Hola, Malany! —saludó la señora Torres que estaba regando su jardín con unos enormes lentes. Usaba también un gran sombrero que la hacía sentir como estrella de cine.

Malany regresó el saludo y siguió su camino. La señora Torres había sido su profesora de inglés por varios años. Era el tipo de profesora en la que uno podía confiar ciegamente. Revisaba las tareas con mucho cuidado y paciencia, en lugar de bajar calificaciones de la nada, siempre explicaba y mantenía una actitud de escucha activa.

No solo había sido la profesora favorita de Malany, sino que la profesora favorita de todas las personas que la habían tenido como enseñante. Se rumoraba que viajaba de vecindario en vecindario tan frecuentemente, que pocas personas podían verla de manera regular. Malany era una de las afortunadas.

El sol intensificó su calor. La chica estaba de un excelente humor. A lo lejos, como una pequeña montaña, se notó la biblioteca del vecindario. Puki hizo un sonido curioso, como de ronroneo agudo. A la pequeña mascota le encantaba recorrer los estantes, explorando algunos cuentos que tuvieran dibujos divertidos. Malany lo dejaba, porque ella también los amaba.

Rodeando la biblioteca, unas pequeñas bombillas de color morado, enmarcaban la cuadra entera del inmueble. Todo el vecindario tenía un aspecto bastante colorido, como una postal, pero la biblioteca de Malany era otra cosa totalmente distinta.

La pintura era morada con purpurina, los detalles eran tan variados que resumir el estilo arquitectónico era difícil. Terminaciones góticas en algunas esquinas, otras repletas de plantas y vidrios modernos que buscaban volver, aunque fuera un pasillo, brevemente minimalista.

La puerta, también era un elemento difícil de definir. Tenía una entrada que emulaba la hoja de un libro, se empujaba como una tela que recubría el acceso a ese santuario del conocimiento y la relajación.

Ante la inseguridad, probablemente sería la peor de las decisiones, pero eso no tenía nada que ver con la vida en ese lugar. Afortunadamente, solo había una cosa de la que preocuparse: disfrutar.

Puki bajó de la mochila de un salto y movió su peludo cuerpo con rapidez hacia la sección de cuentos. En ese sitio vivían las mejores historias, aquellas que, de niña, le habían marcado el corazón. Por supuesto, como todo en esa biblioteca, también existía la sección especial, con todos y cada uno de los recuerdos hermoso de la infancia de Malany. Los aprendizajes, las lecciones y todo lo que en algún momento fue doloroso, se había convertido en un libro de enseñanzas, colocado en la sección correspondiente (ya en el área de adultos, claro).

La chica recorrió el recinto con la mirada. Sacó de su mochila una pequeña lamparita e iluminó el techo que estaba recubierto con cristales y luciérnagas que habían decidido formar su nuevo hábitat dentro de los libros de la joven. Siempre había amado las luciérnagas, aquella era su parte preferida de todo el edificio.

Deslizó su caminar por el brillante piso, hasta encontrarse con la sección de fantasía. Ese día había sido pesado, quería relajarse un momento y leer alguna historia nueva que hubiera salido por ahí. Ya fuera el desarrollo de un sueño, o el regalo de Life por todo lo hecho (un libro nuevo de la Tierra).

Malany dio un saltito al encontrar sobre la repisa alta, la nueva edición del libro de Ramona Rider, la escritora del momento. Le había hablado a su mamá del libro, pero era demasiado costoso, debido a lo popular que se estaba volviendo. Ahora, tenía una edición especial en sus manos. Se miraba hasta abajo el nombre de "Life" caligrafiado y una nota que decía: "Un incentivo para lo que viene".

Cerca de la sección, había un ventanal, así que echó un vistazo al exterior. Todo era perfecto, ¿se venía una mejora en el vecindario? Aún no estaba segura, pero le dejó de dar vueltas cuando empezó a sumergirse entre las páginas de aquella novela.

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El tiempo había avanzado. La chica se frotó los ojos antes de poner el hermoso separador que portaba en la mochila, entre las páginas de su nuevo libro. Metió el ejemplar también en la mochila y se dirigió hacia la salida.

Puki venía saltando a un lado de ella, ambos con la intención de acercarse a su siguiente objetivo: la hamburguesería. Sin embargo, algo la volvió a inquietar en el interior. No era un sentimiento perturbador, sino más bien un aviso... la intuición.

Y como si de una profecía se tratara, pronto algo dentro del vecindario cambió. Una espiral negra se aproximaba. Quizá, en otro contexto, hubiera sido aterrorizante, pero Malany sabía lo que aquello significaba. No, no se aproximaba una mejora... era momento de avanzar a lo siguiente.

Malany acarició a Puki, pero él tampoco estaba asustado. El ambiente general no era caótico, el mundo comprendía que aquello era algo natural, aunque los vientos empezaran a mover los preciosos arbustos y el cabello chino de Malany se despeinara de su coleta.

Pronto, aquel agujero se sintió magnético y, de un momento a otro, la chica desapareció. Se percibió como un abrir y cerrar de ojos. Suave, amable. 

Despertó en una sala elegante, oscura, pero elegante. De frente, solo un suave resplandor de luz se hacía notar.

—Malany —expresó una voz femenina que inundó la sala como un cálido trueno—. Es tiempo. Ha llegado el tiempo. Finalmente, te hemos asignado tu misión.

 Finalmente, te hemos asignado tu misión

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