El punto de reunión

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Así como lo recordaba, aquella señora no se parecía ni un poco a lo que ella observó en el vecindario

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Así como lo recordaba, aquella señora no se parecía ni un poco a lo que ella observó en el vecindario. Tenía un porte firme, con el cabello bien arreglado y la ropa limpia. No parecía tener ningún tipo de problema a simple vista.

Portaba una sonrisa amigable, buscando la mirada de los chicos que pasaban cerca de su mesita en donde había puesto las bolsitas con sándwiches.

El río de alumnos se abrió para hacer notar la presencia de Verónica, que ya se encontraba muy cerca de aquella señora. Apenas la vio, su rostro se vio claramente iluminado.

—¡Hola, señorita! ¿Le encargo otro sándwich? —preguntó animada.

Verónica se extrañó un poco por ese tono de voz animado. Volvió a recordar cómo es que la había visto antes de todo. Tenía demasiado fresca la imagen de su cuerpo avanzando por esa larga avenida al tiempo que la vida parecía irse alargando como si fuera parte de un sueño cruel.

—Sí, por favor —respondió tratando de que no se le notara ese tono pesimista—. Señora, estuvo delicioso el sándwich de ayer.

—Ay, muchas gracias, los hago con mucho cariño —expresó mientras volteaba a su pequeña maletita para sacar los ingredientes necesarios—. Te voy a hacer uno fresco para que lo disfrutes mucho más.

—Gracias. —Verónica estaba intentando encontrar algún tema de conversación, cualquier punto por el que pudiera descubrir cómo es que la señora había llegado a tener un pueblo fantasma. Sabía que no podía hablarle de Life, pero se conformaba con que ese lugar no estuviera tan triste—. ¿El puesto lo tiene desde hace cuánto?

—Añísimos —dijo la señora sonriendo—. Yo me llamo Rosa y he trabajado aquí desde que tengo memoria. Mi mamá venía con un carrito de chicharrones preparados.

Verónica asintió, sintiéndose un poco mal porque en todo el tiempo que llevaba en la preparatoria,  jamás se había percatado de que la señora Rosa estaba ahí.

—¿Su mamá prepara chicharrones? —preguntó la chica tratando de no sonar demasiado interesada.

La señora Rosa hizo una pequeña pausa, casi imperceptible y después se dirigió hacia la chica para responder con amabilidad la pregunta.

—Ella ya falleció —comentó sintiendo un nudo en la garganta que procuró deshacer rápidamente—. Pero está bien, señorita, así es la vida.

—Oh, lo siento mucho... ¿Eran cercanas?

La señora empezó a sentir algo extraño dentro de sí. Le hacía muy feliz que Verónica hablara con ella. Ninguno de esos muchachos sabía su secreto, en realidad, nadie lo hacía, pero la verdad era que ella hablaba con muy pocas personas en el día. No tenía a nadie a quién contarle sus problemas, sus anécdotas, sus razones; así que estaba profundamente agradecida con la adolescente, pero al mismo tiempo, tenía la sensación de que esos temas aún le resultaban muy dolorosos.

—Un poco —dijo finalmente—. Un poco, son... las cosas de siempre. Los papás en muchas ocasiones no nos entienden... y cuando se van...

Verónica comprendió en su totalidad lo que decía. Ella tenía millones de asuntos por resolver con su madre. Por el momento, estaba bien con la idea de que ella podía ignorarlos en absoluto, pero si un día su madre le faltara... Bueno, en realidad no lo sabía, ni quería pensar en eso en ese momento.

—Comprendo —soltó recibiendo su sándwich. Sacó de su pequeño monedero los quince pesos que necesitaba y se los extendió a la señora con una sonrisa—. Gracias, mañana volveré por otro.

La joven estaba más hambrienta por respuestas que por los sándwiches en sí, pero había considerado que los temas que buscaba abordar con la señora eran demasiado densos e importantes como para poder abordarlos en pláticas cualquiera.

Lo que había decidido era que, al final del día, le haría mucho mejor a la señora recibir sus breves visitas, aunque fueran a tardar demasiado en abrir una conversación profunda.

Cada noche, de igual manera, procuraba encontrar la puerta para el vecindario de la señora Rosa, empezó a notar mejoría cuando miraba que la avenida se veía ligeramente más iluminada. La señora ya le saludaba con la mirada menos perdida. Poco a poco, su imagen se iba pareciendo más a la señora que le vendía los sándwiches después de clases y no a una ilusión de lo que alguna vez fue.

Verónica se enteró de un montón de detalles de los que no tenía ni la menor idea. Por ejemplo, supo que la señora jamás se casó, porque no se sentía lo suficientemente bonita ni inteligente para nadie. La relación con su padre había sido inexistente y con su madre había tenido una relación llevadera para poder trabajar juntas.

No tenía más familia y los pocos amigos que había hecho en toda su vida, se mudaron lejos y ella no quería incomodarlos con la pesadez de su soledad.

Mientras más anécdotas le contaba a Verónica, las casas en el vecindario de la señora rosa iban cobrando mucha más vida. Ahora se empezaban a notar los habitantes. El ánimo seguía subiendo.

Las cosas empezaron a tomar un rumbo aún mejor cuando las risas de ambas y las largas charlas que ahora tenían, mientras Verónica terminaba sus sándwiches, atraían al resto de los alumnos. Incluso los antiguos amigos de Verónica, que por cierto habían mejorado su relación con ella en las últimas semanas, se acercaron a preguntar por los precios de la comida.

La costumbre de la escuela empezó a cambiar, ahora en vez de irse directamente a otros lugares, muchos de los estudiantes compraban una bolsita de sándwich y se la comían con calma mientras platicaban con el resto. Es más, inclusive los profesores comenzaron a encargar sándwiches para poder llevarlos apenas salían de una clase y necesitaban moverse a otra.

La señora Rosa llegaba más temprano. Las personas le compraban sus deliciosos bocadillos antes de empezar la jornada, y como era costumbre de muchos profesores, también le hacían plática mientras eran despachados.

Uno de ellos, el profesor Víctor, le sugirió ahorrar una parte de lo que ganaba para poder ir comprando algunas papas o complementos que pudiera ofrecer y así ganar más dinero. La señora Rosa lo empezó a hacer poco a poco, y con mucho esfuerzo,  fue introduciendo nuevos productos a su puesto. Las personas que querían pasar un rato ahí, descansando de un día de largos estudios o trabajo, disfrutaban mucho de lo que ofrecía.

El vecindario de la señora Rosa iba poniéndose cada vez más colorido. Si bien había muchas áreas que trabajar, el pueblo fantasma estaba muy lejos de seguir existiendo.

Un buen día, la señora Rosa le regaló una bolsa de papas y un sándwich a la chica que llegaba por su ración de siempre.

—Le agradezco mucho, ¿pero a qué se debe el regalo? —preguntó Verónica, que para ese punto había olvidado que en realidad la señora Rosa había sentido un cambio abismal en su vida desde que Verónica decidió ser amable con ella.

—Es de corazón —expresó ella agregando otra bolsa más—. Aunque creo que es de esas cosas que jamás podrán agradecerse suficiente. Nunca dejes de ser tal como eres, una luz para los demás.

Verónica recibió el regalo y limpió las lágrimas que había perdido en el camino.

Verónica recibió el regalo y limpió las lágrimas que había perdido en el camino

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