Pastel de zanahoria y pastel de chocolate

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Tenía una apariencia demasiado similar a lo que había observado en el vecindario

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Tenía una apariencia demasiado similar a lo que había observado en el vecindario. Aquello no le gustaba para nada, porque significaba que en verdad estaba muy afectada por la situación que ambas habían vivido. Los ojos de Sara eran fuertes, enmarcados por ojeras y una piel claramente maltratada.

Aquello no le permitía a Verónica comprender si en verdad estaba mirándola con el odio que ella imaginaba o si solo estaba intentando reconocerla, finalmente, ella no tenía un referente tan claro como el de haberla encontrado en Life. Tan solo sus fotos en redes sociales.

El corazón iba dirigiendo el camino, hasta que, finalmente, la chica tomó asiento frente a la otra y le dirigió una sonrisa grande. Pensaba que, si ella tomaba la iniciativa de ser amable, por supuesto que lo natural en Sara sería corresponderle; pero aquella simplemente le dirigió una muy leve sonrisa y se levantó del asiento un poco, como marcando el inicio de aquel encuentro.

La tensión entre ellas podía sentirse. Cualquiera que las viera tendría la enorme duda de qué hacían dos personas tan distintas sentadas una frente a la otra.

Verónica se arreglaba muy bien a su manera, portaba una bonita chamarra negra con bordes rojos, sus jeans nuevos y el cabello lacio acomodado en un medio chongo que caía a los costados. Como el cabello estaba muy bien cuidado, no había razón para darle más adornos.

Por otro lado, Sara tenía el cabello como nido de aves. Amarrado en un pequeño moño bajo que se encontraba en la nuca y que dejaba salir el cabello a marañas, como si se tratara de un malentendido vuelto algo tangible.

—¿Quieres ordenar? —preguntó Verónica nerviosa. Tomó la pequeña carta que estaba delante de sí para intentar convencerse de que los postres eran mucho más interesantes que lo que estaba pasando.

Sara no respondió, pero también tomó su pequeña carta. Probablemente, estaba reflexionando en lo mismo, aunque ella no lucía tan nerviosa como lo hacía Verónica. Eso ponía más alterada a la última. ¿Sería que tenía algo planeado? ¿Estaba preparando una emboscada para ella sin que lo supiera?

—Hola, chicas. Buenas tardes, ¿qué les voy a preparar? —anunció la mesera sacando su pequeña libreta.

—Voy a querer un pastel de zanahoria —dijo Verónica intentando calmarse—. Y un vaso de agua, o una jarra completa mejor.

—Bien, jarra completa. ¿Para usted?

—Un pastel de chocolate.

La voz de Sara sonó diferente a lo que Verónica recordaba en el vecindario. Tenía claro que no podía meterla en una cajita con base en la experiencia de Life. Quizá lo único que necesitaba era abrirse para escuchar la verdadera opinión de su antigua amiga.

—Recuerdo que te gustaba mucho el pastel de chocolate —comentó Verónica en cuanto la mesera se alejó de su mesa.

Sara le correspondió con una mirada mucho más relajada.

—Es verdad —expresó moviendo el menú con nerviosismo sobre la mesa—. No sabía que te gustaba el pastel de zanahoria.

—Es algo casi nuevo. Mi mamá empezó a vender pasteles cuando iba en la secundaria y probé el de zanahoria. Mi obsesión —la risa que soltó después de eso, fue brevemente secundada por la amiga que tenía frente.

Las risas siempre son los puentes conectores para todas las personas. Eso no lo había comprendido la chica hasta ese momento, en el que tenía a Sara sentada frente a sí, sin mirarla a los ojos pero con una pequeña sonrisa en los labios.

—¿Qué ha sido de ti? —preguntó Verónica con un poco de temor a la respuesta.

—En verdad, no mucho. Me he dedicado a hacer una que otra cosa, pero nada productivo. Estoy segura de que tú sí has hecho cosas geniales. ¿Ya estás en la prepa?

—Sí, ¿tú no?

Un breve silencio interrumpió la conexión que ya habían logrado las chicas. Pero aquello se disipó agradablemente cuando llegó la mesera con los pasteles.

Lucían muy ricos. No sabía si había sido la tensión evaporándose o simplemente sí tenía más ganas de un pastel de lo que ella hubiera imaginado, pero al notar ese precioso postre frente a sí dio un suspiro de ánimo.

—Bueno... en realidad no importa. Yo tenía muchas ganas de volver a hablar contigo —comentó Verónica tomando una cucharada de su pastel.

Sara pareció relajarse de vuelta. Finalmente, se había evadido la conversación de la preparatoria. En realidad, ella no estaba estudiando, pero no era una cosa que la enorgulleciera.

—¿Cómo me encontraste? Quiero decir, no tengo añadido a nadie que tú conozcas —cuestionó Sara moviendo el pastel con un poco de indecisión.

—Oh, yo busqué a nuestra maestra, ¿te acuerdas? Bueno, claro que sí, tú la tienes como amiga. Ahí te vi.

—Oh, claro, la maestra Montserrat. Ella fue muy buena conmigo —comentó Sara, con un toque entre tristeza y alegría.

—Inmediatamente supe que podríamos conectar de nuevo. —Una ráfaga de energía se apoderó del estómago de Verónica. Quizá ya era el momento de hablar las cosas con mayor claridad—. Sé que fuimos amigas, pero eso terminó abruptamente.

Sara bajó la cabeza. No sabía si después reaccionaría levantándose, con el dedo señalante y gritando: ¡arruinaste mi vida! Es por ello que aquellos segundos posteriores a la inclinación de cabeza parecieron eternos, hasta que al fin, Sara volvió a la conversación con los ojos un poco llorosos y las mejillas sonrojadas.

—Lo sé, lo sé... Es que, ¿quién querría juntarse con alguien como yo? Incluso hoy en día —expresó la chica con un tono pesimista—. Lo siento, debes creer aún hoy que soy patética.

Verónica procesó esas palabras más lento de lo que le hubiera gustado, así que finalmente apartó el pastel y movió las manos, como intentando disipar lo que acababa de decir Sara.

—No, no, claro que no. No creo que seas patética. Precisamente por esto quería hablar contigo... Sara, no es tu culpa que te dejara de hablar, en serio.

—Sé que solo lo dices para hacerme sentir mejor —comentó la chica limpiando una pequeña lágrima que se había escapado—. Es decir, tarde comprendí que habías sido mi amiga porque te di pena, pero ahora comprendo que tarde o temprano tenías que dejar de fingir. Sé que fuiste mucho más feliz cuando dejé de ser tu amiga.

—Sara... espera, ¿en verdad crees que yo fingía ser tu amiga? —cuestionó Verónica impresionada.

—Por supuesto. Una vez que dejamos de serlo, pude admirar todas esas partes tan... extrañas de mí que hacían que todos se alejaran. Sé también que la maestra solo estuvo conmigo por compasión, finalmente, era su trabajo.

Las propias palabras de Sara parecían lastimar el corazón. Verónica empezó a procesar lo que estaba sucediendo con mayor rapidez. Significaba que, en realidad Sara no estaba enojada con ella, sino que en su mente todo había sido su culpa. La tristeza y apatía que mostraba en el vecindario no era más que la pena que sentía por ella misma.

Desafortunadamente, eso sería un poco más difícil de solucionar.

Desafortunadamente, eso sería un poco más difícil de solucionar

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