El vecindario fantasma

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La extraña seguía ahí, a lo lejos, observando a Verónica como si se preguntara cómo es que había tardado tanto en llegar

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La extraña seguía ahí, a lo lejos, observando a Verónica como si se preguntara cómo es que había tardado tanto en llegar. Aquella imagen no le pareció en lo absoluto similar a lo que había imaginado. Creía que al ser invitada al vecindario de alguien, probablemente se encontraría en una situación hermosa, que vería lugares divinos. Claro, porque suponía que las personas que la invitaran a ese sitio, serían aquellos que tuvieran bien cuidado su vecindario.

Los pasos ahora se escucharon más fuertes. Javier estaba empezando a colocarse en guardia para defender a su dueña en caso de que fuera necesario.

La chica no quería calmarlo, porque en realidad desconocía si ese apoyo era verdaderamente necesario para poder sobrevivir. Los ojos de Verónica estaban entornados hacia el único punto que le interesaba, cuando finalmente llegó ahí, la chica estiró su mano, que le temblaba con todo el miedo del mundo. Sentía cómo, por toda la columna, se extendía una ráfaga de adrenalina que le estaba impidiendo contemplar con claridad todo lo que hacía.

Finalmente, el tiempo llegó y la mano de Verónica tocó el hombro de la persona que estaba frente a ella.

Volteó, como si en realidad no hubiera tenido demasiadas ganas de hacerlo, una señora de edad avanzada. Su cara se notaba demacrada.

Ahora que prestaba la suficiente atención, en realidad su vecindario también lucía bastante dudoso. Las casas estaban polvosas y sin pintar. Daba la impresión de formar parte de un pueblo fantasma.

La mirada que aquella mujer le brindó estaba vacía, era prácticamente como si nadie le hubiera correspondido aquella interacción. Y así de fácil, como fue simplemente recibir esos ojos llenos de la nada, la mujer se dio media vuelta y siguió caminando.

Verónica la miró impactada, caminaba por una larguísima avenida, lo hacía a un paso muy lento. Era casi cual persona que no tiene prisa, porque en realidad nadie la está esperando.

La mujer no se detenía, era llevada por el viento y se deslizaba como partícula de polvo empujada.

Verónica cruzó los brazos y después empezó a caminar por el pueblo junto a Javier. Ahora que sabía analizar todos los elementos de un vecindario, en realidad podía entender cuál era la situación de la señora. El cielo se notaba gris, así que sabía que estaba un poco melancólica. Bastante melancólica a decir verdad, porque aquel daba la pinta de no haber cambiado en mucho, mucho tiempo en verdad. Después analizó la vegetación, estaba seca, casi cayéndose a pedazos. No estaba quemada, como lo estuvo alguna vez la de su vecindario, sino más bien parecía que no habían recibido ni una gota de agua en años.

La chica miró a Javier y lo acarició, al tiempo que su mirada regresaba a la señora. Iba ya muy lejos, se podía admirar porque en realidad su vecindario no era rectangular como el de la mayoría (que ella tuviera conocimiento), sino que era largo, largo con todas las casas colocadas a sus costados.

Verónica notó a la señora, como una mancha lejana, se preguntó si al terminar la ruta ella regresaría, pero finalmente se sintió demasiado triste como para poder verificar su versión.

Volvió por sus pasos y finalmente notó el marco de la puerta que volvía a colocarse como una salida. Tomó el picaporte y regresó a la calma.

La vista festiva de su propio vecindario, la hizo sentir un contraste más grande. Cómo el lugar que acababa de visitar, en realidad estaba lleno de grises, de silencios. Ahora que estaba. de vuelta en su hogar (una suerte ya poder llamarle así), sabía lo fuerte que era esa situación.

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—Pero, ¿quién es?

A la mañana siguiente, Verónica le contó todo a Malany. Le habló sobre el extraño pueblo, sobre su visita a la señora y sobre todo lo que había logrado y observado en su más reciente misión.

Ella escuchó todo, analizando cada palabra que le iban diciendo, para después tomar un sorbo a su Boing congelado y soltar las conclusiones.

—No creí que te tocaría un caso así a la primera.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Verónica confundida.

—Bueno, lo que te sucedió es que fuiste invitada a un pueblo fantasma.

—De eso ya me di cuenta, pero no entiendo el significado. Además... ¿quién era la señora?

Malany se levantó para tirar el empaque del jugo en su lugar y después volteó. Realmente extrañaría esos momentos en los que podía aleccionar sobre algo.

—Los pueblos fantasmas son lugares que pertenecen a personas extremadamente solitarias. No en un sentido de timidez o de introversión, son personas que realmente han ido quedando solas en la vida —dijo con un poco de tristeza, ahora que lo externaba en voz alta.

—Por eso se veía tan vacía... Entonces, ¿yo qué hacía ahí?

—También es común que inviten personas que no conocen demasiado, es muy probable que durante tu día, hiciste algo bueno por ella y eso la hizo sentir un poco menos sola.

Verónica repasó en la mente quién había sido. Se esforzó tanto, que en realidad ni siquiera notó que ya había cumplido la siguiente misión. Tenía toda la intención de descubrir quién era aquella señora, por qué era que estaba tan triste y cómo era que había terminado así.

—¡Lo tengo! —dijo saltando con emoción—. Es la señora que vende sándwiches afuera de la escuela. Se pone los martes, ya recuerdo. Le dije que tenía un cabello muy bonito y le compré un sándwich para el camino... No lucía como en su vecindario.

—Probablemente no —respondió Malany—. Casi nadie que tenga un pueblo fantasma luce como uno. Se tiene que enfrentar al mundo, ¿no?

Verónica la miró un momento reflexionando, sin embargo, las ideas se le fueron de la mente en cuanto recordó a la señora. Estaba muy contrariada por todo lo que le había pasado. Ahora que reconocía su identidad, era necesario volver con ella, pero no quería volver con ella en Life, quería hacerlo en la vida real.

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La chica esperó pacientemente durante toda la semana, mientras lo hacía, se hizo mil preguntas más. ¿La señora sabría sobre esto? ¿Sabría que tenía un pueblo fantasma y que necesitaba trabajar en su vecindario?

Las preguntas caían como copos de nueve en una tormenta nevada, y cuando el martes llegó, Verónica no podía evitar sentirse muy intrigada por todo lo que pasaría. El reloj avanzaba demasiado lento para su gusto y eso le provocaba querer salir corriendo del salón para darle continuidad a todo.

Su lápiz ya no podía más, había sido golpeado demasiadas veces con la costilla de su cuaderno, y cuando su pierna ya también se estaba cansando de moverse a un ritmo poco uniforme, al fin la hora de salida llegó.

La chica se abrió paso entre todos sus compañeros y logró divisar entre el tumulto de gente a la señora con su puesto de sándwiches. 

 

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