Un cuaderno rosa

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Verónica estaba dando vueltas en su habitación

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Verónica estaba dando vueltas en su habitación. Necesitaba encontrar una manera de enfrentar lo que tenía que hacer. No sabía cómo abordarlo (nuevamente). Tenía la impresión de que no funcionaría la misma técnica de siempre.

Enfrentar a Jessica y hablar con ella, probablemente no llevaría a los resultados anteriores. Con todos los residentes no permanentes, se podía llegar a acuerdos armoniosos, porque en la mayoría de historias, siempre había alguna otra parte que se disponía a equilibrar el trago amargo que había representado para todos. Pero... ¿Jessica?

Tenía la completa seguridad de que Jessica negaría todo, la acusaría con su tía o directamente con su madre. Podía casi ver a todos los presentes en esa situación colocándose del lado de su prima.

Se sentía como sucedió cuando se encontraba resolviendo lo de Sara. Ya llevaba varios meses con las cosas claras, así que le parecía un poco complicado volver a las viejas andanzas con ese tipo de cosas por averigüar.

Aquella primera noche tuvo mucho insomnio. La mente se le llenaba de cosas terribles, como recuerdos distorsionados. Le resultaba verdaderamente molesto tener que pasar por todo eso otra vez. Recordaba que, probablemente, esos recuerdos hubieran quedado ya bien sepultados debajo de ella, pero en la realidad, parecía que siempre estuvieron ahí y se manifestaban como pequeñas incomodidades diarias. Como bien le había explicado Malany.

Cada vez que algún hecho o situación se asemejaba demasiado a las sensaciones que había vivido con Jessica, sentía cómo una corriente eléctrica le pasaba por la columna y amenazaba con destruir su estabilidad.

Por ejemplo, en un momento, una chica derramó un poco de jugo de naranja sobre ella, después de la clase de educación física. Javier le gruñó especialmente, porque Verónica sintió con fuerza toda la ira de creerse humillada. En su mente, las risas iban a comenzar en cualquier momento, pero en la vida real todos le ofrecieron ayuda para limpiarse y encontrar una blusa limpia para poder utilizar.

Durante esos días, cuando estaba intentando evitar ese instante que derivaba en regresar a Life, a la casa de Jessica, tuvo las emociones a flor de piel. Podía percibir que todo le molestaba más de la cuenta, como con el asunto del jugo, pero al mismo tiempo, tenía la impresión de que las cosas no le estaban emocionando como antes.

Los días previos a visitar la casa de Jessica, había logrado sentirse muy emocionada con cada una de las misiones de Malany, pero ahora estaba desganada y regresaba de vez en cuando al recuerdo de cuando todavía no tenía absolutamente nada más que sus aburridos asuntos diarios.

La chica suspiró en otra de sus noches de insomnio. Las pesadillas se volvían ya insostenibles. Casi podía jurar que en su mente, el cerebro la estaba empujando a enfrentar todo. Era como si estuvieran amenazándola con seguir torturándola si es que seguía evitando sus deberes.

—¿Qué es lo que opinas? —preguntó Verónica a su amigo.

El lobo parecía que tampoco podía dormir, estaba acurrucado debajo de la luna, con la mirada cristalina hacia ella. Seguramente para él también estaba resultando difícil, porque antes de todo, Verónica había logrado tener un temple tranquilo.

—Bien. —Verónica se quitó las sábanas con cuidado de no hacer demasiado ruido.

El piso estaba frío, pero de una forma muy agradable. Sentía el despertar en cada uno de sus dedos. Fue hacia su escritorio y tomó un pequeño cuaderno rosa que su madre le había regalado. No era muy adepta a los cuadernos y ese tipo de cosas, pero era el único que no tenía destinado a cosas escolares, por lo que agarró una pluma cualquiera y volvió a su cama para sentarse con las piernas cruzadas.

—Bien, creo que es momento. —Abandonó por un instante el miedo que estaba cubriéndola. Ya no podía seguir así, con las pesadillas, con el insomnio, con los sentimientos a flor de piel. Era momento de ponerle punto final a todo.

No estaba segura del objetivo que tenía, pero la pluma empezó a deslizarse casi por sí misma. Al inicio de la página escribió con letras grandes: "Jessica".

Mirar su nombre así, en letras mayúsculas, con un montón de tinta marcando su existencia, provocó de inmediato que las lágrimas amenazaran sus ojos. La chica se quedó temblando antes de continuar.

No sabía si estaba bien o mal, pero tenía la impresión de que su mente había estado ocultándole algunas cosas. Claro que recordaba a Jessica como un punto terrible en su vida, pero no tenía tan a la mano todas las cosas que ella le había hecho. Así que comenzó colocando un asterisco al inicio de la página para nombrar todo lo que recordaba.

Algunas anécdotas estaba tan fresca como nunca, pero otras parecían leyendas o cuentos ocultos debajo de otras historias que no se habían verbalizado en mucho tiempo. Las lágrimas iban corriendo como las anécdotas. Las cosas tomaban un color tan realista que el corazón empezó a dolerle.

Y es verdad, muchas personas hablan de un dolor de corazón como una explicación al dolor que se siente cuando se recuerda algo, pero Verónica, esa noche, sintió tanto, pero tanto dolor, que su corazón parecía estarse estrujando en realidad. Todo a su alrededor estaba desapareciendo. Por un momento olvidó que necesitaba guardar silencio, así que se tapó la boca después de haber dado un sollozo más fuerte de lo normal.

Miró a Javier para volver a la calma. Él la estaba mirando con una postura fuerte, pero sin haber perdido el control. Quizá estaba haciendo lo correcto.

El papel estaba empezando a mancharse con sus lágrimas. Su alma empezó a sentir, como si algo la tomara de la mano, probablemente era la sensación de que algo más la estaba acompañando en el proceso.

Las horas fueron pasando e incluso el cielo empezó a clarear levemente. Aquello no le importaba, si bien adoraba sus horas de sueño, sabía que esto era algo que necesitaba hacer. Después de soltar todas las historias que recordó de su prima, dirigió la pluma a un párrafo inferior.

Tenía ya la palma manchada de tinta, pero tampoco le interesaba, porque lo que sentía en ese momento era unas ganas tremendas de terminar de soltar todo lo que tenía en el estómago. Lo percibía tan real y fuerte como un tornado o un maremoto, pero también muy débil y cerca de salir.

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El sol se colocó sobre su cuarto. Javier estaba durmiendo plácidamente, pero ella seguía limpiándose las lágrimas de las mejillas. Estas se sentían duras, porque muchas lágrimas se secaron encima. A pesar de que seguía sollozando, esa noche expresó todo lo que sentía, rayó todas las hojas, después las rompió y las tiró a la basura con toda la ira que pudo.

Esa noche se liberó.

Esa noche se liberó

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