Sopita de munición

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La puerta del camión quedó frente a ella

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La puerta del camión quedó frente a ella. No tenía ganas de regresar a la escuela, así que tomaría la misma ruta hacia su casa.

Pagó el pasaje y se sentó en la fila que le gustaba. Ahora sí, podría poner puntos sobre las íes acerca de todo lo que estaba sucediendo. Probablemente había juzgado demasiado rápido todo lo que estaba pasando a su alrededor. Quizá las personas no eran tan malas como ella había pensado.

—¡Carteras y celulares! ¡Carteras y celulares!

Aquella voz agresiva despertó el corazón de Verónica. Sintió un río frío recorriéndole la espalda. Todo el cuerpo empezó a temblarle, al tiempo que levantaba la vista para encontrarse con el mismo señor que vendía dulces en su camino matutino.

—¿Qué me ves? ¡Ve hacia abajo! —gritó el hombre que tenía un arma en la mano.

La operación fue rápida, en poco tiempo el hombre estaba bajando del camión para subirse a una motocicleta con otra persona. El camión quedó en silencio.

La humanidad no era buena.

Apenas podía recuperar su respiración, tenía las piernas temblándole. Le habían quitado su teléfono y todo el dinero que traía para la semana.

Aún mantenía la mirada gacha, porque no quería que nadie notara que estaba llorando. El alma la sentía vacía porque ya había perdido ese gramito de esperanza en la humanidad que le ayudaba a mantenerse en pie.

—Dios santo —dijo por fin alguien en el camión—. ¿Todos están bien?

—Ay, nada más el susto, pero bien dado —respondió una señora que estaba limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo.

La mirada de Verónica se levantó finalmente. Estaba totalmente pálida, pero pudo notar en los rostros de los demás que estaban pasando exactamente por lo mismo.

—Nombre, yo traía lo de la comida de hoy —comentó otra señora que se encontraba al fondo—. Ora, ¿qué voy a cocinar?

—Yo traía lo de la renta —compartió un hombre que estaba de brazos cruzados suspirando—. Pero, ¿de dónde uno saca lo que había juntado?

—Y como que venía coludido con el de la moto, ¿verdad? —cuestionó un muchacho que abrazaba su mochila.

—Yo los vi que nos andaban siguiendo desde la otra cuadra —afirmó la primera señora levantándose para asomarse por el vidrio posterior del camión—. Nah, ya ni se ven. Se han de haber ido por la avenida de allá.

—Mira, mira, la patrulla. ¡Poli! —gritó el muchacho asomándose por una de las ventanas—. ¡Nos acaban de asaltar!

Verónica no alcanzaba a escuchar lo que respondía la patrulla, solo veía las luces reflejándose por todo el lugar mientras la respiración finalmente se le iba calmando.

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