Cielo templado

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Cuando Malany le explicó lo que había que hacer, Verónica lo consideró tan tonto que ahora le resultaba extraño estar nerviosa por comenzar

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Cuando Malany le explicó lo que había que hacer, Verónica lo consideró tan tonto que ahora le resultaba extraño estar nerviosa por comenzar. La plastilina la miraba desafiante, estaba segura de que estaba a punto de soltar una risa en cuanto ella se descuidara. Podía casi percibir que el resto de los materiales también la consideraban extraña por no estar fluyendo con lo que le habían solicitado.

Ahí estaba ella, después de rogarle durante todo el receso a Malany, frente a todas esas herramientas, sin la más mínima idea de qué hacer para poder plasmar todo lo que sentía en algo físico.

Volvió a su interior. Miraba la ventana, en verdad desarmonizaba con todo lo que la rodeaba. En lugar de un cálido y templado ambiente, se sentía esa furia, esa que era indestructible y destructiva a la vez.

Verónica se encogió sobre sí misma, era como si tuviera la necesidad de protegerse de su propia intensidad. Una lágrima empezó a resbalar por su rostro, intentando, probablemente, huir del nivel de emociones que procesaba dentro.

Pronto, una crayola negra llamó su atención. El aroma de la misma llegó hasta la punta de sus recuerdos, en su mente apareció la emoción más clara. Podía percibir a ese monstruo gigante al que había generalizado como su "estado interior". El negro, ahora sabía que era ira. Mucha ira.

Tomó uno de los cuadernos. Empezó a dibujar un boceto muy burdo de ese monstruo que imaginaba. Definitivamente tenía mucho negro cubriéndolo, como si estuviera empapado de carbón. Pronto, la idea de que lo que estaba haciendo era tonto, se fue evaporando como una mariposa en el aire.

Los trazos de la crayola estaban cubriendo cada vez con mayor fuerza la hoja blanca. Verónica pronto dirigió su mirada hacia el resto de las crayolas. Seguramente tenía mucho rojo también, el rojo simbolizaba la frustración, un poco de azul para la tristeza. Era un monstruo más colorido de lo que pensaba.

Mientras pasaba aquellos trazos por la página, un montón de lágrimas iban brotando. El suéter que portaba empezaba a volverse bochornoso. Lloraba, sudaba, como si todas las emociones estuvieran escapando por cualquier parte de ella.

Admiró su obra terminada mientras percibía su cabello erizándose en la nuca. No podía dejar de sollozar cuando el sonido de la puerta de entrada y del ladrido de Puki se escuchó llenando toda la habitación.

Malany le lanzó una mirada rápida. No quería ser invasiva con su compañera, pero tampoco podía frenar en su totalidad el nivel de asombro que tenía porque Verónica hubiera logrado el primer cometido.

Guardó silencio un momento en lo que le servía un poco de agua a su cachorro. Verónica siguió sollozando hasta que ya no sintió que hubiera ninguna lágrima dentro de sí, y se quedó mirando el horizonte, como si ya no hubiera nada, nada más.

—Es horrible —dijo la chica cuando Malany se sentó a su lado con gesto solemne—. En verdad, se sintió horrible.

La máscara de pestañas y el delineador de Verónica estaban corridos sobre su mejilla. En efecto, el cabello se le había erizado y los bochornos que sintió rendían testigo como mejillas sonrojadas.

—Al inicio. —Malany le extendió un pañuelo desechable que sacó de su bolsillo—. Pero una vez que termina, ¿no te sientes mejor?

El silencio volvió a retumbar cuando Verónica terminó de utilizar el pañuelo. Miró a su compañera con extrañeza, pero después reflexionó unos instantes.

—¿Es todo? ¿Mi clima está bien? —preguntó intentando omitir el hecho de que, verdaderamente, se sentía mucho mejor ahora. Como el mar que se ve aún más calmo después de una tormenta.

—No, en realidad no. Es el inicio, un gran inicio... De hecho, creo que si visitáramos tu vecindario en este momento, podrías saber que en verdad está cambiado el clima; pero no se puede quedar solo en eso.

Verónica movió la mano para que Puki se acercara a ella y volvió a suspirar para lograr calmarse en su totalidad.

—¿Para qué fue esto, entonces?

Malany sonrió y se levantó de golpe.

—Vamos a dar una caminata y te mostraré algo.

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Verónica miraba el cielo como si le debiera algo por completo. Estaba demasiado azul, demasiado brillante. Las nubes eran esponjosas, el viento corría con gracia. Estaba a punto de lanzar alguna injuria, pero sabía que aquello desentonaría bastante con todo el ambiente.

—Para poder equilibrar el clima, necesitas conocer tus emociones. Por eso te pedí que hicieras lo de antes —empezó a explicar Malany sonriendo—. Es importante que puedas identificar cuando estás triste, feliz, enojada...

—¿Quién no sabe hacerlo?

—La mayoría de personas, en realidad —respondió la chica entre risas—. Lo que acabas de hacer es una aproximación a lo que iremos trabajando estos días. Identificar tus emociones, saber qué las altera, qué las regresa a su equilibrio, cómo dejarlas fluir, expresarse; cómo detener una tormenta.

De un momento a otro, Malany volteó y miró al cielo con el rostro soltando emoción. Dejó caer su cabeza al cielo y de la nada el azul se tornó en gris suave. Las nubes esponjosas que iban pasando, empezaron a rezongar soltando truenos y colores oscuros de los bordes.

Una cortina de lluvia empezó a caer sobre el rostro de Malany y por encima de todo el vecindario.

—Dijiste que era un clima equilibrado, no creo que lo sea con un tormentón de la nada —expresó Verónica tratando de cubrirse de la lluvia con sus manos.

Malany sonrió soltando una risa y poco a poco aquello se calmó. Las nubes volvieron a su lugar y el cielo se tiñó de azul nuevamente.

—Un poco de lluvia, un poco de tristeza —dijo la chica dando un salto sobre el asfalto mojado—. Cuando estaba aprendiendo, mi clima era una tormenta siempre. Después, se volvió tan árido que no podía vivir ni un animal aquí, ni una planta... quería que todo fuera alegría después de años en tormenta.

—Si eso fue tristeza, ¿por qué estás tan feliz? —Verónica cada segundo confirmaba lo loca que estaba Malany.

—Porque sentirse triste es natural. Cuando lo dejas fluir, cuando te dejas sentir, brota una sensación hermosa... No me respondiste, ¿qué fue lo que sentiste cuando todo quedó en el papel?

Verónica trató de quitar lo mojado de su cabello y después colocó sus manos en la cintura.

—Me sentí... aliviada... supongo.

—Bien, porque entonces podrás recordar esa sensación mientras hagamos el trabajo duro. Mañana mismo comenzamos, recuerda los colores que usaste y... el monstruo que dibujaste.

Verónica sabía que era lógico que Malany hubiera visto su creación, pero no podía evitar sentirse invadida. Un escalofrío la recorrió por completo.

 Un escalofrío la recorrió por completo

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