Recuerdos del pasado

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Estuvo despierta tratando de obtener todos los recuerdos que pudiera sobre Sara

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Estuvo despierta tratando de obtener todos los recuerdos que pudiera sobre Sara. En realidad, había sido una acción que le resultó sencilla en su momento y que creyó que no tendría ninguna consecuencia. Viéndolo hacia atrás, probablemente aquello hubiera sido una experiencia absolutamente terrible para la pequeña.

Antes de dejarle de hablar, Sara y ella hacían todo juntas. Charlaban de las dificultades de su casa, en el hogar de la pequeña Sara las cosas tampoco iban demasiado bien. También podían hablar de las cosas que les ponían tristes y felices, era una unión que probablemente la mantuvo a flote por todos esos años.

Quería recordar exactamente el peinado que llevaba Sara la vez que decidió dejar de hablarle. La infancia de Verónica no había sido la más sencilla, pero finalmente había hecho lo posible por sobrevivir. Quería que el grupo la aceptara, cosa que no siempre fue sencilla, siempre buscaba estrategias para caerles mejor.

—¿Esa fue una de ellas? —le preguntó a Javier acariciándolo mientras volvía al océano de sus recuerdos.

Probablemente lo era, porque recordaba que aquel fue el chiste de moda en aquel entonces. Todos hablaban del feo peinado que llevaba Sara y aquello, por más triste que pareciera, en realidad era una burla que unía bastante al grupo.

Aún con la oscuridad golpeando la casa de Verónica, aquella se levantó a hurtadillas. Necesitaba recordar más de aquel momento, así que, sin dudarlo, se fue hacia el pequeño cuarto de tiliches que se encontraba al fondo de su casa.

Abrió la puerta con cuidado de no despertar a nadie y finalmente logró entrar a ese cuarto lleno de cosas amontonadas. Repasó rápidamente en dónde se encontraría el baúl de madera en el que su madre guardaba todos los recuerdos de la infancia. En otros tiempos, había rechazado verlo. Recordar le parecía algo soso y poco práctico, muy curioso que ahora era lo que más le interesaba.

Afortunadamente, su madre, a pesar de ser fría, adoraba tomar fotografías. Ya fuera para presumir todo como un logro propio o porque en realidad quería conservar esas memorias dentro de su corazón.

La tapa del baúl se abrió para dar paso a todos los álbumes de fotografía que se encontraban dentro. Una capa de denso polvo llenó la nariz de la chica provocando que aquella estornudara con fuerza. Por un momento se quedó en silencio, tapando rostro, esperando a ver si nadie la había escuchado, pero el silencio de la noche continuó, así como ella y su labor.

—Bien, tengo que encontrar los de la primaria —le dijo a Javier en un susurro inaudible.

Adoraba la presencia del lobo, era la compañía perfecta. Se preguntaba si Malany se sentía igual con Puki. No lo había pensado demasiado, pero en realidad era muy extraño imaginar a Malany pasando por todas las cosas que ella misma estaba atravesando. Es decir, cómo es que ella no había tenido una buena relación con el entorno en el pasado o con sus emociones, ¿sería que ella tan solo nació así, con el vecindario perfecto?

La chica siguió moviendo los álbumes, estaban colocados de forma desordenada. Creía recordar que en una de las mudanzas de sus novios, su madre los había puesto rápido en el cofrecito de la abuela para meterlo al cuarto y que nadie estuviera "husmeando". No sabía a ciencia cierta si eso era verdadero, o si simplemente prefería que nadie conociera bien su lado maternal.

Finalmente, encontró el primer álbum. Tenía un recorte con el logotipo de su antigua escuela, así que estaba segura de que se trataba del correcto. Empezó a revisar las fotografías, ¡bingo! ¿bingo? Verónica meneó la cabeza buscando borrar el hecho de que ella había dicho esa palabra.

Ahí estaba Sara. El primer álbum era de los primeros años. La chica observó a todos sus compañeros. En el recuerdo, eran demonios con poderes inimaginables; en la fotografía, eran simples niños. Miles de recuerdos empezaron a caer sobre sus hombros.

Claro, ahora tenía mucho más presente el momento en el que todos dejaron de hablarle porque llevaba un peluche en forma de abeja. Lo recordó porque vio el peluche en una de las fotografías. Verónica lo abrazaba con emoción. Sabía que se encontraba en un terrible momento y ese juguete le permitió sobrevivir, así como lo hizo Sara.

Volteó la página para observar, precisamente, una fotografía de ambas. Eran tan pequeñas que sus ojos lucían como el de una caricatura. El rostro de Sara ahora lucía tan familiar, era en absoluto el de la persona que había abierto la casa. Por supuesto, en aquella fotografía tenía una mejor apariencia. La piel estaba limpia, el cabello arreglado con una diadema morada y la sonrisa tímida por debajo de la mirada.

En la fotografía, amabas estaban tomadas de la mano. Verónica tenía a su abeja en la otra, aferrándose a ella, como aferrándose a ese trozo de seguridad en su vida.

La adolescente tomó un momento para suspirar. ¿Cómo había olvidado todo tan de repente?

Siguió pasando las fotografías. La memoria le había traicionado, porque lo que le parecía una pequeñez ahora tomaba la seriedad necesaria. Fotografías en cumpleaños, jugando, con sus regalos de Navidad, Sara y Verónica habían pasado una infancia que no podía ser definida por la soledad, todo gracias a esa pura unión...

—Hasta que la dejé sola... —susurró Verónica volviendo a cubrirse la boca.

Regresó al baúl para buscar fotografías de los últimos años de la primaria. Recordaba que para ella habían sido momentos mucho más llevaderos. Los niños hablaban más con ella y la invitaban constantemente a sus juegos.

Como bien tenía en mente, la primera fotografía era de ella jugando con varios pequeños. Ya no tenía a la pequeña abeja en la mano, sino un montón de paletas de hielo que su madre había mandado traer por su cumpleaños.

Aquella parecía otra Verónica. La del primer álbum lucía tan tímida, tan dulce; esta otra Verónica estaba llena de amigos y de seguridad, pero parecía haber perdido una parte de sí, algo que seguramente era parte de su esencia verdadera.

No encontraba a Sara por ningún lado, se preguntaba si acaso podría hallarla en esos recuerdos, pero al fin llegó a una fotografía que estaba fuera del álbum. Por su tamaño, no había podido entrar en esos pequeños cuadros de plástico que tienen esos libros, así que simplemente había sido colocada como separador.

Era la foto grupal. En la esquina, con la mirada apagada, Sara.

Verónica sintió escalofríos. Miraba de la forma en que lo hacía Sara desde la casa en su vecindario. Por supuesto, estaba mucho más limpia y cuidada, pero esa forma de enfocar con las ojeras rodeando sus ojos, era la misma.

Sintió un río de tristeza amenazando el corazón. Con que ella había sido la que transformó a la pequeña Sara en la chica que habían visto en el vecindario y en la pequeña niña que se veía repleta de tristeza.

—Ay, Sara, perdóname —dijo con la voz entrecortada, mientras abrazaba a Javier.

—Ay, Sara, perdóname —dijo con la voz entrecortada, mientras abrazaba a Javier

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